Mágicas Ruinas
crónicas del siglo pasado

juan de dios filiberto
La pintoresca y atormentada vida de Juan de Dios Filiberto
Juan de Dios Filiberto, bautizado por Enrique González Tuñón con el nombre de San Juan de Dios del Tango, es una institución porteña. Su figura singular; fuelle de bandoneón, según unos; quebratura de corte tanguero, según otros; está presente en todos los rincones de la ciudad y es habitual a los públicos más diversos.
Cada visitante de nota que llega al país quiere conocer a Filiberto. Políticos, jueces, militares, poetas se precian con la amistad de su mano franca y se enorgullecen en el contacto afectuoso de su idioma rudo y sano.
Sobre su personalidad se ha escrito mucho y se ha comentado más. Sus anécdotas son célebres. Sus contestaciones inolvidables. Su manera, única.
Enrique González Tuñón lo levantó en el vuelo cálido de su prosa. Octavio Ramírez, el eminente crítico de “La Nación”, disecó su personalidad de artista con mano maestra. Mario Sáenz le abrió el aula magna de la Facultad de Ciencias Económicas. Los Amigos del Arte le cedieron un lugar en sus tribunas enaltecidas por el prestigio de los más grandes espíritus llegados al país. Todos los diarios y periódicos argentinos mostraron en sus columnas aspectos relacionados con su espíritu. Quinquela cuenta con la fraternidad de su corazón. Y como él, Riganelli, el gran escultor. Y así, el nombre de Filiberto llegó a todo el mundo detrás de sus canciones. Sus melodías, hoy, son universales. Su prestigio, también.
Además, para que nada faltara a su vida, la crítica y la maledicencia mordieron en su carne. Jorge Luis Borges le negó porteñismo. Públicamente. Otros le niegan condiciones o técnica, pero sin dar la cara. Y, fatalidad del genio, algunos lo consideraron loco.
Y así, hoy, discutiendo con Castro, mañana coincidiendo con Marinetti, después riñiendo en los tribunales con algún colega irrespetuoso, más tarde dictando cátedra en una peña, hace veinte años que Juan de Dios Filiberto es una realidad de Buenos Aires. Del alma de Buenos Aires.
Confesamos que Filiberto está un poco olvidado. Su viril agresividad no es, en nuestro ambiente, el mejor método de permanente subsistencia. El cantor que fué desahuciado por la ruda franqueza de Filiberto trató de borrarlo de su repertorio. El crítico que se topó con su violenta verdad le
enmudeció el elogio. El empresario que fué castigado por insocial crudeza lo arrumbó en el olvido. Sin embargo, sigue adelante y su nombre y su arte —sus canciones— crecen de tamaño. Más allá de los olvidos decretados por la venganza o la envidia. Es que cuenta en su vida con un cómplice: el pueblo. Para conquistarlo no debió esforzarse. Bastó con que sacara a relucir lo que tenía adentro. Lo que Dios le puso en el corazón como un regalo.

LA CASA DE JUAN DE DIOS
Llegamos a la casa de Filiberto al caer la tarde. Una casa original y levantada, con el dinero de sus éxitos, sobre las líneas caprichosas trazadas por su imaginación. Una pared blanca con un portón de madera y una ventana romántica. Rompiendo la blancura de la pared, un farol de ocho caras y sobre el arco de la puerta un bajorrelieve de Riganelli pintando una escena de pueblo.
En el fondo de la casa está Filiberto. Gesticulando. Discutiendo. Pasión y nervios. Entramos y, antes de saludar, nos vemos envueltos en la discusión. En la discusión y en mil papeles que ordena y desordena la secretaria del músico. La madre de Filiberto mira y, de cuando en cuando, opina. Es la opinión que más respeta Filiberto. Después sabremos por qué.

LA VIDA DE UN ARTISTA ARGENTINO
—Nací en la Boca. Aquí no más. Al lado de la Vuelta de Rocha. El viejo era un criollo, hijo de genovés e india. La vieja es entrerriana. Tiene setenta años. ¿La ve? Tiene una memoria prodigiosa. Ella dice que no. Mamá..., dígale al señor cuándo nací...
—En 1885 —responde.
—¿Era de día o de noche?
—No me acuerdo, hijo... Han pasado tantos años... