Mágicas Ruinas
crónicas del siglo pasado

buenos aires
LOCURA DE ZAPATOS, CINES QUE PRODUCEN 200 MILLONES, BAILES, COMIDAS Y COPETINES
Por PEDRO PATTI
TENGO la impresión de que en el poco tiempo que llevo en Buenos Aires he descubierto algo que, quizá, usted ignora no obstante haber nacido en ella.
—¿Qué, por ejemplo?
—¿Cuál es la personalidad de Florida? O, para ser más concreto y preciso, ¿sabe usted cuál es la característica sobresaliente de esta calle de comercio altamente dinámico y de tránsito torrencial?
—Acaba de decirlo: comercio altamente dinámico y tránsito torrencial como en ninguna otra calle del mundo, incluyendo la Hohestrasse, de la ciudad de Colonia, en la Alemania Occidental, tenida por la vía pública exclusivamente para peatones más comercial de Europa —respondo, imaginando haberme apuntado un lindo tanto.
—No.
—El número y la magnificencia de sus tiendas.
—No.
—La multitud de mujeres bonitas.
—No.
—¿Qué, entonces?
—¡Sus zapaterías! —responde mi interlocutor, un gringo trotamundos, llegado al país hace dos meses y que parece sufrir fuertemente de la manía de las estadísticas—. Vamos a ver: ¿sabe usted cuántas zapaterías hay en la calle Florida? ¿Cuántos pares de zapatos se venden diariamente? ¿A cuánto ascienden las ventas al cabo de un año?
—No tengo la menor idea —confieso, con la desconcertada confusión de aquellos tranquilos transeúntes sorprendidos por la esfinge a la entrada de Tebas y devorados cuando no acertaban con las preguntas correctas.
—Se lo voy a decir. Desde Rivadavia a Plaza San Martín existen exactamente treinta y ocho zapaterías, la mitad de las cuales están ubicadas en sólo tres cuadras, desde Bartolomé Mitre hasta Corrientes: se venden término medio veintiocho mil pares diarios, poco más de un millón por año y el monto de las ventas supera holgadamente los ciento treinta millones de pesos anuales. ¡He ahí la característica más notable de Florida! En ninguna calle ni avenida del mundo existen tantas zapaterías juntas, ni se venden tantos zapatos por día, ni se ofrece tanta variedad de modelos y calidades.
¡Rábanos! Hay manías y hobbies que contagian más rápidamente que viruela negra o fiebre amarilla. Escuchar al forastero y sentirme yo instantáneamente atacado por la fiebre alta de los guarismos y promedios, por el impulso irresistible de batir la ciudad, pulsando la magnitud de las peculiaridades sobresalientes de sus rúas y bulevares fué la misma cosa y, a poco que ando, descubro con el asombro imaginable que existen calles que son la más acabada sinonimia de cosas y lugares perfectamente definidos por el diccionario. Verbigracia: la calle Lavalle, que bien puede llamársela "Jauja”, y no precisamente porque aluda a Jauja, capital de la provincia peruana de Jauja, sino al país maravilloso donde sólo se vive para comer, distraerse y divertirse, pues hay allí en la calle Lavalle, a lo largo de cuatro cuadras, desde Carlos Pellegrini a Florida, nada menos que diecisiete cines que absorben en sus diversas secciones, término medio, y promediando con sábados, domingos y festivos, cien mil espectadores diarios, esto es, treinta y seismillones quinientos mil por año que dejan en boleterías más de doscientos millones de pesos anuales, sin contar, claro está, con los cines próximos, a pocos metros de distancia, en las cuadras transversales (en Suipacha, entre Lavalle y Corrientes, hay tres; en Esmeralda, a la misma altura, un cine y un teatro; y un cine más en la calle Maipú, a cincuenta metros de Lavalle). En esas cuatro cuadras de intensísimo ir y venir (en determinados momentos, sobre todo a la salida de los cines, transitan por ella entre quince y veinte mil peatones, lo que ha obligado a la Municipalidad a cerrar el paso a los vehículos a partir de las diecisiete horas), puede contarse la exorbitancia de treinta y dos establecimientos de diversos tipos donde se come y se bebe, en algunos a cualquier hora del día y de la noche; y que van desde el viejo restaurante donde el mozo —¡oh, reliquia viva, anacrónica pero incontaminada de un pasado reciente y, sin embargo, que parece tan lejano, remotísimo!— suele todavía acompañar al cliente hasta la salida para abrirle la puerta con toda fineza y desearle muy buenas noches, hasta esos bares lácteos, cafeterías, copetines al paso, confiterías y esos lunchs americanos donde, bandeja en mano, uno se sirve de una sola vez todo lo que apetece y come a la disparada, de pie junto a las columnas o de cara a la pared como si fuera, más que comensal, condenado por alta traición y que está allí, masticando rápidamente mientras aguarda la orden de "¡Fuego!” y el pelotón que lo tumba por la espalda, mandándolo al otro mundo con buenos ravioles adentro.
