Mágicas Ruinas
crónicas del siglo pasado
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Radiografía íntima de una familia ¿Cómo hacen para vivir los argentinos? Cada vez que se hace una nota sobre el alza del costo de la vida, el periodista anda como loco buscando cifras a ver cuánto cuesta la carne, la verdura, la entrada a un cine, los medios de transporte y con todo ese bagaje de información llega a establecer porcentajes de alarma, pruebas de angustia, estadísticas de escepticismo y una sensación irrefrenable de derrota, no salida, resignación. EXTRA esta vez eligió otro camino: el camino de la vivencia, darle vida a esas cifras, sentir a través de una familia el inexorable deterioro económico que está viviendo el país. Sin duda que este camino es mucho más peligroso que la reproducción de cifras, es más arbitrario, es menos neutro y seguramente mucho más comprometido. Sacar de la estadística a una familia de la clase media, inquirir sobre su historia, entrometerse en su intimidad, en una palabra, hacerlos tomar vida, implica el inevitable riesgo de salimos de la tipicidad. La familia media argentina desaparece en cuanto Rosita, Roberto, Sebastián y Federico cobran vida, pero, en cambio, reluce con toda energía la historia nuestra de estos últimos años. Y con toda seguridad algún pedazo de sus experiencias personales lo haremos nuestro, lo sentiremos como vivido por nosotros. Si esto es así, el intento habrá tenido éxito y la placa radiográfica habrá cumplido su cometido. ROSITA tenía 17 años; Roberto, uno más. Los dos ya eran peritos mercantiles. El había estudiado en el Joaquín V. González y ella en la Inmaculada Concepción. Los dos vivían cerca, en el barrio de Barracas, pero se conocieron de casualidad en una fiesta. Según le llegaron versiones a él, ella quedó flechada. Al mes, ya estaban saliendo bastante seguido. Corría el año 63. Estuvieron de novios cinco años. Se casaron en febrero de 1968. Hoy, recordando aquellos años, sienten especial ternura por esos dos chiquilines que ya andaban buscando hacer algo con sus vidas. Se definen —mirando para atrás— como “reformistas sociales” o “trabajadores de Quijote”. Un día del 64, Roberto le escribe a Nicolás Mancera una carta pidiéndole que cambie su estructura y se dedique a la asistencia social. Por entonces él ya estudiaba ciencias económicas mientras se ganaba su primer sustento ayudando a su padre en un taller de aparatos de aire acondicionado. Rosita es quien sugiere que se inscriban juntos en sociología... desde allí —sentía— se podía estar más cerca de la gente necesitada. Ella también trabajaba: era ayudante de contaduría. A pesar de que las familias -como siempre— muy buera cara no ponían con esta joven relación demasiado madura, ellos ya estaban pensando en comprar un departamento. Ya estamos en 1966. Entre los dos ganaban unos ochenta mil pesos. Roberto le pide a su familia un préstamo para pagar el adelanto —105.000 pesos— y las cuotas las enfrentarían ellos: 28.000 pesos por mes. Ya intentan solidificar los días que vendrán. Y no sólo con la compra del departamento, sino que algunos meses más tarde inician un curso de novios que los interioriza con más profundidad de la relación de la pareja, de la que —confiesan— no sabían prácticamente nada. Durante 1967, mientras Roberto se asienta en sociología, Rosita cambia su rumbo intentando reanudar sus estudios encarando la carrera de psicología. Quizás fue esta separación de vocaciones, quizás fue que se comenzaron a sentir hombre y mujer, pero el año 67 los sorprende con una profunda crisis. Hasta llegan a un intento de separación, que no se concreta más allá de los tres días, ya que al cuarto se dieron cuenta de que eso no funcionaba. Finalmente, se enfrentaron a la disyuntiva: o se casaban o se separaban. Como sí ya estuvieran demasiado crecidos para el noviazgo. La crisis apuró las cosas, en diciembre se comprometieron, y Roberto, junto con el pedido de la mano de la novia, le solicitó al futuro suegro una habitación Aquí, hace falta hacer un par de digresiones: como la mayoría de los jóvenes de la llamada clase media argentina. Rosita y Roberto sentían que estaban en su derecho al usufructuar de los respectivos suegros. Lo mismo que de familiares