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PERIODISMO
LA VIDA COLOR DE ROSA

Evolución de las revistas del género popular y frívolo en la Argentina: de La Canción Moderna y Radiolandia hasta Gente

Un día, hacia fines de marzo de 1926, los habitantes de la aún provinciana Buenos Aires contemplaron con cierto azoramiento unos raros afiches que pululaban por toda la ciudad. En ellos, un anónimo vate publicitario había redactado la siguiente cuarteta: “Cante, cante compañero / que la vida no es eterna. / ¿Quiere ser como el jilguero? / Lea La Canción Moderna". Poco después, el 24 de marzo, aparecía el primer número: un desprolijo, candoroso recopilarlo de canciones en boga, sazonado con biografías de autores, compositores y hasta con una relación versificada de la actualidad. Las hazañas delictivas del ácrata Severino Di Giovanni (fusilado por Uriburu en 1931) y hasta los sofocones de la señora María Poey de Canelo, acusada de envenenar a su amante, un concejal metropolitano, merecieron, en sucesivas tiradas, las rimas de los redactores de La Canción, liderados por el poeta Francisco Rímoli, más conocido por su callejero seudónimo de Dante Linyera. Ni él ni el joven propietario de la novel publicación —el entonces veinteañero Julio Korn— sospecharon que habían engendrado una nueva modalidad de periodismo popular, cuyo éxito se cimentaría años más tarde —hacia 1935— cuando el auge de la radiofonía, con su mundillo de estrellas, cantantes y compositores, pasó a engrosar el magro material de La Canción Moderna y justificó su cambio de nombre por el de Radiolandia.
Hoy, a cuatro décadas de aquellos rudimentarios intentos del periodismo de evasión, las tendencias más populares del mercado lector parecen apuntar hacia dos objetivos: el de la frivolidad intimista y el de la crónica roja. Por lo menos, es lo que demuestran los booms editoriales de Gente y la Actualidad y Semana Gráfica, dos hebdomadarios enrolados en un estilo casi similar. En cuanto a la información de corte policial, el éxito del semanario Así —sucedáneo de Ahora— explica por sí solo la orientación de un público ávido por conocer los pormenores de catástrofes, hechos delictivos y otras sordideces. Obviamente, desde los comienzos del pionero Korn hasta los divertimentos semanales que imprimen las grandes editoriales modernas, el periodismo recreativo surcó una ruta signada por la tónica sensacionalista, folletinesca o sentimentaloide, faceta donde la batalla competitiva no concedió treguas.

EL OFICIO DE INFORMAR
Seducidos por la masiva repercusión de La Canción Moderna, Orts y Bordenave, un par de periodistas amantes de la aventura, instalan en los quioscos —el 23 de mayo de 1931— el primer número de Antena, al amparo de otro cándido slogan publicitario: "No hay sábado sin sol ni sábado sin Antena". La revista —que circula con éxito tan variable como las previsiones meteorológicas— languidece hacia 1943 con una tirada de 30 mil ejemplares. Por ese entonces, el avispado Julio Korn realiza el sueño de la competencia propia: se la compra a Jaime Yankelevich (el otrora propietario de Radio Belgrano) y consigue hacer crecer su tiraje a 300 mil ejemplares.
