Mágicas Ruinas
crónicas del siglo pasado

Guerra de Vietnam
USA: El año del estrago
“¡Escalemos!”, propone Bob Hope. “¿Hasta dónde?”, pregunta el coro. “¡Siempre más arriba!” Y las girls del conjunto levantan las torneadas piernas ante el estrado de oficiales y soldados, que rugen de ardor combativo en estos casos.
Esto sucedía el 24 de diciembre último en la base norteamericana de Tan Son Nhut, cerca de Saigón. La semana pasada se anunció que el celebrado cómico había recibido la medalla por Servicios Distinguidos: lleva 15 Navidades divirtiendo a los soldados de USA —la nación más pacífica del mundo— en campos de batalla ultramarinos.
Pero, entre esta Navidad y la anterior, las tropas del general William Westmoreland consiguieron arrebatar la iniciativa al enemigo.
Lo han hecho, por cierto, agrupando recursos fantásticamente superiores contra un enemigo cuyo nivel tecnológico no supera el de los ejércitos europeos de 1945; un enemigo sin Marina y con una Aviación incipiente. En estas condiciones, no es extraño que las bajas militares del Vietcong superen a las de USA en proporción de 10 a 1.
Muchos creen que el Vietcong se mantiene gracias a la superioridad numérica, pero no es así. En su informe oficial de fin de año, el Pentágono calcula que “el potencial enemigo en Vietnam del Sur siguió siendo de unos 280.000 hombres”; como es sabido, la cifra de. soldados norteamericanos alcanza casi al doble. A ella hay que sumar los contingentes de otros siete países aliados (unos 50.000 hombres) y las fuerzas survietnamitas (cerca de 700.000).
En su edición del 5 de diciembre, Newsweek trataba de despejar “la aparente contradicción entre las victorias norteamericanas y la creciente fuerza enemiga”. La infiltración desde Vietnam del Norte, que estimaba en unos 8.000 hombres por mes, reemplazaría los claros dejados por la muerte, la rendición y la deserción en las filas del Vietcong. Pero nada permite suponer que ése sea el ritmo de la infiltración. El año pasado, los prisioneros fueron unos 30.000; sólo 600 provenían de Vietnam del Norte.
Con todo, entre los miles de Choques aislados y escaramuzas en la jungla, la montaña de estadísticas y la supercargada retórica de los voceros oficiales, es posible discernir el plan estratégico de ambas partes y cómo el plan norteamericano está obligando al Vietcong a alterar el suyo.

Estrategia de USA
Westmoreland
Westmoreland asumió el mando en agosto de 1964 y, por espacio de un año, con una fuerza de sólo 25.000 “consejeros”, decidió cautamente ahorrar sus recursos. Convenció a los líderes militares survietnamitas de que seleccionasen un número limitado de áreas para ser pacificadas; no deseaba comprometer sus fuerzas antes de establecerlas en perímetros seguros.

Entretanto, las tropas survietnamitas debían operar con una fuerza de choque en el frente y otra de seguridad en la reserva, “como un boxeador —dijo— que ataca con la izquierda mientras se protege con la derecha”.
Pero pronto se comprobó que sus aliados no estaban a la altura de esa tarea. Acaba de informarse oficialmente (Associated Press, 3 de enero) que en 1965 las fuerzas armadas de Vietnam del Sur registraron 113.000 deserciones,' y otras 87.000 en el primer semestre de 1966. La realidad es aún más ingrata, porque estas cifras no incluyen a los “desaparecidos”, muchos de los cuales son también desertores.
“La situación era mucho más complicada de lo que yo había supuesto”, admite hoy Westmoreland, un rudo nativo de Carolina del Sud, cuya enhiesta figura desmiente sus 52 años. En la última semana de noviembre de 1965 (la clásica semana de Acción de Gracias) sólo podía disponer de “un puñado de desmoralizados batallones” autóctonos.
El análisis retrospectivo indica que los últimos meses de 1964 y los primeros de 1965 fueron los del auge comunista. El Vietcong, engrosado por los primeros batallones norvietnamitas y por armas de fabricación china, decidió librar una guerra convencional en vasta escala. En febrero ejecutó ataques sorpresivos contra las bases aéreas de Pleiku y Tuy Hoa. Avanzaba en todo el país, masacrando a los survietnamitas en fuga.