y amistades. Cuando uno se casa, todos tienen que poner el hombro. Resulta que el departamento que habían comprado lo estaban alquilando y, por lo tanto, no lo podían habitar, de ahí el pedido de habitación: el compromiso fue explicado como una táctica para —después de recibidos los primeros regalos— saber qué era lo que luego iban a necesitar. No hubo demasiados preparativos ni planificación y el ajuar fue mínimo. A los dos meses de casados, Rosita queda embarazada de quien hoy es una hermosa criatura: Federico. El anuncio de un hijo cambia todo el panorama de la familia. El padre de Roberto le compra el departamento donde viven actualmente a cambio del anterior . un departamento que queda en el mismo edificio, en el mismo piso donde viven los padres de Roberto. Es necesario intentar ver claro aquí: todos los padres ayudarán a que sus hijos se casen e instalen lo mejor posible, pero, inevitablemente, buscarán alguna clase de reparación. Rosita y Roberto, como infinidad de otros matrimonios, cayeron en la red de ayuda, provocada, como en todos los casos, por la difícil situación económica. Rosita deja de trabajar y ya no volverá a hacerlo hasta hoy: en el año 69, con el nacimiento de Federico, el matrimonio sólo tiene ingresos de 50.000 pesos. El “chantaje” a los suegros es, por lo tanto, casi necesario. Los fines de semana comían en una u otra casa. Los domingos. siempre traían para su casa una canasta de comida que les duraba toda la semana. Eso motivó que los suegros intervinieran demasiado en la primera educación de Federico. La ruptura del “cordón umbilical’’ se hace difícil. Los abuelos se sienten con derechos y las fricciones familiares se hacen frecuentes. Mientras que por un lado aceptan la ayuda económica de sus padres, por el otro, se sienten robados de Federico. La liberación se hace farragosa. Todo comienza a cambiar en 1970 cuando Roberto deja de trabajar con su padre y logra un puesto en el Instituto Nacional de Estadística y Censos, donde le pagan 100.000 pesos. Y durante ese año, todo, lentamente, va ocupando su lugar. Roberto y Rosita hablan con sus padres y las explicitaciones reubican al grupo familiar. Y riendo explican, como aliviados al sentirse realmente adultos: “Todo fue cambiando... y no tuvo nada que ver con el dinero, porque hoy estamos más enterrados que nunca, pero fue como lograr nuestra identidad. Rompimos el cordón umbilical ”. Indudablemente, inmiscuirse en la vida privada de un matrimonio de clase media, hoy, nos lleva por caminos mucho más complejos que el simple interrogante de averiguar cómo es que viven con los sueldos que ganan. O quizás en esa complejidad que muchas veces deteriora la convivencia está la respuesta de cómo hacen para vivir. Parece ser que la única fórmula para vivir en esta época es aferrarse a toda clase de salvavidas que se extienda, sea cual fuere. y sin posibilidad de discriminar lo bueno, lo malo, lo conveniente, lo inconveniente, lo saludable, lo enfermo. Rosita: “No. realmente yo no quiero volver a trabajar. Claro que lo pensé, y lo estoy pensando. Es más, creo que dentro de un tiempo va a ser inevitable... pero hasta ese momento exacto no lo haré. Mis hijos necesitan de mi, especialmente durante sus primeros años. Y nosotros no los trajimos al mundo para que se las arreglen solos. Hasta el momento que no tengamos como alimentarlos, yo seguiré con ellos”. Roberto: “Mientras la necesidad no sea extrema. Rosita no tiene que volver a trabajar. Todavía podemos renunciar a otras cosas y no a los chicos”. Roberto está ganando actualmente aproximadamente 140.000 pesos. Así radiografiaron los gastos mensuales que tienen, pero lo hicieron con una salvedad: “Es posible que cuando sumemos todo, nos dé más de lo que entra... pero, bueno, ése es el estilo de vida argentino de este momento”. Gastos de mantenimiento: entre 90 y 100.000 pesos por mes (‘‘Esta cifra está calculada sin los últimos aumentos... ahora no tengo la menor idea a cuánto habrán ido a parar”). Luz. gas, teléfono y gastos de administración del edificio: 14.000 pesos. Señora que ayuda a hacer la limpieza, medio día: 15.000 pesos (“Le damos comida y le pagamos sus viajes desde su casa”). Comidas, bebidas, artículos de limpieza: 50 mil pesos. Pago