La inagotable veta de la crónica rosa, despojada de toda agresividad y respetuosa de los ídolos cuyas intimidades -siempre publicables-divulga, es también acompañada, allá por 1933, por un nuevo semanario, Sintonía, propiedad del corredor de automóviles Emilio Kartulovicz, universalmente conocido por el afectuoso apócope de Kartulo. Sin embargo, no desata la adhesión popular que recogen sus competidoras Radiolandia y Antena y claudica ocho años más tarde, devorada también por una sorda batalla que comienza a librarse en los quioscos con la presencia de nuevas revistas de apelación popular: Aquí Está se une pronto a las aguerridas huestes que se disputan los lectores, integradas también por Leoplán y Ahora. Muy pronto, otro matiz cromático competirá con el frívolo y despreocupado mundo artístico: la crónica roja —frecuentada con delectación por la Crítica de Natalio Botana en los años 30— encontrará cruentas expresiones en la mencionada revista Ahora y desde 1955 en el semanario Así, cuya primera etapa exhibe una foto del recientemente depuesto general Perón (aún en Paraguay) bajo un grueso titular financiero-sentimental: "Una mujer espera a Perón en Suiza". (La nota, tras preguntarse por el destino de Nelly Rivas, deja en la duda al lector sobre la identidad de la paciente amante: no se sabe en realidad si es la Diosa Fortuna o la tenista Mary Terán de Weiss, ya que un cable de International News Service conjetura: "Perón irá donde tiene su dinero", calculado por la agencia "entre los 6 y 20 millones de dólares”, e informa que la tenista argentina habría hecho arreglos para el traslado del ex presidente a un confortable chateau suizo.)
Diez años después, el 29 de julio de 1965, el sonriente rostro de Jorge Cacho Fontana ilustra la tapa de un nuevo semanario: Gente y la Actualidad, un producto de la Editorial Atlántida. Los titulares de ese opus uno informan sucesivamente que "Mis Universo es baja, gordita y oriental”, alerta sobre los riesgos del teñido en "Rica, estanciera y pelada" y lanza un desafío a las argentinas anónimas en "Y usted ... ¿por qué no se hace artista?”. La sección se completa con un reportaje al hoy finado Aramburu titulado “No, yo no quiero el golpe" (1965) y con una nota gráfica que relata el encontronazo entre la feligresía de Eva Perón y las huestes policiales algo renuentes a permitir homenajes callejeros.
Así, entre las dos vertientes populistas —el rosa y el rojo— el nuevo semanario transita un peculiar estilo periodístico, abundantemente sancochado por el intimismo de los cronistas, por la redacción de notas en primera persona, por el menudo relato de las circunstancias más o menos azarosas que llevaron a concebir y luego a realizar determinados artículos. Una técnica que, en opinión de Cristina de Irala (27, un hijo, secretaria de redacción) mueve al lector a identificarse con el esfuerzo de los redactores: "Cuando la gente lee nuestras notas —supone la Irala— se sienten como si hubieran sido ellos periodistas, como si ellos hubiesen estado en Houston (una nota que cubrió la opinante), como si ellos hubiesen sido los testigos del lanzamiento de la Apolo. Buscamos una cosa espontánea", concluye la secretaria, quien al regresar a la Argentina notó con sorpresa ("Y algo de vergüenza”, según confesó a SIETE DÍAS) que sus colegas en la redacción habían publicado algunas cartas particulares que la redactora había acompañado a sus notas: “Incluso una carta a mi marido. Era bastante gracioso porque a él le decían en la calle: «Che, tu mujer te manda saludos». Como si nosotros nos comunicáramos a través de la revista’’, sonríe Cristina.
Cuatro años después de Gente y la Actualidad ve la luz —el 19 de septiembre de 1969— una nueva publicación de la Editorial Abril, Semana Gráfica, que transita parecidas vertientes populares. El número inicial, puesto bajo la advocación vendedora del juglar tucumano Palito Ortega, relata minuciosamente el curso de un día en la vida del ídolo, sorprende con la noticia de que Libertad Leblanc “no quiere ser sexy”, narra las desventuras divorcistas de Nélida Lobato, consigna una apología del ruido realizada por la starlette Liliana Caldini y revela una imprevista faceta de rudeza en Ante Garmaz: quiere ser presidente de Boca.
