Mágicas Ruinas
crónicas del siglo pasado
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Directores La victoria de la peste Un estallido demolerá los escenarios de Buenos Aires durante la temporada de 1967: un vaho de violencia envolverá al público, y nuevos héroes se harán cargo de sus gritos. Guardados en el altillo, se pulverizarán los viejos gestos, lo pintoresco, la frustración del medio pelo tocada en tango y cantada a media voz, su minimundo, el barrio, alguna esquina. Bruscamente, los espectadores porteños se verán enfrentados con la agresión. Dramaturgos como Genet, Albee, Osborne, Behan, Brook tratarán, desde sus obras, de sacudirlos, con una crueldad casi sádica, hasta que despierten. Sus armas: mostrar con crudeza una sociedad agonizante, empujarla hasta su muerte y contagiar, de cualquier modo, el desgarramiento de vivirla. El hierro candente Las probetas, los tubos de ensayo, los materiales explosivos, son descargados en el viejo teatro Ateneo, de la calle Paraguay al 900, sede de experimentación, por el término de un año, de un grupo de reciente formación: Gente de Teatro, cuyos integrantes son más conocidos como miembros del “clan Stivel” (o “los psicoanalizados”, según los más ácidos). “Un día cayó en mis manos un artículo que explicaba las experiencias que en Inglaterra venía desarrollando Peter Brook. Era increíble el campo que a la estética teatral abría este inglés. De ahí en adelante comencé a procurarme todo el material publicado sobre él. Lo indudable era que se había planteado una nueva estética: la de la agresión. En ningún momento pensamos en trasladar las experiencias exactamente. La agresión tiene un contenido, está dirigida y su función es la de sacudir conciencias para provocar un cambio. Hay que hacerla en función del público, la trasposición la tenemos que hacer nosotros con características nacionales” postula extensamente el ex productor integral del Canal 13 David Stivel (34 años, casado por tercera vez —con Bárbara Mujica—), jefe del clan. El grupo Gente de Teatro se creó a fines de noviembre del año pasado y lo forman, además de su director, Norma Aleandro, Bárbara Mujica, Marilina Ross, Carlos Carella, Federico Luppi y algunos otros nombres ampliamente publicitados, que se reúnen únicamente para experimentar, para buscar juntos una nueva expresión de teatro argentino. Su comienzo será 'El rehén', obra del iracundo autor irlandés Brendan Behan (destruido hace tres años por su empeñosa dipsomanía). “Lo que nos preocupa es darle un contenido que sirva aquí y ahora, y en eso trabajamos con Ricardo Halac cuando hicimos la adaptación —aclara Stivel—. Otro punto que nos interesa desarrollar es el trabajo con dramaturgos nacionales, incluso en la traducción y adaptación de las obras; es una experiencia de trabajo en equipo que comenzamos con Los días de Julián Bisbaill, de Roberto Cossa. A partir de ahí nos pondremos en camino para encontrar una línea estética nuestra.” Pero si el comienzo es la violencia, el futuro es el fuego: El balcón del “maldito” Jean Genet, y U.S., el espectáculo con que Peter Brook cañonea las estructuras del teatro tradicional (ver Primera Plana Nº 202). La importancia del hecho de que gente profesional se lance a la aventura de la búsqueda, es inconmensurable, es quizá la manera de que el escenario cambie su rostro: “Nuestra experiencia será dirigida, necesitamos un teatro en que contenido y continente expresen nuestro tiempo, un teatro de lucha”, concluye Stivel. Mientras se dan los últimos toques al laboratorio del Ateneo, y se comienza a elaborar el producto que detonará a fines de marzo, otro alarido conmueve los cimientos del tablado convencional: Carlos Gandolfo (35 años, casado) empezó su entrenamiento para entablar, dentro de muy poco, un largo match contra el público. A comienzos del año pasado su lenguaje era diferente, la alegría de poder acariciar las paredes de una vieja casona de la calle Viamonte, que luego se transformaría en su sala —Café Teatral Estudio—, daba a Gandolfo una visión optimista: “Estoy harto de frustrados, de gente incapaz de asumirse. Quiero ver sobre el escenario a los que todavía creen, a los que hacen cosas”, pontificaba entonces detrás de sus grandes anteojos. Pero su sueño tuvo vida efímera y al terminar el año sólo le quedaron grandes ojeras, una delgada palidez y gran cantidad de deudas. La clausura que a fin de año impuso la Municipalidad al Café Teatral, significó el cierre definitivo de su reducto. La amorosa visión que tenía del mundo se transformó, y Carlos Gandolfo emergió del abismo con un aullido: “Hay que agredir al público, hay que darle violencia para sacar a la gente de su letargo. El teatro debe romper la alienación”. La cara afilada del ex apóstol del naturalismo se ablanda: “Esto no presupone una actitud nihilista, todo lo contrario. Es el cachetazo de los maestros Zen: ¡despierta!" El primer golpe que lanzará Carlos Gandolfo será desde el teatro Regina, protagonizando la obra de Edward Albee A Delicate Balance (Un equilibrio delicado), con la dirección de Luis Mottura. El segundo, un cross demoledor, lo dará desde el escenario de Artes y Ciencias, con la obra del joven y agresivo autor inglés Edward Bond, Saved (Salvado). “Es una pieza virulenta, cruel, despojada. La furia se desencadena a través de la acción. Transcurre en los barrios bajos de Londres, donde una patota de jóvenes melenudos, disconformes y rebeldes, matan a pedradas en el sexo a una nenita de meses. A partir de esto, la violencia crece hasta el límite.” Pero el director-actor necesita un respiro; su último proyecto es dirigir en la misma sala Sigmund: “Una obra difícil, del autor argentino Raúl Damonte Taborda, que trata, a través del problema de la circuncisión, el conflicto de una madre castradora y un hijo sometido”. Carlos Gandolfo se serena para comenzar a prepararse: sabe que Buenos Aires en 1967 es un hueso duro de roer, que la época de los espectáculos alegres de su café-teatro quedó atrás, y hoy parece repetir, con Jaques Prévert: “El tiempo de los carozos no volverá jamás”. Pero también otras bombas estallarán, certificando un cambio de miras en la gente que hasta hoy parecía anclada en el realismo social: el Grupo Buenos Aires —Juan Carlos Gené, Pepe Soriano, Cipe Lincovsky—, que en 1966 amparó a Los prójimos, de Gorostiza, este año piensa consagrar sus energías a El animador (The Entertainer), la segunda incursión escénica de John Osborne, el abanderado de la iracundia británica. La dirigirá el cejijunto Gené, y Soriano será el protagonista, en el reducto subterráneo del ABC, en Lavalle y Esmeralda, que se tornará por un año en la residencia oficial del animoso Grupo. A un paso de allí, en el Centro de Artes y Ciencias, Daniel Cherniavsky urde desde ya la trama de ensayos que ha de conducir a la puesta en escena de 'Un tren o cualquier otra cosa', de Pedro Orgambide. Entre un cigarrillo y otro, Cherniavsky conjetura que “será un espectáculo de vanguardia, muy loco, donde a través de la sátira se enjuicia a la sociedad, en un vasto fresco de sus imperfecciones”. Análoga ambición corroe a un montón de jóvenes que estudiaron con Gené, Augusto Fernandes y Carlos Gandolfo: con humor, se bautizaron como Teatro del Grupo, y se proponen masticar nada menos que al excéntrico español —que escribe en francés— Fernando Arrabal. Ceremonia para un negro asesinado y Ciugrena (o sea, Guernica) son los títulos, y no es improbable que estas liturgias sabáticas se desenvuelvan también en el Ateneo, en horarios no ocupados por las huestes de Stivel. La bella ceremonia Mediante este inesperado tour d’horizon, el hasta ayer realista Augusto Fernandes (portugués, 30 años, soltero) se ubica ahora en la ruptura con el naturalismo. Ese movimiento se insinuó ya en 1966 con sus dos trabajos en el Café Teatral Estudio, El tiempo de los carozos y Negro, azul, negro, nítidamente inclinados hacia la búsqueda del