de un crédito: 18.500 pesos (crédito, que sirvió para traer al mundo al segundo hijo del matrimonio. Sebastián, que nació hace 3 meses ). Siete mil pesos por mes en revisación médica para los chicos. Tarjeta de crédito (generalmente utilizada en libros, menos una vez. que Rosita se tentó con un pantalón que le costó 14.000 pesos y que provocó una agria discusión entre los dos y que hoy es recordada con carcajadas) 4 mil pesos. Jardín de infantes para Federico: 4 mil pesos (“Este año Federico empezará a ir a una escuela pública”). Profundizando más en las costumbres del matrimonio es cuando seguramente vamos palpando más de cerca la influencia del factor económico y la lucha contra el medio que deben acometer para bueno, para sobrevivir: desde hace seis meses que no van al cine, una costumbre que tenían antes y que cumplían disciplinadamente 3 ó 4 veces por mes; una de las particularidades de “nuestra familia es que su casa es punto de reunión de todos los amigos. Rosita: “Sí, la verdad es que recibimos mucho más de lo que visitamos. Aunque vivimos muy a trasmano, no hay noche de la semana en que no «caiga» alguien. Vienen a todas horas, y aunque nos gusta muchísimo, es inevitable pensar que eso patea en contra de nuestras finanzas”. Roberto: “Si, antes, cuando alguno de los muchachos llegaba a la hora de cenar, siempre había algo para darle, un cubierto para ponerle. Ahora las cosas cambiaron fundamentalmente. Si avisan que vienen, entre todos compramos pizza o empanadas... y si no avisan... están sonados .” Sin duda que la asfixiante situación económica crea exigencias dentro de la pareja, ciertas reglas, cierto modo de proceder, cosas permitidas y aquellas prohibidas. Roberto es quien lleva las finanzas de la casa “pero aunque haya reglas, no se cumplen como debieran. Si le doy a Rosita 5000 pesos porque no tengo cambio y no le exijo el vuelto justo, chau los 5000, se los gasta todos”. Justamente, en los últimos tiempos todas las discusiones serias son por lo económico. “Dame plata, Roberto... No hay. Rosita...” ¡es un diálogo que se está escuchando mucho en este departamento de Barracas... pero Rosita se defiende: “Nunca voy a la peluquería... maquillaje, cremas... ¡jamás!, muy de vez en cuando al pedicuro y ya «así nunca a la depiladora. Antes de casarme lograba todas estas cosas, pero ahora las he dejado totalmente de lado. . . a pesar de que me encantan, como a toda mujer”. Matrimonio de universitarios, estar bien informados ya en ellos es un estilo de vida, una real necesidad. Es así como antes en la casa se podían encontrar “La Opinión". “Clarín”, “La Nación", algún diario de la tarde y, con toda seguridad, todos los semanarios. Roberto, además, coleccionaba varios fascículos que el Centro Editor de América Latina edita semanalmente. Todo esto ha sido interrumpido y lo único que se lee actualmente es “La Nación". Desde la luna de miel de esto ya hace cuatro años no han tenido vacaciones ni han acometido algún viaje. El panorama se ensombrece mucho más ahora; por eso, intentar tocar temas como futuro, proyectos de vida, hacia dónde desearían que fuera la Argentina, es realmente escribir la crónica del desconcierto y la frustración. “Provisiones, no tenemos ninguna. Además de no haber tenido la posibilidad de ahorrar, tampoco nos ha interesado demasiado. Es que se nos hizo nuestro ese modo de vivir al día. Siempre tengo en cuenta la posibilidad de conseguir algún préstamo personal para alguna emergencia. Y hablar de previsiones aquí en la Argentina es penetrar en el campo de lo imprevisible”. Roberto toma su trabajo sólo como medio de subsistencia, de mantenimiento. Por eso es que no le interesa cambiar. Aspira a hacer una carrera en la administración pública y a pesar de que en estos días recibirá el título de licenciado en sociología, este logro no influirá para nada en su actividad laboral. “Creo que por el título recibe un aumento de 20.000 pesos. Al título de sociólogo ya le tengo destinado un lugar en mi casa. Tengo guardado un clavito especial, y el día que me entreguen el diploma lo colgaré en el baño. Hoy, aquí y ahora no sirve para nada”. De cualquier manera intentará buscar un trabajo informal a la mañana, sin horario fijo, ya que su interés principal