No hay duda que estos semanarios han roto algunos cánones —más o menos inamovibles— de la tecnología periodística. Es sabido que muchas veces, la angustiosa búsqueda de un adecuado título para determinadas notas genera arduas, interminables reuniones del equipo de redacción. Hace poco, en ocasión del desastre ferroviario de General Pacheco, Semana Gráfica decidió consignar de entrada el resultado de una frustrada búsqueda: “No hay palabras para titular esta nota", tituló. Semejantes licencias prosperan en la fiebre del trajinado quehacer periodístico: así como Semana no halló palabras para encabezar un artículo, su colega Gente no encontró notas para ilustrar un par de títulos: los números 257 y 267 —del 25 de junio y 23 de julio últimos— anunciaron en la tapa: “Derrumbes: ¿Quién tiene la culpa?" y "El argentino que secuestra aviones” que no fueron desarrollados en su interior. Las explicaciones de la gaffe suministradas por el director editorial y el jefe de redacción (ver recuadros), si bien no coinciden plenamente, dan testimonio de la febril urgencia que invade a menudo el arduo métier de informar.
Por supuesto, ninguno de estos sofocones inquietaban —40 años
atrás— las apacibles redacciones de los pioneros Radiolandia y Antena. Esta última, en su primer número, debajo de una gran foto de Ada Falcón, “El alma del tango", reproducía un fragmento manuscrito del desmesurado Juan José de Soiza Reilly: “El silencio suele ser el padre de las malas ideas. Cuando alguien se queja de la tristeza de su casa, le digo: Compre usted un aparato de radio..”. La incitación se repetía, ya con intenciones menos filosóficas, en las páginas interiores, donde se publicitaban los "modernísimos receptores Crosley", aquellas viejas radios ojivales, gangosas, sobre las que lloraron varias generaciones de mujeres soliviantadas con los desmanes sentimentales del dúo Ángel Walk-Olga Casares Pearson. “En ese entonces —interpreta Manuel Ferradás Campos (55, dos hijos, actual director de Antena)— el panorama de la mujer era muchísimo más reducido que el actual: la radio era su alimento vital, el vehículo por el que huían de una realidad no siempre aceptada."
Mientras aprueba diagramas y corrige títulos, Ferradás —un veterano periodista iniciado como comentarista futbolístico en Crítica y que transitó por las redacciones de Tribuna Libre, La Cancha, El Nacional, El Diario y Pregón— sostiene enfáticamente que “el público argentino odia la mentira. Una vez —refiere— cierta revista tituló Grave accidente tuvo Ángel Magaña. En la nota se decía que el popular actor, mientras dormía plácidamente en su cama, había soñado que era protagonista de un choque de automóviles. La revista pagó cara su falta de veracidad: al poco tiempo se fundió”. Ferradás sostiene que “el público de Antena es esencialmente el mismo que el de Radiolandia, pero con una necesidad distinta: un público hogareño, muy querendón, respetuoso de sus ídolos. Nosotros procuramos dar lo que ese público desea y a menudo nos pide".
Parecidas definiciones suministró a SIETE DÍAS su colega Emilio Ricardo Olveira (58, dos hijos, director de Radiolandia desde hace 38 años y según su autodefinición "un chimentero de alma”). Para alimentar esa vocación redacta personalmente la sección ¿Será cierto?, una aguda recopilación de rumores y trascendidos que "sólo pueden obtenerse frecuentando el trato amistoso del ambiente. Además de compartir infinitas cenas y fiestas, todas las mañanas, apenas me despierto, hago una recorrida telefónica en busca de noticias”, explica. “Pero eso sí: jamás publico nada que pueda resultar lesivo para la figura y en caso de duda, no dejo de pedirle la autorización para difundir la noticia”, advierte.
En su larga trayectoria por la especialidad, el director de Radiolandia memora los tiempos en que su redacción estaba integrada por escritores de la talla de Homero Manzi y Mariano Perla: “La primera vez que hicimos una edición extra fue en ocasión de la muerte de Agustín Magaldi y fue justamente Manzi el encargado de redactar la necrológica”, evoca Olveira, quien antes de su ingreso al imperio de Korn transitó por la editorial Haynes (donde fue jefe de archivo) y por la fenecida revista Sintonía, “adonde me llevó la amistad que me unía con Kartulo”.
