Mágicas Ruinas
crónicas del siglo pasado
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Cadena de diarios La primera presidencia Historia del peronismo EN abril de 1947, Perón concentró definitivamente en sus manos las riendas del Gobierno. Acababa de conquistar el único de los Poderes . constitucionales que se le resistía, el Judicial (el Ejecutivo era él y podía dominar el Legislativo a su antojo), sustituyendo a la Corte Suprema mediante un juicio político a los magistrados que no aceptaban el nuevo régimen (Nº 184). Sin embargo, sabía que era preciso controlar un resorte más: los medios de información. Para conseguirlo, debía tejer una red informativa que asegurase la difusión de noticias favorables al Gobierno. La mayoría de los diarios que aparecían entonces en Buenos Aires se habían mostrado adversos al peronismo durante la campaña presidencial, y la adhesión que algunos de ellos comenzaban a insinuar, no resultaba suficiente. De los seis matutinos de 1947, sólo dos, Democracia y El Laborista, habían apoyado la fórmula Perón-Quijano. Los otros cuatro, La Prensa, La Nación, El Mundo y Clarín, se habían embarcado en una inocultable propaganda de Tamborini-Mosca; los tres primeros respondían a la tradicional estructura política del país. Clarín, que había irrumpido en 1945, era dirigido por un militante que mantenía compromisos con el pasado: Roberto J. Noble, el fundador. También se alinearon en ese frente tres de los cuatro vespertinos: La Razón, Crítica y Noticias Gráficas. El restante, La Epoca, había torcido su prédica radical algunos meses después del golpe militar de junio de 1943, cuando su director Eduardo Colom se pasó al peronismo. Ese cuadro iba a sufrir considerables modificaciones. Al terminar los primeros seis años de Gobierno, el peronismo ya dominaba una poderosa organización periodística que le adjudicaba prácticamente el monopolio de la información. De los diez diarios mencionados, sólo uno, La Nación, desentonaba, tímidamente, del coro oficialista. El resto obedecía a la línea editorial marcada por un organismo al que se confirió vastos poderes: la Subsecretaría de Informaciones, regenteada por Raúl Alejandro Apold. Ya entonces El Mundo, La Razón, Crítica y Noticias Gráficas se habían incorporado a la cadena de diarios oficialistas: La Prensa, expropiada, pertenecía a la Confederación General del Trabajo, y Clarín se había amoldado a la nueva situación. Un diario más había nacido en Buenos Aires, bajo la tutela del Ministro del Interior, Angel Gabriel Borlenghi: El Líder. DEMOCRACIA ABRE EL CAMINO El primer eslabón de la cadena fue Democracia, cuyos fundadores, Mauricio Birabent y Antonio Manuel Molinari, comenzaron a editarlo a fines de 1945 con el propósito de conseguir adeptos para la plataforma peronista y su anunciada reforma agraria (Nº 190). Cuando Perón dio la espalda a esa política, una vez en el poder, Molinari y Birabent se desprendieron del diario. Democracia fue comprado por María Eva Duarte de Perón, según Birabent por 50 mil pesos y según Aristides Zurita, su nuevo director, sólo por 40 mil. El traspaso de la empresa editora, instalada ya en Avenida de Mayo 654 (viejos talleres de El Sol), quedó registrado en la escribanía de Raúl F. Gaucherón. Esto ocurría a mediados de 1947, después de que Evita fue convencida de “la necesidad de tener un gran diario para el movimiento”. Los capitales iniciales que aportaron Miguel Miranda, Orlando Maroglio y Alberto Dodero sirvieron para poner en marcha una segunda etapa del matutino, menos idealista aunque más lucrativa. “Cuando asumí la dirección de Democracia —evoca ahora Zurita—, el tabloid de 4 mil ejemplares se convirtió en un gran diario, con una tirada que superó las 300 mil copias, alcanzando un lugar en el periodismo argentino, gracias al esfuerzo conjunto de un grupo de periodistas capacitados, dinámicos y de gran visión, quienes me acompañaron en la empresa.” A partir de enero de 1949, la editorial se reorganizó, y Democracia fue dirigida por Martiniano Passo; mantuvo su vertiginoso crecimiento debido a una fisonomía acentuadamente popular, con grandes espacios destinados a la información deportiva, turfística y policial. La avalancha de avisos oficiales alentó a los inversores. La idea de agregar nuevos eslabones tomó forma rápidamente y el peronismo apuntó entonces a un segundo objetivo más importante: la Editorial Haynes. EL HOMBRE INDICADO La tarde