Mágicas Ruinas
crónicas del siglo pasado
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| Las Artes Cine: Ni se importan films, ni al público le importa Cualquiera se da cuenta de que ahora va muy poca gente al cine, pero ni los diarios ni las empresas se han prodigado en explicar la ausencia. Para muchos, ése es un resultado de la crisis general que vive el país y que se manifiesta en terrenos cercanos al cine como el teatro, el libro o el disco. El comienzo del verano ayuda a esa explicación, tras la cual se da por descontado que en marzo todo volverá a ser como antes. AMENAZAS DE CIERRE. La crisis del cine tiene, además, sus motivos específicos y. tendrá seguramente sus consecuencias más largas. Se ha paralizado la importación de films extranjeros; quedan algunos pocos títulos pendientes de estreno, y el verano amenaza ser una temporada difícil de sobrellevar. La suspensión de importaciones cinematográficas no es ninguna novedad para la Argentina. Ocurrió en 1950 bajo el gobierno de Perón; volvió a ocurrir en 1969 cuando el Ministerio de Hacienda implantó un impuesto aduanero sobre el valor de las películas. La suspensión de septiembre de 1971 fue más radical porque había sido dispuesta por el gobierno dentro de una ley (la 19.242) que paralizaba todas las importaciones. La disposición regía hasta fines de octubre y fue, efectivamente, levantada. Pero entonces apareció otra ley (la 19.327) que multiplicaba por cuatro los recargos aduaneros a la importación. Antes de esas disposiciones la Aduana cobraba un derecho específico de 4,95 dólares por cada 100 metros de película impresa. Para un film normal de 3 mil metros, ese derecho, junto a otros recargos, establecía el costo de importación en 1.792,61 pesos ley. Cuando el recargo fue aumentado, el tributo aduanero pasó a ser de $ 4.256,22 lo que sumado al costo de la copia misma llevaba a un pago cercano a los 8 mil pesos. Por otra parte, las exigencias del extenso mercado argentino hacen necesaria la existencia de Unas siete copias de cada film, para cubrir exhibiciones simultáneas en varias salas de la Capital y las provincias. Esto multiplica el costo de importación a más de 5 millones de pesos viejos, sin contar aún rubros esenciales que van desde los derechos de exhibición comprados al productor extranjero hasta los gastos de publicidad y distribución. A principios de noviembre, el gerente de una empresa norteamericana declaraba: "Esto es confiscatorio y antieconómico; no podemos traer más películas". Al mismo tiempo, la Federación Argentina de Exhibidores Cinematográficos manifestó públicamente: "De mantenerse esta situación, las salas cinematográficas se verán obligadas en breve plazo a cerrar sus puertas ante la falta de material de exhibición”. PROTECCIONISMO Y DOLARES. Entre los vericuetos de la ley 19.327 había agravantes y alivios. Por un lado, no quedaba siquiera el consuelo de importar films bajo regímenes preferenciales como los que rigen el comercio cinematográfico con España y con países de la ALALC porque la ley no toleraba siquiera esas excepciones. Por otro lado quedaba en pie el recurso de importar solamente un internegativo de cada film y hacer las copias en el país, lo que beneficiaría a los laboratorios nacionales. Pero no es fácil acogerse a esta facilidad, en primer lugar porque los laboratorios no están equipados para ciertas exigencias técnicas (films en Panavisión y otros sistemas de pantalla gigante), y en segundo lugar porque obliga a disponer de película virgen que escasea en el país y que está sometida, a su vez, a un 15 por ciento de recargo en la importación. De hecho, casi ninguna empresa norteamericana creyó conveniente procesar sus films en laboratorios nacionales. Después de la ley 19.327 que permitía la importación pero fijaba recargos, la situación continuó casi igual. El panorama se complica por la cotización del dólar, que condiciona todo el negocio. El distribuidor independiente, que compra sus films en Italia o Francia, pasó en pocos meses a pagar cerca del doble por concepto de royalties (derechos de exhibición en la Argentina). El distribuidor que representa a compañías norteamericanas (Columbia, Fox, Metro, Warner, Paramount, Universal) no compra cada film sino que lo recibe para su explotación, pero debe girar a Nueva York una parte del producido, con lo que esa utilidad, trasformada en dólares, disminuyó considerablemente. Disposiciones del Banco Central han impedido, por otra parte, ese giro al exterior por concepto de royalties, y ninguna empresa norteamericana ha flecho remesas desde marzo de 1971. De