Coincide con su colega de Antena en que “los cantores sirven para ilustrar las tapas más vendedoras. Sandro aguanta hasta tres tapas por año —evalúa—. Otro tanto ocurre con Raphael y Serrat y en su tiempo con Donald. En general, vende más la tapa masculina que la femenina. Aunque comprar Radiolandia es ya una costumbre: la gente tal vez se prive de comprar una botella de vino para tener Radiolandia", exagera.
Si bien reconoce que los títulos a menudo magnifican el contenido de la nota (“El título es el gancho", define) advierte que "el lector se siente defraudado si en un ejemplar no encuentra tres o cuatro notas auténticas”. Olveira informa también que a menudo muchos romances urdidos con fines promocionales acaban convirtiéndose en realidad: “Eso le da a la publicación patente de guapa”, alardea. Semejante poder de convicción, capaz de modificar las entretelas del alma de actores y damitas jóvenes se robustece en la abigarrada legión femenina que consume los 320 mil ejemplares de venta neta tirados por el semanario. Claro que tal favor se obtiene, según Olveira, atendiendo los reclamos que las lectoras hacen sobre sus astros predilectos: "Una figura que está siempre vigente —ejemplifica el director— es Alberto de Mendoza. Constantemente llegan cartas de lectoras que se interesan por su quehacer en España. Por eso acabo de ordenar a nuestro corresponsal en Madrid que lo entreviste de nuevo”.
Pese a pertenecer a la misma empresa editorial, Radiolandia y Antena funcionan totalmente separadas y con un empecinado afán competitivo: “Si en este momento entrara aquí Ferradás Campos, que es mi amigo de toda la vida —fantasea Olveira—, tenga la absoluta seguridad de que yo escondo todos los diagramas y las notas que tengo desperdigadas sobre el escritorio. Una cosa es la amistad y otra la competencia periodística”.

LA RESURRECCIÓN DE LA HIGH LIFE
Algunos sociólogos coinciden en afirmar que la crónica social periodística comienza a languidecer simultáneamente con el auge de las revistas especializadas en el mundillo de la radiofonía primero y el cine después. “Desde 1898 Caras y Caretas, y sobre todo El Hogar
desde su aparición en 1903, constituyeron el vehículo que permitió la participación afectiva, el complejo proyección-identificación de la clase media con la oligarquía, gracias al cual aquélla lograba evadirse simbólicamente de su desagradable realidad cotidiana, de la mediocre pobreza de su medio ambiente. Mercedes Moreno, “La Dama Duende”, desde Caras y Caretas, y Josué Quesada desde El Hogar, eran los sacerdotes del rito, los médium entre la Divinidad y los simples mortales. Ellos se introducían en las mansiones elegantes, participaban de fiestas selectas y revelaban las intimidades de aquellos a quienes la clase media nunca podría ver de cerca, ejerciendo a la vez sobre la propia oligarquía el dominio que les daba la posesión del chisme, el rumor, la anécdota picante, la indiscreción, la intriga, en una sociedad donde predomina la dura lucha por la reputación y el éxito. En el período de apogeo de la oligarquía, las últimas décadas del siglo pasado y las primeras del actual, la pequeña burguesía argentina aprendía detalladamente los nombres de los miembros de la alta burguesía, sus matrimonios, sus hábitos y costumbres íntimas con el mismo interés con que, más tarde, se dedicaría a las estrellas de cine y radio. Precisamente el predominio de El Hogar sobre la imaginación pequeño-burguesa comenzó a decaer, a fines de la década del treinta, con el surgimiento de revistas especializadas en radio y cine: Sintonía, Antena y más significativo que el mismo semanario albergue al incesante Landrú con humoradas sobre las clases sociales y el ranking de playboys.
Semana Gráfica va más lejos: la descripción de una noche en la exclusiva boite Afrika permitió la trascendencia pública de eventos tales como que Federico Peralta Ramos sólo consume jugo de pomelo, Roberto Luis Nogaró tiene el privilegio de no usar corbata, que Patricia Acevedo portaba un maxitapado de zorros de Groenlandia, bestias por las cuales su marido, Wiwi Iglesias, desembolsó medio millón de pesos. Desde entonces, el nuevo semanario incorporó una sofisticada sección denominada Cafe Society. La misma incluye un Bolichario (donde los que no saben inglés jamás intuirán que el vocablo owners significa propietarios) , algunos Apuntes noctámbulos (en los que es posible enterarse del compromiso de Margarita Chopitea y Carlos Fontán Balestra Junior).