en que Evita charlaba plácidamente con el mayor Carlos Vicente Aloé, jefe administrativo de la Presidencia, a bordo de un tren que los conducía a Salta, fue sorprendida por un inesperado regalo que dos personas dejaron en sus manos sin mayores explicaciones. Después de desatar el paquete y descubrir un pequeño libro lleno de fotografías impresas, preguntó a Aloé: —¿Y esto qué es? No entiendo. —Un anuario, señora. El anuario de Democracia. —¿Y me querés explicar para qué sirve? —Bueno..., es uno de los tantos recursos que tienen los diarios para conseguir avisos y ganar plata. —¿Así que vos entendés de esto? En cuanto volvamos te haces cargo de Haynes. —No, no, pero si yo no sé nada de esto. No entiendo ni jota de periodismo... —Vos tenés que ir. Acabamos de comprar El Mundo, El Hogar, Mundo Argentino, todo lo de Haynes, y alguien lo tiene que dirigir y administrar. Y yo quiero que seas vos. —Bueno, pero yo tengo que consultar con el Presidente; que lo decida él. —El va a decir que si. El ingreso de Haynes a la cadena oficialista se produjo mediante el traspaso del 51 por ciento de las acciones, lo que otorgaba a los nuevos socios la mayoría absoluta en las decisiones del directorio. Aloé, que pasó a presidir ese organismo (efectivamente, Perón le dio el sí), compartía el manejo de la empresa con los anteriores propietarios. “Los ingleses hicieron un magnífico negocio —explica ahora— porque nos vendieron la mitad de sus acciones e invirtieron en otras empresas ese dinero; siguieron cobrando dividendos de su participación y dos de ellos percibían sueldos y honorarios de directores. Como se ve, no hubo ningún despojo, sino una operación comercial beneficiosa para ambas partes.” COLOM SE RESISTIA Cuatro nuevos e importantes eslabones se agregarían con la adquisición de Crítica, La Razón, Noticias Gráficas y La Epoca, que representaban el monopolio informativo de la tarde. Salvadora Medina Onrubia de Botana, dueña de Crítica, vendió la totalidad de sus acciones a una nueva sociedad, Cadepsa, y el vespertino que Natalio Botana fundó en 1913 pasó de las manos de su yerno, Raúl Damonte Taborda, a las de un nuevo director: Pedro Yofre. La familia Peralta Ramos, en cambio, se mantuvo al frente de La Razón, pese a que había vendido íntegramente su paquete accionario (hecho no probado). Ricardo Peralta Ramos, quien la semana pasada se excusó de explicar a Primera Plana los detalles de aquella operación y la forma en que fueron rescatadas esas acciones una vez derrocado el peronismo, siguió dirigiendo ininterrumpidamente el diario de la Avenida de Mayo. Mucho más engorrosa fue la incorporación de La Epoca, de la que Colom no quería desprenderse a pesar de las intimaciones. “Yo compré la marca en 1937, después que José Luis Cantilo la dejó vencer, y edité un semanario radical yrigoyenista hasta 1943, en que elogié a Perón en un editorial titulado Surge un valor. Eso me valió una entrevista con el coronel y la promesa de una ayuda financiera para convertir a La Epoca en diario. La ayuda tardó, pero vino a través del entonces Ministro del Interior, Jazmín Hortensio Quijano, quien me entregó 50 mil pesos, a cuenta de publicidad, de los fondos reservados del Gobierno, a fines de agosto de 1945. Con un crédito de 25 mil pesos y otro tanto que tenía mi hija ahorrado, junté 100 mil pesos y edité el diario a partir del 7 de setiembre.” La redacción, que funcionaba en Moreno 550, vio crecer rápidamente el tiraje. De 50 mil ejemplares iniciales se llegó a 120 mil en 3 meses. “Fue el único diario importante que defendió a Perón después de su caída, en octubre de 1945; sin embargo, una vez elegido y poco antes de asumir la Presidencia, Perón me envió solapadamente al general Filomeno Velazco, Jefe de Policía, para convencerme de que vendiera La Epoca. Me negué e inicié entonces una campaña contra el Secretario de Industria y Comercio, Joaquín I. Sauri, que me retaceaba el papel. Perón me dijo personalmente que estaba al lado mío para defenderme, pero volvieron a intimidarme para que frenara la campaña. Yo ya era Diputado y seguí adelante; me incorporé a la Cámara y durante 3 años no me molestaron. Hasta que en 1949, el Diputado radical Emir Mercader me dijo que tenía informes sobre una nueva tentativa contra La Epoca.” Ese año Colom había comprado los talleres de Rivadavia 775 por 11 millones de pesos, con hipotecas y créditos, y los organizadores de la cadena decidieron