lirismo. Mientras su nariz, otrora aguileña, es cada vez más devastada por los cirujanos plásticos, el director reflexiona sobre su plan para el Di Tella: “Es una compleja invención mía, sobre textos del escritor norteamericano J.D. Salinger, que cuatro personajes dicen en forma dialogada. El corte es poético, y la intención, representar un fresco del dolor humano”. Sin confirmación oficial, Fernandes anticipa otros planes: Volpone, de Ben Jonson, El bañadero de los pájaros, de un autor estadounidense —y que tal vez interpreten Juana Hidalgo (que viaja por USA) y Agustín Alezo—, y una obra de este último, como remate. “Creo en la experimentación, mientras no vaya contra el espectador que paga su entrada; creo que hay que avanzar con cuidado y preocuparse de lograr un nivel estético”, medita como corolario. Curiosamente, también El bañadero de los pájaros está en una lista que Santangelo repasa antes de tomar a su cargo una sala experimental, para textos de vanguardia, que la Dirección de Cultura de la provincia de Córdoba habilitará en mayo próximo dentro de i ese mastodonte neoclásico que es el Teatro Rivera Indarte. Más tarde, en junio, se entronizará en la dirección de la Comedia Cordobesa, en cuanto la abandone Jorge Petraglia. Pero el proyecto que más preocupa y desvela al director (El reñidero, Lo que hay que tener) es uno que se está tramando a puertas cerradas entre él y otros dos hombres de teatro: Luis Diego Pedreira, el mayor escenógrafo argentino, y el compositor Rodolfo Arizaga. Cuando esas puertas se abran, brotará un canto de amor y de guerra: El zapato de raso, de Paul Claudel. Para Santangelo (41, soltero), “el teatro ha de ser ceremonia espectáculo, exaltación de la vida, ya sea en actitud suicida o liberadora”. Esta noción es la que informará a su Claudel: una síntesis de todos los elementos escénicos, incluso —como lo propone el autor mismo— el cine. Mientras Córdoba recibe la vitalidad de Santangelo, Buenos Aires acogerá al esmirriado Petraglia. La sala experimental del Instituto Torcuato Di Tella se abandonará nuevamente al imaginativo director, que la poblará con los personajes de Los siameses, la última obra de la vanguardista Griselda Gámbaro, con, la que tratará de repetir el anterior éxito de ambos, en el mismo recinto, con El desatino. Pero otros viajeros, además de Petraglia, harán nido temporal en la desprejuiciada sala del Di Tella: a partir del 15 de febrero, el alocado conjunto del TIM de Rosario bañará con burbujas de ingenio al acalorado habitante de Buenos Aires; y durante el mes de julio, el fanático beatle Alfredo Rodríguez Arias, a su regreso de París, dará cuenta de sus últimas invenciones salpicadas de frivolidad. También el teatro tendrá su lugar en el Instituto; en abril, el socialista Jaime Kogan (director del IFT) mostrará Paseo de domingo, de J. Michel, y el responsable Roberto Villanueva se despojará de su investidura de ejecutivo lanzándose a la aventura con un espectáculo basado en el Timón de Atenas, de Shakespeare. Dentro de tanta sed de renovación, algunas puestas guardarán fidelidad al mohoso teatro tradicional. En el ex cine Suipacha, asomará La pata de la sota, de Roberto Cossa, gracias al hábil orejeo de Luis Machi (sainete con variaciones, La ñata contra el libro), heroico abanderado de la vena naturalista, que hará de su guarida el último bastión del moribundo movimiento. Eso que se llama “teatro argentino” resucitará en la temporada, dentro del marco oficial; su reducto será el Teatro Sarmiento, donde además de Petraglia, Mario Rolla se hará cargo de Barranca abajo, de Florencio Sánchez, y de Saverio el cruel, de Roberto Arlt (tras su experiencia con La Celestina, en el San Martín), Una nueva perspectiva se abre ante el público de Buenos Aires. La peste instaló ya su reino. No existe vacuna ni preventivo, la única salvación es el contagio. 7 de febrero de 1967-Nº 215 PRIMERA PLANA |
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