Después de todo, el cambio no parece demasiado trascendental:
quizás el gran público, algo cansado de los aristócratas apócrifos animados por los galanes de la televisión, vuelva a interesarse por los empinados sacerdotes de la high life, por sus ritos secretos, su pompa y su circunstancia. Y algún desaforado —a la manera de un personaje arltiano de los años 70— podrá fantasear, mientras transita las cercanías de Mau Mau, que tras el espeso voile de una ventana de la calle Arroyo, ávida de rudezas suburbanas, lo contempla, lánguida, Agustina de Elizalde. ■

-recuadros en la crónica-
JULIO KORN: EL SUEÑO DE LA COMPETENCIA PROPIA
Amable, circunspecto, mesurado, fumando incesantemente rubios importados, Julio Korn (65, tres hijos) recibió a SIETE DÍAS en su despacho del sexto piso, en Belgrano 624, desde donde dirige el emporio editorial que lleva su nombre: una tirada mensual de ocho millones de ejemplares repartidos entre Radiolandia, Antena, T. V. Guía, Vosotras, Labores, Goles, Anteojito, Chabela, Aventuras de Hijitus y Desventuras de Larguirucho. “Lamentablemente, aquí no tengo sucesión”, se entristece. Ninguno de sus hijos, en efecto, permaneció en la empresa paterna: optaron por dedicarse a tareas tan disímiles como la arquitectura, la antropología y la sociología. “Por suerte —se anima Korn— yo tengo el hobby de construir casas y en esa actividad me secunda un hijo arquitecto.” Tras ese melancólico exordio, aceptó la siguiente requisitoria:
—Sabemos que sus orígenes fueron sumamente modestos. ¿Qué oficios transitó para alcanzar la importante posición económica que hoy ocupa?
—Efectivamente. Mis padres faltaron tempranamente y ya a la edad de nueve años entraba yo de aprendiz a una imprenta. A los doce, era delegado del taller. A los trece, ya tenía imprenta propia.
—Eso se llama hacer carrera.
—Sí. Pero le aseguro que no estuvo exenta de sacrificios. A los catorce años me hice editor de música. Eran los tiempos en que todas las señoritas de familia poseían un piano y la venta de partituras en boga constituía un buen negocio. En ese ramo, llegué a editar 36 mil obras.
—¿Recuerda algunos títulos importantes?
—Inmodestamente, tendría que contestarle que todos. Prácticamente edité todo Discépolo, todo Canaro, todo Gardel.
—¿La edición de revistas se vincula de alguna manera con su actividad de editor musical?
—Claro. La Canción Moderna, que aparece en 1926, constituye inicialmente el vehículo ideal para difundir las obras editadas por el sello musical. Pero además contenía notas en lunfardo, incluía biografías de autores y compositores y fue la primera que hizo notas sobre radio.
—¿Cómo se operó su metamorfosis en Radiolandia?
—Cuando comienza el auge de la radio, La Canción comienza editando, en las páginas interiores, un suplemento con el nombre de Radiolandia. Luego, el nuevo nombre se incluye en la tapa, en caracteres más chiquitos, debajo de ¿a Canción Moderna. Eso comienza a ocurrir alrededor de 1935, cuando muere Gardel. Paulatinamente, en sucesivas ediciones, se agranda tipográficamente Radiolandia y se va achicando el anterior hasta que finalmente desaparece.
—Hemos oído decir que usted no gusta recordar el antecedente de La Canción Moderna. ¿Es cierto?
—En alguna medida, sí. Pero no porque me avergüence sino porque pretendo despojar a Radiolandia de su connotación de mero cancionero. En realidad, aspiro a convertirla en una completa revista del espectáculo. En los talleres donde se imprime ya existen nuevas maquinarias que permitirán una excelente impresión de pliegos en color.