tentarlo: “Aloé y Cámpora me ofrecieron 500 mil pesos por el diario. Rechacé la oferta y me extorsionaron hasta que debí ceder. Pero entregué La Epoca y los talleres sin cobrar nada, sólo con la condición de quedar al frente de la dirección. Claro que como yo era Diputado y no tenía mucho tiempo para ocuparme, me saboteaban el diario. En 1950 escribí una serie de artículos sobre el revisionismo histórico y en Entre Ríos se dividió el partido en peronistas rosistas y urquicistas; el Interventor Federal, general Albariños, pidió mi expulsión y eso precipitó las cosas, hasta que perdí también la banca por una maniobra con las circunscripciones; entonces cedí la dirección de La Epoca. Perón me concedió una sola gracia: elegir a mi sucesor. Puse a un periodista español, Luis Sánchez Abal, que siguió hasta 1955. Yo entregué la dirección el 30 de enero de 1951; Alea se quedó con el taller, y una nueva empresa, Luz S. A., explotó el diario. No me pagaron nada por todo eso”. Cuando José W. Agusti advirtió que su diario, Noticias Gráficas, era codiciado por la cadena en formación, se preparó para negociar en condiciones más favorables y apeló a dos recursos: aumentar el pasivo y exigir un cargo diplomático en compensación. Lo obtuvo y asistió como Embajador a la Asamblea de las Naciones Unidas realizada en París en 1948. Mientras tanto, Noticias Gráficas, dirigida por Emilio Solari Parravicini, ingresaba al patrimonio de la Editorial Democracia S. A., propietaria también de los diarios Democracia, El Laborista y La Mañana, de Mar del Plata; este último dirigido por Julio A. López Pájaro. ALEA, LA CABEZA IMPRESORA Otros diarios del interior serían también asimilados por la floreciente organización: Tribuna, de Tandil; La Libertad, de Mendoza; Atlántico, de Bahía Blanca; El Plata, El Argentino y El Día, de La Plata. Pero la llave maestra que ponía en funcionamiento a la organización empresaria se llamaba Alea S. A., en cuyos talleres gráficos se imprimían casi todos los diarios. Esta empresa inauguró en 1951 el edificio levantado en Bouchard 722, donde se imprimirían luego Democracia y El Laborista, y explotó los talleres instalados en Hipólito Yrigoyen 653, que albergaron a esos dos diarios primero y a La Epoca después. También regenteaba los edificios de Avenida de Mayo 654 (que sirvió de redacción, administración y publicidad a los primeros diarios de la cadena); el de Rivadavia 763 (donde funcionaba una imprenta de obra) y el de San Lorenzo 1256, en Rosario (local que sirvió de sede a dos nuevos diarios: Democracia y Rosario). Las modernas maquinarias instaladas en Bouchard asimilaban también trabajos para terceros; sus rotativas llegaron a imprimir más de un centenar de semanarios y quincenarios especializados, y sus planas editaron toda clase de folletos, revistas y hojas de propaganda para los organismos oficiales y el Partido Peronista. El imponente rascacielos de 43 pisos que se levantó sobre la Avenida Leandro N. Alem y Viamonte, con 99 mil metros cubiertos y 146 metros de altura, edificado junto con los talleres de Bouchard (separados en otro cuerpo), pertenecía a una de las empresas del pool: Atlas S. A. y, según Aloé, “su explotación servía de respaldo financiero a toda la organización”. (La mayoría de sus departamentos fueron ocupados por oficiales de Marina y Aeronáutica.) En esos sótanos, debajo de las rotativas, está el famoso bunker a prueba de bombardeos, construido con las máximas garantías de seguridad, y descubierto en setiembre de 1955. Aloé explica que su diseño obedeció a una iniciativa de la empresa alemana que tuvo a su cargo la obra. “Los ingenieros —dice— me mostraron los planos y dijeron que en Europa, después de la guerra, no se construye un rascacielos de esta magnitud sin refugio antiaéreo. ¿Por qué no hacerlo si era una medida de seguridad? Claro que yo no iba a imaginar que después inventarían esas historias de la dolce vita que nos adjudicaron. ¿A usted le parece que si uno hubiera tenido necesidad iba a ir allí, donde había tanta gente trabajando? Por favor...”