Fue entonces cuando Washington ordenó ataques diarios de bombardeo contra Vietnam del Norte, pero la opinión pública no advirtió que, además, se había pasado al planeamiento de una guerra enteramente nueva.
Apoyado por una convención de jefes, Westy urgió el envío de más y más divisiones de tierra. En un principio, el Secretario de Defensa, Robert McNamara, y el Embajador, Maxwell Taylor, se opusieron; pero el argumento de que sólo así podría salvarse la situación comprometida de los 25.000 “consejeros”, y el prestigio de los Estados Unidos, convenció al Presidente Johnson. En marzo, desembarcaban los primeros destacamentos de infantes de Marina.
En los cuatro meses siguientes, los Estados Unidos volcaron en esas playas más de 100.000 combatientes, en una de las maniobras de más compleja logística de la historia militar. ¿Pero cómo desplegarlas en un país evidentemente hostil? Una cantidad de estrategos proponía emplazar “núcleos” a lo largo de la costa para proteger los principales centros de población. Westy impugnó la idea: "Carece de realismo. Atacarían a esos núcleos uno por uno. No quiero dejar mis hombres en manos del enemigo”.
Estaba determinado a llevar la guerra directamente al campo del Vietcong. Habría que instalar bases en medio de territorios tomados por los comunistas, como medio de fijar y atraer al grueso de sus unidades, para luego destruirlas con una exterminadora concentración de artillería y poder aéreo. Estaba al tanto de lo que arriesgaba con una posible derrota campal, con todo lo que ello significaría en la política interna de USA. Pero supo infundir su fe en los hombres de Washington: el Presidente Johnson aprobó su osada estrategia.
Guera en Vietnam
Los infantes de Marina siguieron estableciendo playas de desembarco, cada vez más al norte, hasta el Paralelo 17 (que sirve de frontera a los dos Vietnam); y toda una gama de otras unidades, incluidos los “boinas verdes” (tropas entrenadas para la contraguerrilla), avanzó hacia el corazón del Vietcong.

La 1ª división de caballería (aérea) se instaló en An Khe, a horcajadas de la estratégica ruta 19, en las tierras altas centrales. La P de infantería y el destacamento aéreo Nº173 circundaron la base aérea norteamericana de Eien Hoa, a corta distancia de la Zona de Guerra C y del infranqueable Triángulo de Hierro. La 25º de infantería entró en Cu Chi, al noroeste de Saigón.
“Aquí mismo, en el Pentágono —cuenta un oficial de Estado Mayor—, éramos muchos los gallinas que temíamos llevar nuestras fuerzas a la jungla, en medio del barro, el calor y la malaria: ahora —quince meses después— sabemos que el terreno es de aquél que se atreva a tomarlo.”
Las batallas más importantes fueron;
• Operación Starlight (17-24 de agosto de 1965). Un asalto de 3.000 infantes de Marina, por aire, mar y tierra, contra un regimiento enemigo en la desértica península de Van Tuong, 15 millas al sur de Chu Lai. Considerada una de las operaciones más sangrientas de la guerra, probó que se podía desarraigar posiciones atrincheradas.
• Campaña la Drang Valley (octubre-noviembre). La 1ª división de caballería y tres regimientos de soldados norvietnamitas lucharon a lo largo de la frontera con Camboya; los norteamericanos, aunque con bajas relativamente graves, mataron a más de 1.200 soldados enemigos y redujeron la infiltración comunista de hombres y abastecimientos en un sector importante de la “ruta Ho Chi Minh”.
• Operación Masher-White Wing (junio-marzo de 1966). En una serie de “saltos de rana” (descendiendo de helicópteros) alrededor de Bong Son, hombres de caballería aérea, infantes de Marina y paracaidistas survietnamitas aplastaron a la legendaria división Estrella Amarilla, del Vietcong. No sólo se impidió al enemigo apoderarse de la vital cosecha de arroz de la provincia de Binh Dinh; se logró, además, reabrir la Carretera 1 (de la costa).
