Mágicas Ruinas
crónicas del siglo pasado

crisis interna peronista

LA CRISIS INTERNA DEL PERONISMO
El partido gobernante no necesitó que la oposición lo horadara. Sólo, sin más auxilio que las discrepancias surgidas de su propio seno, logró su naufragio político. El plan de Rodrigo, las exigencias gremiales y las aspiraciones de López Rega fueron los detonantes finales de un viejo problema que la muerte de Juan Perón agravó del todo. La verticalidad ya no sirve para nada.

DE pronto se terminaron los eufemismos. Y comenzó un juego arrasador: el de la verdad. La crisis, que desde hacía meses se retardaba a través de conciliábulos, negociaciones, amenazas, ataques oblicuos y frágiles disimulos, estalló a todo lo largo y lo ancho del oficialismo. Con los primeros resultados a la vista (quiebra de la verticalidad, insurrección del gremialismo, autonomía de los diputados y senadores peronistas, repliegue de López Rega, virtual disolución del Frejuli) y sus ulteriores consecuencias en el marco de los riesgos más imprevisibles, se impone una inmersión en el fondo del gran problema.
Pero antes que bajen los buzos, una anécdota poco o nada conocida. Ocurrió en la residencia de Olivos, un par de semanas antes de la muerte de Juan Perón. Acodado sobre los brazos de su sillón predilecto, el viejo caudillo reflexionaba en voz alta frente a su entonces ministro de Economía, José Gelbard:
—Estos ilusos que especulan con mi herencia se equivocan; yo no le paso el testimonio a nadie. Les dije hasta cansarme que se organizaran y no me hicieron caso. No quiero ni pensar lo que puede pasar cuando yo no esté. En el peronismo no hay ningún Alvear a la vista. Que Dios los ayude.
Al parecer, la Providencia se muestra renuente —hasta el momento, por lo menos— con los partidarios del extinto Presidente. La herencia —en rigor, el carisma— ha demostrado ser intransferible. En lugar del jefe indiscutido, verticalizador, se alzan ahora los fragmentos de un poder político que es de todos y de nadie, simultáneamente. La adhesión a María Estela Martínez de Perón se alterna con el flagrante desacato a sus decisiones. Quienes, más allá de la disputa electoral y los intereses de grupo, sostenían que el peronismo era la expresión política de la voluntad de poder de Juan Perón y que, por lo tanto, difícilmente sobreviviría a su muerte ostentan un mérito nada desdeñable: empiezan a tener razón.

Entretelones de la crisis
Cuando se iniciaron las primeras escaramuzas gremiales frente a los planes de Celestino Rodrigo (José López Rega descansaba en Río de Janeiro y según algunos cables analizaba planes inmobiliarios particulares) Redacción dialogó con allegados a la cúpula de la UOM.
—Este Rodrigo es peor que Krieger Vasena. Si no lo paramos rápido las bases nos comen.
La afirmación, en boca de un viejo dirigente sindical, fogueado en las grandes huelgas del interregno militar 1966-1973, adquiría el valor de un anuncio. Con deliberada ingenuidad se le preguntó entonces: “¿Pero ustedes no hablaron con el ministro sobre sus planes?”.
La respuesta desnudó la magnitud del problema y anticipó el curso de los acontecimientos:
—Nosotros fuimos a verlo, pero habló él solo. No le interesó para nada nuestra opinión. No fue una conversación. Fue la notificación de un oficial de justicia cuando hace un desalojo. Nos dijo que Id situación del país era catastrófica y que había que arremangarse. Y que se había acabado la vida fácil. El hombre estaba muy agrandado por la manija que le había dado López Rega.
Al día siguiente, todo el cordón fabril de Buenos Aires estaba parado. Una columna de 10 mil obreros marchó por la Panamericana con intenciones de llegar a Plaza de Mayo. Sólo la detuvo una impresionante concentración policial en el puente de la General Paz y Thames.
Mientras tanto, en la sede de la UCR. Ricardo Balbín que había dialogado en Olivos con la Presidente, confesaba su desaliento a Enrique Vanoli y Antonio Tróccoli.
—Me parece que esta es la última entrevista. Si tuviera que definir su resultado con una sola palabra diría que fue desoladora. La señora habló poco y nada. El gasto de la conversación lo hizo el ministro Vignes. Fue lastimoso. Me interrumpía con vaguedades cada vez que yo iniciaba una crítica. Me salió con el cuento de la semana trágica. Le tuve que decir que si nosotros habíamos tenido la semana trágica, ellos ya tenían dos años más que trágicos. Yo crea que esto se acaba; lo único que nos queda por hacer es evitar la quiebra institucional. El Senado tiene que elegir urgente a su presidente provisional. Si no se apuran, pronto será tarde.
Esa misma noche, no menos de una docena de encuentros entre senadores radicales y peronistas iniciaron la operación urgida por Balbín, En conversación con Carlos Perette, dos colegas suyos del oficialismo insinuaron razonables temores: “Nosotros estaríamos
dispuestos, pero podemos ser boleta”. El senador por Entre Ríos habría apelado a una convincente argumentación: “A la larga pueden serlo de cualquier manera”.