—¿Por qué compró Antena?
—Para hacerme la competencia.
—¿Existen sustanciales diferencias entre ambas publicaciones?
—Sí. Cada una tiene su público. Mientras Radiolandia tiene un ciento por ciento de material nacional, Antena contiene notas extranjeras y un mayor despliegue de notas cinematográficas.
—¿Qué tipo de público cree que las lee?
—Todo tipo de público. Cierta vez escuché que unas amigas de mi seño-( miembros de entidades benéficas, se hacían eco de un chimento artístico. Interesado, les pregunté dónde lo habían leído. En Radiolandia, me respondieron. Pero se apresuraron a aclarar que la compraba la muchacha. Quiero decir que la publicación tiene un considerable número de lectores algo vergonzantes.
—¿Hay hombres que leen Radiolandia?
—Hace poco realizamos una investigación de mercado. El resultado fue que Radiolandia era la revista más leída por los hombres. Por eso entró como avisador una conocida marca de autos. No hay que olvidar que estas publicaciones las compran mujeres pero las leen hombres.
—¿Cuáles considera que han sido fas notas más importantes realizadas por sus publicaciones?
—En la actualidad, fue sin duda el casamiento de Palito Ortega. Radiolandia alcanzó con esa edición el pico de su venta neta: 405 mil ejemplares. Más atrás, fue la serie de notas con motivo de la muerte de Gardel, redactadas por Homero Manzi. A propósito, el día de la tragedia de Medellin, en mi escritorio se estaba firmando, ante la presencia de Armando Defino, administrador de Gardel, el contrato más importante en la carrera del cantor: entre Radio Belgrano y Cafiaspirina se acordaba abonarle todo un record: 1.500 pesos por audición. De los pesos viejos más viejos. Cuando se recibió el cable de la United Press, nadie lo pudo creer.

CARLOS FONTANARROSA: LA GENTE ES MALA Y COMENTA
Atiborrado de trabajo, inquieto, Carlos Fontanarrosa (47, tres hijos, director editorial de publicaciones de Atlántida), responsable del semanario Gente y la Actualidad, entabló con SIETE DÍAS una larga, punzante esgrima verbal, cuyos resultados fueron éstos:
—¿Cómo se encara la aparición de Gente?
—Era la revista que le faltaba a la editorial. Un magazine al estilo europeo. Durante mucho tiempo nos pusimos a pensar y el 29 de julio de 1965 largamos el primer número. A la larga nos dimos de patadas con las ideas iniciales, porque actualmente Gente es otro producto.
—¿En qué consistieron tales cambios?
—Con respecto a la estructura física, salimos con 48 páginas sin tapa color. Hoy tiene el doble de páginas y desde hace un par de años se fueron incrementando los pliegos de color. En su filosofía, la convertimos en una revista nacional de la clase media y clase media alta.
—¿Por qué se otorga tanta importancia a las vivencias personales del cronista?
—Nosotros, al revés de muchas publicaciones, ponemos la cara, ponemos la firma. Creemos que el periodismo no debe ser anónimo.
—De acuerdo. Pero, a menudo, gran parte de la nota es devorada por la crónica detallada de circunstancias menudas, en desmedro de la información propiamente dicha.
—Le explicaré. Aún cuando nosotros estamos en condiciones de cubrir el asesinato de Bob Kennedy a través de las grandes agencias y por servicios especiales de revistas americanas, nos gusta más tener en Estados Unidos a un chico de la revista que vea el caso con ojos nuestros. Ese relato es más vital que la información pura, la que puede llegar de agencias.
—¿Usted supone que esa técnica tiene gran aceptación?
—Sin ninguna duda. Y si el chico viaja en un avión nuevo de 400 pasajeros, nosotros creemos que eso constituye una formidable nota de seis páginas. Usted me dirá: ¿y la información? Pues bien. Nosotros no damos la información. Pero abundamos en el detalle, en las vivencias del hombre que pasa y vive el asunto.