• Operación Hawthorne (3-20 de junio). 570 combatientes enemigos cayeron al norte de Kontum, capital de las tierras altas centrales, frente a la 1ª brigada de transporte aéreo. Con apoyo aéreo masivo, los “Águilas Graznadoras” frenaron la intención comunista de pasar a la ofensiva.
• Operación Hastings-Prairie (agosto). Con la “ruta Ho Chi Minh” bajo constante bombardeo norteamericano, el enemigo trató de acortar sus líneas de abastecimiento infiltrando una división a través de la Zona Desmilitarizada (entre Vietnam del Norte y Vietnam del Sur). Al enfrentarse con un destacamento de 5.000 infantes, los comunistas sufrieron una de sus peores derrotas: han perdido allí más de 800 hombres y 254 piezas de armamento ruso moderno.
• Operación Attleboro (14 de setiembre). Para penetrar en la extensa jungla de Tay Ninh, lindante con la frontera camboyana al noroeste de Saigón, USA lanzó la mayor concentración de hombres y maquinaria; allanado el fuerte comunista de la Zona C, aunque las guerrillas pululan todavía en la frontera camboyana, hace dos semanas proseguía la búsqueda y destrucción. El enemigo ha sufrido más de 1.000 bajas.
• Batalla aérea sobre el delta (3 de enero). Una imponente formación (56 aviones Phanton y 25 Thunderchief F-105) que volaba sobre Hanoi, sorteando un espeso fuego de artillería y de cohetes antiaéreos, logró que los pilotos norvietnamitas aceptasen, por fin, una confrontación en masa. Los combates individuales duraron unos 12 a 14 minutos. Los Migs del adversario fueron descriptos como “los mejores aparatos de la aviación comunista”, pero no se aclaró si eran del modelo 17 ó del 21; tampoco se sabe cuántos aparatos enemigos entraron en acción, pero toda la Fuerza Aérea norvietnamita se reduce a 70 máquinas. El parte norteamericano informó que habían sido derribados 7 aviones comunistas contra 0; Hanoi mencionó 2 éxitos suyos y no aludió a sus propias pérdidas.

El largo desgaste
Durante todo este tiempo, el general Westmoreland parecía estar en todas partes a la vez. Ataviado con elegante uniforme de fajina y gorra de béisbol adornada con cuatro estrellas de plata, se propuso inspeccionar sus tropas en el campo de batalla, por lo menos, tres veces a la semana. Llega como un remolino y, antes de desatar su pintoresca charla, se planta firmemente ante sus hombres con los brazos en jarras, arquea el cuello —con lo que su mandíbula parece aún más firme— y “personifica, así, la beligerante águila norteamericana”, según el inspirado lenguaje de Newsweek.
Todo su staff está compuesto de oficiales curtidos y pragmáticos.' El general de brigada James F. Hollingsworth, un tejano que comanda la 1ª división de infantería, explicó recientemente: “En las guerras convencionales, la infantería se usaba para abrir brechas en las filas enemigas; a través de esas brechas pasaba el armamento. Aquí, en cambio, hacemos avanzar batallones armados con rifles, mientras enviamos el armamento por ruta. Cuando el Vietcong se agrupa, y ataca con fuerza la columna, caemos sobre ellos con toda nuestra fuerza”. A su vez, el teniente coronel Henry Emerson, que comanda el 2° batallón del destacamento aéreo, planeó una táctica bautizada Checkerboard (Tablero de Damas). Dispersando sus pelotones como las piezas de un juego de damas, con uno de ellos rastrea la guerrilla, y luego, través del contacto radial, mueve sus otras piezas hasta liquidar al enemigo.
Pero, tal vez, la evidencia más espectacular del talento improvisador norteamericano es el concepto de la división aérea móvil. Desde 1963, el Pentágono experimenta una unidad autosuficiente que depende, para su movilidad, de los helicópteros: los Chinook son capaces de levantar piezas de artillería y aun de disparar cohetes. La 1ª división de caballería (aérea) llegó al Vietnam en el último trimestre de 1965, y, desde entonces, con sus 465 aparatos que vuelan a más de 100 millas por hora, sitúa centenares de combatientes en la retaguardia enemiga.
Cabe recordar, finalmente, el poderío abrumador de la aviación. Westy cuenta con máquinas y pilotos que efectúan, mensualmente, hasta 12.000 vuelos separados sobre Vietnam del Sur: el doble del esfuerzo cumbre de la Luftwaffe durante la batalla de Gran Bretaña. Hasta la semana pasada, Vietnam del Norte no intentó ofrecer resistencia en el aire, a no ser por medio de sus baterías antiaéreas y cohetes (los cuales, ciertamente, desde que la guerra empezó, han derribado unos 500 aviones).
Como dijo recientemente el teniente general Stanley R. Larsen: “Hace un año, el Vietcong tenía mucho en su favor; ahora, todo está de nuestra parte; donde podemos encontrar al enemigo, podemos también eliminarlo. El Vietcong lo ha entendido ya”. Sin embargo, aunque algunos estrategos de Washington afirman que se está a punto de quebrar la espina dorsal del enemigo, Westy y sus hombres prefieren regatear con su propio optimismo. “Creo —dijo el Comandante en jefe— que por algún tiempo deberemos luchar contra la fuerza principal del enemigo.” Larsen agrega: “No creo que hayamos llegado a las etapas finales. De hecho, el Vietcong tiene más hombres que nunca”.
Por lo demás, aun reducida a la impotencia la fuerza principal, no por eso la guerra habrá concluido; es una tarea mucho más compleja destruir la estructura política del Vietcong. Otro oficial confesó: “El 80 por ciento de la población está influida todavía por los comunistas”.
La perspectiva es una larga guerra de desgaste. Seguramente, Ho Chi Minh seguirá peleando, a la espera de que Washington ceda a la presión de la opinión pública, en los Estados Unidos y en las naciones europeas. A su vez, los norteamericanos —que ya lo han convencido de que no puede vencer en el campo de batalla— se preponen invalidar lo más pronto posible la fuerza principal del Vietcong; después habrá que modificar nuevamente la táctica, la composición de la fuerza norteamericana, y concentrarse en la tarea de extirpar la influencia comunista en las ciudades y las aldeas.
Desde ya, Westmoreland desarrolla un ambicioso programa de reentrenamiento con las tropas survietnamitas, que hace tres meses no cumplen sino servicios de retaguardia; les enseña tácticas elementales de infantería y —lo que es realmente nuevo— una actitud respetuosa y honesta para con los campesinos.
Ni él ni nadie puede predecir cuánto tiempo llevará restablecer la autoridad del Gobierno de Saigón en todo el territorio situado al sur del Paralelo 17; tampoco sabe, por ahora, cuántos soldados norteamericanos deberán todavía cruzar el mar. Actualmente afluyen a razón de 16.000 hombres por mes, y no hay indicios de que ese promedio esté por bajar. Las únicas limitaciones imaginables son el descontento de las familias en les Estados Unidos y el interrogante sobre cuántos soldados más puede tolerar la economía vietnamita sin llegar al colapso.
Todo el mundo conoce la manera norteamericana de vivir; la aprecia y la adopta con milagrosa espontaneidad. Todo el mundo conoce, también, la manera norteamericana de hacer la guerra; la rechaza y la, critica por torpe y por cruel. Lo único que se puede decir en favor de ella es que no se ha descubierto otro modo de combatir por las armas la dominación comunista.
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Recuadro en la crónica
VIETNAM
GUERRA Y ECONOMIA
Por Paul A. Samuelson
Guerra en VietnamUn ejército pelea también con su estómago y hasta el valiente, diminuto David necesitó una piedra para derribar a Goliat. De ahí que llevar adelante una guerra como la de Vietnam sea, en buena parte, un problema económico. ¿Debemos seguir luchando, podemos permitírnoslo, económicamente? ¿Podemos permitirnos, económicamente, escalonar la guerra, prolongarla, concluirla? Los expertos coinciden, de manera abundante, en los puntos involucrados por este tema.