El vértigo de los días
La impiedad del almanaque se desplomó sobre los planes oficiales. La intención de Celestino Rodrigo. más o menos confesada en sus discursos y declaraciones (bajar el consumo limitando el poder adquisitivo o sea liberar precios y reprimir salarios), comenzó a sufrir duras interferencias desde el ámbito gremial. La obstinación del hombre común, empeñado en seguir comiendo todos los días, comprarse alguna ropa cada tanto e ir a veces al cine hizo el resto. Llegó así el aciago 27 de junio.
Fue una jornada sin precedentes en la historia del peronismo. Los gremios resolvieron el paro y la concentración en Plaza de Mayo para exigir la homologación de los convenios, ante la amenaza de su anulación. La Presidente exhortó en la madrugada, tras una agitada reunión de gabinete en Olivos, a no abandonar las tareas. A la tarde, la plaza estaba llena. La policía no interceptó a los manifestantes. Se limitó a controlarlos. Los tres comandantes generales de las Fuerzas Armadas le habían comunicado a la señora de Perón que el poder militar era prescindente ante el problema. Lo consideraban de índole política y gremial, ajeno, por lo tanto, a su incumbencia. Si la decisión hubiera sido otra, es poco probable que la manifestación popular se realizara. Dicho sea sin mengua del valor civil de los concurrentes, no habituados en el último siglo a movilizaciones sin previa autorización o pasividad policial. Los memoriosos recuerdan, sin ánimo de empañar el valor de la fecha, que el 17 de octubre de 1945 tampoco registró embestida por parte de las fuerzas del orden hacia los participantes. El carácter de epopeya que luego se asignó a aquel día no es equiparable al de la Comuna de París. Debe limitárselo al plano de la evocación poética.
El otro dato novedoso de la jornada del 27 de junio último fue la beligerancia verbal contra varios ministros del Gobierno. Pese a su pertenencia al entorno presidencial (y a despecho de las reiteradas adhesiones a la titular del Poder Ejecutivo y jefa del partido) la muchedumbre dilapidó la más escatológica de las adjetivaciones contra Celestino Rodrigo y José López Rega. Pese a nuestra adhesión al teatro moderno (y por consiguiente a la crudeza de sus expresiones) un resto de pudor Victoriano —que aquí confesamos— impide la transcripción de -los estribillos sobresalientes.