En la otra cuadra, hacia el sur, está Corrientes la llamada por unos la "Broadway” porteña y por otros “La vía láctea” de Buenos Aires. Dos remoquetes muy bien puestos, sobre todo el segundo que, como es fácil imaginar, no se refiere a ese medio centenar de "cabañas” o bares lácteos que se cuentan desde Leandro N. Alem hasta Callao, sino porque es la arteria nocturna más iluminada del distrito capitalino, una especie de vía láctea sideral de una galaxia en crecimiento. Como Broadway, la famosísima avenida neoyorkina, Corrientes es la calle de los cines, de los teatros, de los restaurantes de alto coturno o los modestos y de las cantinas italianas con mozos en camisa arremangadas y cubiertos en la cintura; es la calle de los night-clubs, de las boîtes, de los bailongos, de los cabarets; es la calle de las confiterías en los sótanos, de las que dan directamente sobre la calle, de las que están a cincuenta metros de altura o más, como ésa instalada en el piso décimonono y de la que se domina buena parte de la ciudad titánica; es la calle de los sucesos insólitos, increíbles, como ese fakir tratando de batir un récord mundial con la lengua clavada en un tablón; es la calle donde uno entra a las diecisiete horas en un salón lujoso donde se escucha por lo bajo música chopiniana, y en lugar de tomar el té de acuerdo con el rito y la costumbre londinenses del five o'clock (té, leche fría, crema, tostadas, mermelada, manteca, algún sándwiche, alguna masa, una tartaleta de frutilla etc.), uno pide muy suelto de cuerpo, sin ruborizarse:
—Por favor, tráigame un buen plato de espaguettis con queso sardo, bastante pumarola y medio vaso de tintillo de la casa.
Si Lavalle es la calle de Jauja, la avenida Corrientes es, para mí, la cueva inmensa de Gargantúa y Pantagruel.
Allí, en Corrientes, desde Callao a Leandro N. Alem, no más, se preparan diariamente montañas de comida. Papas fritas, milanesas, bifachos jugosos, en las mesas o de pie en el mostrador. ¡Espartadas y tallarines!
Y cada veinte metros un bar lácteo o el copetín al paso. O la confitería de lujo. O el bar con música de tango. Las batidoras de copetines runrunean sin cesar. Y las licuadoras zumban las 24 horas del día lanzando sobre la ininterrumpida clientela cientos de miles de litros de jugos de fruta de todas clases y combinaciones.
Gente que no consiguió entradas para el cine o el teatro y deambula, extasiándose en este derroche de luces, de alegría y extravagancias.
—¡Pasen a ver el faquir! —¡Aquí se venden libros! —¡Aquí se venden discos!
La música y el bullicio acompañan al viandante por todas las cuadras de esta Corrientes única e inimitable.
—¡Aquí se tira al blanco!...
Y mientras unos bojean los últimos libros, otros prueban puntería o juegan al fútbol en las máquinas automáticas.
Cien metros más allá, siempre hacia el sur, la calle Sarmiento, cuya característica sobresaliente son las mueblerías. Atravesando Sarmiento, la calle Libertad, el pequeño ghetto de las “Tres bolas”, símbolo de los boliches de compraventa, con sus “jacobos” en la puerta, ofreciendo a los pasantes todo lo que habría en el mercado de las pulgas de Madrid: trajes, zapatos, valijas, patines, telescopios, boleadoras, etc. Diez o doce cuadras más arriba, el gran ghetto de la calle Junín. algo así como si se hubieran trasladado allí todos los mercaderes en trapos del Asia Menor, de la cuenca mediterránea que va desde Galípoli a la frontera con Egipto. Se calcula que el capital de la doble ringlera de esos negocios de turcos, sirios, árabes, palestinos y libaneses instalados a lo largo de sólo cuatro cuadras, desde Corrientes a Córdoba, oscila entre los ciento ochenta y doscientos millones de pesos.
Hay una arteria relativamente nueva, no obstante su condición de antigua avenida, que se graba instantánea y hondamente en el recuerdo de los visitantes europeos y de la América del primer piso: Entre Ríos, la “calle de los churrascos”, la “avenida de los chinchulines", según la bautizó Gina Lollobrigida cuando la llevaron allí y alguien le preguntó, como si se tratase de la cosa más natural del mundo:
—¿Qué prefiere usted, Gina? ¿Shorthorn, Hereford o Aberdeen Angus?
Gina se había rascado deliciosamente la nariz, evidentemente indecisa y terminó diciendo con su muy deliciosa sonrisa:
—Como no conozco a ninguno, tanto me da ir a uno o al otro. Vamos al restaurante del signore Aberdeen Angus. ¡Me fascinan los nombres compuestos!
El lapsus fué inmediatamente aclarado por el visitante, quien explicó que Aberdeen Angus no era un señor de apellido compuesto, sino una raza de vacuno; y que en esos momentos estaban en la avenida de los restaurantes, que podía escoger este donde se consumía exclusivamente carne de Hereford, o aquel donde servían únicamente carne de Shorthorn o el de la otra cuadra especialista en Aberdeen Angus.

Pie de fotos
-CORRIENTES NOCTURNA... Derroche de luz, con profusión de letreros luminosos y un gentío constantemente renovado. Hombres y mujeres que entran y salen de cines, teatros, “boíles”, bares, restaurantes y lugares de entretenimiento que están siempre concurridos.
-FLORIDA, la tradicional arteria de las grandes tiendas, y sobre todo de numerosas y grandes zapaterías que atraen a los transeúnte
-EL BAR AMERICANO o el copetín al paso, lugar de escala para los apremiados o los que gustan de beber y de charlar de pie.
-LOS RESTAURANTES y las confiterías se hallan siempre colmados en horas de la noche. Allí se suceden las orquestas y números artísticos. Es Corrientes, sin duda, la calle de la alegría y la música.

Revista Mundo Argentino
23.02.1955

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