¿Alcanzará nuestro dinero?
La falta de un clavo hizo perder un reino, pero jamás imperio alguno se derrumbó por la escasez interna de lícitas ofertas de apoyo. Cuando se lee en la prensa financiera que nuestras altas tasas de interés se deben “al dinero que huye”, se trata no tanto de una descripción cuidadosa de les hechos como de la prueba de que, bajo la piel de cada conservador, serpentea un poeta.
¿Vietnam quita a nuestra economía recursos naturales agotables?
Les guerras modernas entrañan un uso intensivo de los metales y el petróleo. La esperanza de 1940, según la cual Hitler se quedaría sin combustible antes de llegar a París, era una creencia lírica, no idiota. Por otra parte, cuando el joven Maynard Keynes aseguró a sus amigos, en 1914, que la guerra sólo duraría unos meses porque las contiendas modernas eran demasiado costosas como para que las naciones pudieran librarlas, estaba demostrando la no infalibilidad de la ciencia económica.
Una estimación cuantitativa de los costos reales, en términos de recursos, es necesaria. Luis XIV desangró a Francia con sus crónicas guerras. Cuando el dictador Francisco Solano López enfrentó a su país con otros tres Estados latinoamericanos, dejó a las mujeres paraguayas sin maridos durante una generación, y a la economía en ruinas. El conflicto de Vietnam se apropia sólo de una pequeña fracción de nuestro Producto Bruto Interno. El pleno empleo —objetivo por el que luchamos en la década del 60— es, en cambio, un drenaje mayor, para nuestras minas y selvas, que Vietnam.
¿Determinará la guerra de Vietnam crisis inflacionarias irremediables en la economía?
De los viejos estadistas hemos heredado pensamientos; Herbert Hoover solía alertar: “La inflación es peor que Stalin”. No tanto. Una política fiscal agresiva, junto con una moneda consolidada, pueden surtir efecto para controlar la laguna inflacionaria creada por una guerra limitada, siempre que exista la voluntad de tomar aquellas medidas. Cuando Schacht previno a Hitler: “Si gasta usted un sólo centavo más, no respondo de las consecuencias”, delató su ignorancia sobre las particularidades de la guerra y su paranoia anti-inflacionaria.
¿La guerra de Vietnam empeorará nuestro balance internacional de pagos?
Sí, definitivamente sí. A pesar de que la mayoría de nuestros beneficios están ligados a recursos internos, los saldos positivos del comercio exterior son, a menudo, una necesidad. Si mañana estallara la paz, podría cesar nuestro drenaje de oro, y se vería ampliada nuestra libertad para cumplir objetivos domésticos.
Esto nos lleva a la cuestión crucial: supongamos que la guerra fría llega a su fin.
¿Puede la economía norteamericana permitirse la paz?
Dos años atrás, cuando se encrespó la guerra de Vietnam, escribí que todos los temores de una depresión en 1966 quedaban disipados. La rápida alza del PBI, ocurrida desde entonces, mostró que yo estaba en lo cierto. Pero, ¿fue prudente haberlo dicho? Pravda se sintió en condiciones de opinar que hasta los profesores norteamericanos admitían que la prosperidad económica dependía de la guerra.
En aquel momento olvidé una lección aprendida hace tiempo. Un empresario que criticaba uno de mis libros, extrajo de él esta frase típica: “En el siglo XX, los gastos del Gobierno han crecido con más rapidez que el ingreso nacional”.
—¿No es una verdad, acaso? —le pregunté.
El empresario, luego de un silencio, lanzó este consejo que me prometí recordar siempre: “Sí, es verdad, pero’ nunca debemos mencionar hechos como ése sin deplorarlo”.
Quiero ser claro: sin duda tenemos el poder necesario como para adoptar programas fiscales y crediticios de expansión, con el fin de paliar cualquier descenso en los gastos de armamentos. No es seguro que el electorado tenga el deseo político de respaldar el empleo de ese poder, con la misma decisión que imponen las guerras.
Y al mencionar este hecho debo añadir que lo deploro.
Copy right Newsweek, 1967.
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Revista Primera Plana
10.01.1967

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