La noche de los alicates cortos
Fue significativo lo que ocurrió a partir del 27. Esa misma tarde, los dirigentes de la CGT y las 62 fueron a Olivos llamados por la
Presidente. A la entrada cumplieron algunas formalidades (se los palpó de armas y revisó sus autos) y pasaron al salón principal. Algo inquietos y desconcertados por la presencia de camarógrafos de televisión dirigidos por el locutor chaqueño Juan Carlos Rousselot, tomaron asiento frente a un estrado en el que se ubicó la señora de Perón flanqueada por los ministros Rodrigo y López Rega.
—Creíamos que íbamos a negociar la situación con todo el gabinete como nos había prometido Otero y nos encontramos con la sorpresa de que nos habían hecho ir para decirnos que al día siguiente tendríamos la respuesta. Mientras tanto nos madrugaron y tuvimos que levantar la movilización en Plaza de Mayo. Esa fue una nueva. Nos pasaron.
El comentario, con regusto a frustración, no convenció a los dirigentes que esperaron el regreso de sus compañeros en el local de la CGT. Su autor, secretario general de uno de los gremios más poderosos, acotó también:
—Esta es la última que nos hace Lopecito. Si mañana no hay homologación vamos al paro por 72 horas.
No hubo homologación. Pero el paro recién se concretó el 7 de julio. En el ínterin se negoció en todos los niveles con resultado negativo. El presidente de la Cámara de Diputados, segunda autoridad del peronismo y yerno de López Rega, Raúl Lastiri, manejó con sobresaltada diligencia los contactos en nombre del Gobierno. Tras sistemáticos fracasos —que incluyeron discusiones de tono violento— Lastiri debió resignar las tratativas a manos del nuevo ministro de Trabajo, Cecilio Conditti.
El domingo 6 de julio, en vísperas de la iniciación del paro, López Rega convocó a reunión de Gabinete en Olivos. Los autos de los ministros ingresaron a la quinta con tal velocidad que los cronistas vieron frustrado su intento, no ya de diálogo previo (no lo hubo nunca prácticamente desde mayo de 1973) si no de estudio fisiognómico. Por lo general, los rostros ministeriales suelen ser más elocuentes que las palabras. Esta vez la crispada expresión de Antonio Benítez, vista muy al paso, permitió encender algunas conjeturas.
Los elementos recogidos más tarde facilitaron una reconstrucción del evento, acaso uno de los más decisivos en la crisis.
La mesa de reuniones tenía en su cabecera a López Rega. A su lado, tamborillando con los dedos sobre las rodillas, estaba Raúl Lastiri. Luego, desplegándose a ambos costados, los ministros. La Presidente no participaba. Una jaqueca la confinaba en su dormirlo. Ausente sin aviso, José María Villone, secretario de Prensa.
Primer orador, Raúl Lastiri. Largo informe sobre sus contactos con algunos hombres del sector gremial peronista. Interrupción de López Rega (“Todos esos que nombrás son de segunda”). Aclaración de Lastiri (“No pude encontrar a ninguno importante; están ocultos”) .
Apremio de López Rega (“Bueno, al final: ¿cuál es el resultado?”). Contestación de un Lastiri exangüe que admite su fracaso ante la imposibilidad de ubicar a los principales responsables de la conducción cegetista. Intervención de Alberto Rocamora:
—Creo que la situación se ha tomado muy difícil y compleja. Nos está faltando aire. Yo no quiero buscar culpables porque eso no conduce a nada en estos momentos. Pero les pido que pensemos el modo de empezar a oxigenar este proceso.
Súbito, como en los mejores momentos de su lejana juventud, el ministro de Relaciones Exteriores Alberto Vignes sugiere:
—Estoy de acuerdo y propongo como primer paso que nos pongamos a disposición de la Presidente.
Al cabo de unos segundos de silencio, tras alternativos cambios de miradas, colindantes con la perplejidad, Rocamora habla, levantando el tono de la voz:
—No entiendo lo que usted quiere decir. Eso de ponerse a disposición de la Presidente es obvio. Desde 1853 que los ministros están siempre a disposición del Presidente. Nosotros no tenemos cargos electivos. Lo que hay que hacer, doctor Vignes, es entregar las renuncias. Entiéndame bien: ¡hay que renunciar y dejarse de andar dando vueltas!
Aprobación general, más con gestos que con palabras. Vignes se desprende de la reunión y con paso tardo sube la escalera para informar a la señora de Perón. Esta lo recibe en su habitación de reposo. La noticia la excita. Baja de inmediato seguida por el canciller.
Agradece la actitud de sus colaboradores. Se acuerda difundir la novedad. Pero surge un problema: no está el secretario de Prensa. Se lo busca por la red de teléfonos policiales. No se lo logra ubicar. El ministro de Justicia, Antonio Benitez, redacta el comunicado.
Las emisoras de radio y televisión anuncian la dimisión del Gabinete. Y poco después otra noticia: el ministro de Trabajo convoca a su despacho a los dirigentes de la CGT y las 62. Cuando éstos llegan, dos horas más tarde, Cecilio Conditti, campechano y paternal, los recibe con una pregunta desconcertante: “¿Y, muchachos, qué pensaron para arreglar este lío?”. La respuesta llega tajante por boca de Casildo Herreras: “El lío lo tiene que arreglar el Gobierno; nosotros tenemos posición tomada”.
El lío sólo se arreglará —en lo inherente al paro— con promesa formal de la homologación de los convenios previamente anulados, el martes 8 al mediodía. Pero la crisis política del peronismo seguirá por otros cauces.