—¿Algunos lectores han criticado eso?
—Muchísimas veces, y también mucho de ese periodismo inteligente que anda por ahí, que se aterra con nuestras teorías.
—¿Qué quiere decir?
—Que mucha gente considera el periodismo como un legado divino, que sólo muy pocos elegidos pueden recibirlo. Nosotros en cambio creemos en el periodismo joven —nuestro staff no pasa de 25 ó 26 años—, integrado por gente que muchas veces no sabía escribir. Aquí fue jefe de redacción un chico que a los dos años alcanzó el cargo sin haber escrito una sola línea.
—En caso de que viniera Frank Sinatra, ¿cómo organizarían la nota?
—Bueno. Lo iríamos a buscar a Nueva York para viajar con él en el avión y traeríamos una cosa anticipada, distinta. Seguiríamos todos sus pasos en Buenos Aires, prepararíamos un cuestionario lo más original posible. Aquí no tenemos genios, ni uno solo. Todo es trabajo.
—¿Cuáles considera las notas más importantes producidas por Gente?
—Una del número 16; una obra maestra del periodismo que lamentablemente muchos no conocen porque por ese entonces la revista andaba muy pobremente ubicada. Fue una nota sobre una guerrillita que hubo entre Chile y nosotros. Nuestro cronista viajó 36 horas a caballo para estar presente. No quiero mencionar más porque podría olvidarme la mitad y ser injusto.
—¿Con qué criterio eligen las tapas?
—La tapa es el producto de la reunión de los jueves. Pero para nosotros no tiene ningún misterio: nuestras tapas son muy criticadas pero también muy imitadas.
—¿Quién las critica?
—Hemos recibido críticas de colegas periodistas; nos acusaban de superficiales por publicar chicas bonitas.
—¿Usted dijo que las tapas son imitadas?
—Claro. Todas las revistas semanales apelan a las mujeres bonitas. Análisis no lo puede hacer, pero si consiguiera vender más, póngale la firma que pondría sus lindas chicas. Claro que si hay un hecho de actualidad —secuestro, revolución, un gran desastre— Gente lo contempla en su tapa. Pero a falta de tales hecatombes no se ha inventado en el periodismo universal nada que reemplace a una hermosa mujer.
—¿Por qué acostumbran a repetir tapas?
—Porque se impone. Yo, por ejemplo, daría a Liliana Caldini una vez al mes porque es la frescura, es la cara, es la cosa más atractiva para ver.
—¿Qué ocurrió con los títulos anunciados en tapa que luego no contaron con nota en el interior?
—Ocurrió con la nota de derrumbes y con la de secuestro de aviones. Sucede que nosotros entregamos la tapa con anticipación. A veces, cuando vengo los domingos a cerrar la edición de El Gráfico, suelo entregar la tapa de Gente. Ese día creemos tener una nota muy buena sobre derrumbes, pero llega el día martes y me encuentro con una nota pobre, superada por la competencia o ya tocada por todas las revistas semanales aparecidas el lunes a la noche. Entonces, ¡a la miércoles con todos los anuncios! Levantamos la nota y pedimos disculpas al lector, que comprende perfectamente. En el caso del derrumbe fue debido a la insatisfacción con el resultado de la producción de la nota. Eso es muy común, ya que nosotros somos generalmente muy insatisfechos.
Interrogado sobre el mismo tópico, Eduardo A. Maschwitz (39, siete hijos, jefe de redacción de Gente), respondió:
“En el caso del secuestro de aviones pasó una cosa muy simple: los acontecimientos, no recuerdo ahora cuáles, exigieron más páginas y se levantó la nota. Con respecto a los derrumbes, toda la investigación realizada no condujo a la averiguación de la realidad concreta. No podíamos aportar nada nuevo y eliminamos la nota. Cuando tengamos algo nuevo que decir al respecto, lo diremos.”

Revista Siete Días Ilustrados
17/08/1970
 

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