hecho, Nueva York alimenta al mercado cinematográfico argentino sin cobrar por lo que entrega. Se calcula que la retención culminará, a fin de año, con la necesidad de remesar 1.600.000 dólares (cifra neta, descontados los impuestos al envío mismo). Desde el punto de vista extranjero, la Argentina pasa a ser un mercado difícil, que da utilidades cada día menores y que, por otra parte, no paga lo que debe. Cuando la situación ya parecía tocar fondo, el gobierno dio otro alivio temporario. En el llamado Plan Económico consta que el recargo aduanero, que cuadruplicaba los derechos, será eliminado gradualmente desde febrero, confiándose en que quedaría totalmente anulado en mayo de 1972. Si esa medida se ratifica, las importaciones volverán a existir desde esa fecha. Nadie sabe, en cambio, cuáles serán entonces las condiciones del mercado ni cuál la cotización del dólar, que pueden desbordar fácilmente todo optimismo. ACTIVIDADES NO LUCRATIVAS. Todo este desarrollo es típico de la inflación y prosigue, habitualmente, por el traslado de los mayores costos a mayores precios de venta. Pero los cines no pueden subir fácilmente las entradas, que han progresado desde los habituales pesos 3,70 de noviembre de 1970 a los 4,50 ó 5 de hoy. Esos precios resultan, a su vez, de otros factores impositivos. La entrada de pesos 4,50 surge de un neto de 3,08 que debe ser repartido entre la sala y el film. El resto de 1,42 corresponde a tres impuestos: • A las actividades lucrativas; • A la construcción de escuelas (que de hecho va a Rentas Generales); • A la contribución al Instituto Nacional de Cinematografía, que debe usarlo, a su vez, en la promoción del cine argentino. Buena parte del público cree que las entradas son caras, y lo prueba asistiendo con más frecuencia a las funciones cinematográficas baratas, sea en algunas salas de barrio, sea en los ciclos de reposiciones que ofrecen el San Martín, el Lorraine y otros recintos chicos. Para los estrenos se ha gestionado durante meses y años la reducción de impuestos, pero el gobierno no ha respondido. En la cinematografía local, nadie se manifiesta partidario de subir ahora las entradas para compensar los otros trastornos económicos. Se estima que esa medida está contraindicada, y mucho más cuando el verano comienza. Entre los factores que alejan al público, la censura local sigue teniendo primerísima importancia. La cartelera del centro de Buenos Aires en el lunes 6 de diciembre permitía esta clasificación: Films aptos para todo público en el Alfil, Biarritz, Gaumont, Grand Splendid, Ideal, Los Angeles, Metro (7 salas); Films no aptos para menores de 14 años: en el Broadway, Libertador, Lorca, Losuar, Luxor, Normandie, Paramount (7 salas). Films no aptos para menores de 18 años en el Ambassador, América, Arizona, Arte, Atlas, Capítol, Grand Rex, Hindú, Iguazú, Kraft, Loire, Lorange, Lorraine, Metropolitan, Monumental, Ocean, Opera, Plaza, Premier, Princesa, Sarmiento y Trocadero (22 salas). Ese cuadro se completa con datos exquisitos. Un film cómico de Jerry Lewis, como El profesor chiflado, resulta ser no apto para menores de 14 años, lo que le resta buena parte de su público natural. Un film como Octubre de Eisenstein, que es un clásico reconocido por toda historia del cine, ha sido marcado como no apto para menores de 18 años, probablemente por el temor de que la propaganda soviética se infiltre venenosamente en mentes inmaduras. Entre la falta de material nuevo y los costos de la explotación, casi toda empresa ha decidido aguantarse con medidas de emergencia. Hasta la semana pasada, varias salas estiraron su programación con estrenos de éxito ya disminuido a través de las semanas, como fue el caso de La gran ruta (Ambassador), Morir de amor (América), Por gracia recibida (Plaza), Octubre (Metropolitan) o Lave Story (Luxor). Otras apelaban a reposiciones como Dr. Zhivago (Broadway), Grand Prix (Metro) Sólo se vive dos veces (Normandie), o Ana de los mil días (Opera). Las salas no cerraron todavía y las empresas no quieren dar la alarma sobre su situación real quizá porque notificar sus malas recaudaciones o su carencia de material es una forma indirecta de perjudicar su propia situación en el mercado. Hay distribuidores optimistas que se pronuncian resignadamente por la idea eje que el país sólo debe comprar lo que pueda comprar. Hay, otros optimistas más paradójicos que piensan como aquel filósofo: "La situación es tan mala que he resuelto ser optimista, porque sólo puede mejorar”. ♦ PANORAMA, DICIEMBRE 14. 1971 |
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