La rebelión del Senado
El primer golpe fue la huelga y la forzada vigencia de los convenios bajo la presión del país parado. El segundo, inmediato, la decisión del Senado al elegir su presidente provisional. El tercero, la modificación del proyecto de la ley de acefalía enviado por el Poder Ejecutivo, eliminando a los ministros de la línea de sucesión presidencial.
¿Por qué se rebelaron los senadores peronistas? Al margen de las explicaciones y comentarios generosamente obsequiados por
los diarios de la última semana, un integrante de la Cámara alta explicó en rueda íntima, al día siguiente de la sesión:
—Cuando aceptamos la indicación de la Presidente para no elegir titular del cuerpo cumplimos con la verticalidad. No se nos dieron razones, pero igualmente acatamos el deseo de la señora de Perón. Pero después, cuando nos enteramos de la existencia de un plan destinado a convertir en futuro Presidente de la República a López Rega a través de la nueva ley de acefalía, entendimos que ya no se podía dudar. Había que evitar la maniobra y ahorrarle al país situaciones de extrema gravedad. Todo se complicó finalmente cuando empezaron las amenazas y las intimidaciones. Y el saldo, aunque lamentable para nosotros como peronistas, era inevitable: tuvimos que romper la verticalidad y replantear todo a partir de cero. El general Perón decía que sólo la organización vencerá al tiempo. Llegó la hora de organizamos o morir.

El fondo de la crisis
Sólo una desaforada ingenuidad llevaría a creer que el problema salarial, el plan de Rodrigo o las ambiciones de López Rega son los motivos de la crisis peronista. Con ser circunstancias de notoria gravedad, sólo son, así y todo, los detonantes de un problema más viejo y mayor. Este ya estaba planteado cuando López Rega era suboficial de la policía y no ocupaba cargo alguno en el partido. Las raíces remotas de esta crisis que desborda los límites de la continuidad institucional hay que buscarlas en la heterogeneidad ideológica del peronismo, en el excesivo pragmatismo de su fundador, en la actitud triunfalista de sus simpatizantes, en el oportunismo de sus dirigentes y, tras la muerte de Perón, en la falta de liderazgo y carisma de su sucesora.
Todos recuerdan la frase de Tayllerand a Napoleón: "Las bayonetas sirven para todo menos para sentarse sobre ellas”. Hoy a propósito de la crisis del peronismo —tanto como partido o como Gobierno— podría intentarse una paráfrasis: los votos sirven para todo menos para usarlos como bayonetas.
REDACCION
07/1975

Recuadro en la crónica
GUIA DE LA CRISIS
30-1: El Gobierno convoca a las paritarias. Se estima que todos los convenios estarán firmados para el 15 de mayo.
12-V: En una reunión con la Presidente, Casildo Herreras sugiere que se den a conocer las pautas económicas ya que las comisiones se acercan a su definición.
26-V: “Los aumentos serán sobre el básico y no habrá laudo”, dice Otero. Cuatro días más tarde se firma el primer convenio que otorga el 37 por ciento de aumento a los trabajadores viales.
2-VI: Renuncia Gómez Morales y asume Celestino Rodrigo.
6-VI: La señora de Perón anuncia que el básico será de 3.300 pesos.
7-VI: Se prorrogará el término de las negociaciones.
14 al 20-VI: Se establece el salario conformado. La UOCRA obtiene un 45 por ciento de aumento y 20 más por distintos adicionales. Agradecimiento a la Presidente en Plaza de Mayo. La UOM, la OAT y Mercantiles consiguen mejoras superiores al 100 por ciento. Nuevos, agradecimientos a Isabel.
27-VI: Paro y convocatoria en Plaza de Mayo, Hay rumores de que el Gobierno anulará las mejoras conseguidas. Al día siguiente, en Olivos, Adalberto Wimer pide la homologación de los convenios. El 29-VI se anulan las paritarias y se decreta el 50 por ciento de aumento. Renuncia Otero y es designado en su reemplazo Cecilio Conditti.
2 al 5-VII: Se multiplican las huelgas en el Gran Buenos Aires. Algunas fábricas hace ya 8 días que están paradas. Se impide la movilización obrera hacia la Capital. La CGT dispone un paro de 48 horas a partir de la medianoche del 7-VII.
6-VII: Renuncia el Gabinete.
8-VII: Italo Luder es elegido presidente del Senado. Se levanta la huelga después de 37 horas de duración. Hay negociaciones.
10-VII: Por decreto se ratifica la validez de los convenios.
11-VII: Son aceptadas las renuncias de los ministros Rocamora, Savino y López Rega. Este último a sus dos cargos.
revista redacción

ir al índice de Mágicas Ruinas

Ir Arriba