. Cuando los nuevos dueños se hicieron cargo de Haynes, Emilio Rubio fue confirmado como director del diario El Mundo, León Bouché se mantuvo a cargo de las revistas El Hogar y Selecta, y Adolfo Fito Aleman quedó al frente de Mundo Argentino. Pero pronto habrían de agregarse nuevos títulos. “Me di cuenta de que con esos talleres podíamos hacer más cosas y dar trabajo a más gente —dice Aloé, presidente de aquel directorio—; entonces editamos otras revistas. Yo dirigía Mundo Deportivo y Mundo Agrario; Renato Ciruzzi era el responsable de Mundo Infantil y Mundo Atómico; Viglione hacía Mundo Radial; a Bouché le agregamos Caras y Caretas y a Rubio el P.B.T. En el mercado periodístico de esa época, los nuevos títulos de Haynes entraron en competencia directa con las revistas de Atlántida: El Gráfico, La Chacra, Billiken y Para Ti. Una batalla que hasta ese momento sólo habían librado El Hogar y Atlántida. La debilidad del mayor Aloé por los deportes (fue el organizador de los Primeros Juegos Deportivos Panamericanos) se traslucía en las recomendaciones severas que daba a los cronistas deportivos de los diarios de la cadena (“Era un rubro que cuidaba con esmero”). Los editoriales que firmaba en Mundo Deportivo (escritos por Horacio Besio) exaltaban la especial atención que el Gobierno dedicaba a las prácticas deportivas. “Todo eso respondía a un plan cuidadosamente elaborado —admite ahora—, en el que se quiso lograr el perfeccionamiento físico del pueblo desde la niñez. No es nada nuevo, por supuesto. Otros países, como la Alemania de Hitler y la Italia de Mussolini, lo habían hecho antes que nosotros. Los griegos, en su época, ensayaron este sistema, y ahora los rusos y los norteamericanos se desviven por ganar una Olimpíada.” Aloé, que se resiste a emplear la palabra “cadena” (“Digamos que era una organización”), desmintió la versión que descifraba la marca Alea como una sigla compuesta por los nombres de sus propietarios: “Nada de eso. Se usó la primera palabra de la frase latina Alea jacta est (La suerte está echada)”. Desde su departamento de Coronel Díaz y Santa Fe (“Que uso sólo cuando vengo a Buenos Aires, porque yo vivo en mi estancia de Rojas, donde están las mejores tierras del mundo”), el ex jefe administrativo de la Presidencia y ex Gobernador de Buenos Aires niega que aquellas empresas fueran una cadena oficial, como se dio en llamarlas. “Mire, la gente confunde todo. Eso era una organización de empresas periodísticas dirigida por funcionarios del Gobierno y por otra gente que no lo era. Claro que respondía a una idea: la de formar opinión, porque todos los gobiernos necesitan tener medios de información que les sean adictos. Fíjese, en Europa casi todas las radios son oficiales. En Estados Unidos, además, está la cadena Hearst y nadie se espanta; y en Brasil, la de Chateaubriand. Nosotros no usábamos dinero del Estado, al contrario, las empresas daban ganancia. Usted haga el primer negocio y después los otros le vienen solos...” Aloé quizá olvidó que aquella “organización”, como él la denomina, monopolizaba prácticamente la información, porque las publicaciones que arriesgaban una opinión diferente de la del Gobierno debían enfrentar una poco disimulada persecución que iba desde las restricciones a las cuotas de papel hasta el secuestro de sus ediciones, la clausura de sus talleres y la detención de sus directores. En las redacciones, la prudencia era muy parecida al miedo y nadie trataba de ser original; lo mejor era trabajar sobre moldes convencionales: “No le voy a negar que había una información favorable al Gobierno, pero créame que era peor la autocensura. Muchos la estimulaban desde abajo, por su cuenta, sin que nadie se lo pidiera”, dijo a Primera Plana un ex jefe de redacción. Esa información (“construida”, como reconoció Aloé) provenía de la Subsecretaría de Informaciones y se convertía en un catecismo inviolable que nadie se animaba a omitir y, menos aún, a objetar. La cadena, a la que se agregarían más tarde Radio El Mundo y las emisoras de su red Azul y Blanca, tenía participación en acciones (lo suficiente para dominar) de las agencias noticiosas Saporiti y Agencia Latina. Tras el cierre de La Nueva Provincia, el tradicional diario de Bahía Blanca pasó a manos oficialistas y reapareció “encadenado”. Fuera de esas empresas, aunque entonando en el mismo coro, se alinearon más tarde La Capital, de Rosario, dirigido por Nora Lagos, y La Prensa, de la CGT. El Gobierno completaría su monopolio con una nueva sigla, APA (Agencia Periodística Argentina), y con todas las emisoras del país, engrilladas a otras dos cabeceras: Radio Splendid y Radio Belgrano. En 1951 abrió una nueva vía para comunicarse con la opinión pública: la televisión. 21 de febrero de 1967 - N° 217 PRIMERA PLANA |