está en seguir investigando en nuestra historia reciente. Lo que no quiere bajo ningún aspecto es entrar en la actividad privada, prefiere seguir en la función pública. Y sobre sus vidas en su Argentina, piensan así: Roberto: “Siendo realista, te pescas la frustración del siglo. La cosa así no funciona y uno no ve forma de participar para que todo cambie. Por eso terminé refugiándome en el estudio, aunque sea absolutamente teórico. Si esto no cambia y yo no veo la posibilidad de meterme en algo que le dé contenido y esperanza a la lucha individual. ¿qué sentido tiene seguir viviendo mal? (Pausa»... Cuando llego a este punto siempre me contesto que estoy hecho un chancho burgués...” Rosita: “Yo soy mucho más práctica, sigo sintiendo como cuando tenia 17 años... ahora se me dio que quiero estudiar enfermería. Ahí hay una manera de ayudar y de servir a la gente”. Roberto: “Si hacés una encuesta entre 1000 parejas como nosotros, no vas a encontrar respuestas concretas, porque los proyectos de vida están en el congelador y la culpa es de situación: no puedo hacer lo que quiero. ¿Que qué querría? El estilo que tengo en el congelador es tener el mínimo indispensable, poder compartir la vida con mi familia, pasear, conversar, pensar . tener simplemente 3 ó 4 horas por día para hacer el trabajo que a mi me gusta y poder enrolarme en un movimiento que me deje ofrecer lo que tengo para el cambio. A veces pienso que todo tiene que explotar. . ” Rosita: “Quiero conocer gente, conocer sus necesidades. Poder trabajar en villas, ver lo que se puede hacer, hablar con la gente, poder decirles que todo es de todos. Soy muy impulsiva y me gustaría que la gente tenga espíritu de hacer cosas. Intentar hacer equipos de trabajo, seguir estudiando para estar informada, para vivir la realidad y también, como Roberto, enrolarme en un movimiento político en el que yo crea”. Roberto: “Si pensás. te hacés bolsa te das contra la pared. El proyecto de vida lo tenes negado tener coche, casa, son cosas que te gustan . ¡pero a qué pensar en esto si dentro de dos meses tengo que meter a dos chicos en una pieza de dos por dos!”. Rosita: “El espectáculo que ofrece la calle hoy es espantoso. Las mujeres haciendo compras son escenas de lágrimas. En lo del carnicero, todos los días hay peleas, una pregunta el precio de la lechuga y se la ve empalidecer... y si pregunta en un supermercado cuál es el signo de los tiempos, seguro que le contestan que la característica de hoy es ver mujeres en las cajas, devolviendo productos, todas avergonzadas, diciendo que se han olvidado el dinero y otras excusas... estamos como nuestras abuelitas en los tiempos que no había heladera: compramos todos los días lo que necesitamos para ese día”. Roberto no tiene deseos de irse a otro país. Tuvo una oferta de Chile, pero no la aceptó. Aunque Rosita lo intentaría, los dos sienten que, a pesar de todo, el lugar donde hay que estar es aquí, “en el medio de la frustración”. Intentando responder a los “por qués”. Roberto arriesga un análisis: “En la Argentina no ha habido problemas de hombres. Si un buen economista se pone a armar dentro de una matriz todas las medidas económicas que se han tomado en estos 15 años, estaría allí el modelo liberal perfecto. Y todo esto no va más, más allá de los hombres y de las medidas concretas. Todo el andamiaje ideológico se ha resquebrajado y su gran sostenedor, la clase media, es la más afectada”. Rosita y Roberto se saben dentro de la enorme contradicción que son sus vidas. Intentando conciliar lodos los “si” que deben decir cada uno de sus días y todos los “no” que tienen ganas de gritar. Pero aún no ha llegado el momento del desempate. “Aunque sea, que Sebastián y Federico no tengan que educarse en un ambiente confuso y ambivalente... por lo menos nos queda el deseo de poder canalizar las cosas para que ellos puedan construir el país que quieran. Nosotros, no podemos”. Como decíamos al principio de esta “aventura”, una nota sobre el alza del costo de la vida que prescinda de la estadística nos lleva por caminos seguramente más arbitrarios, más subjetivos ... pero mucho más comprometidos, un camino donde todos y cada uno de nosotros hemos pisado o habremos de transitar. ♦ Revista Extra 04/1972 |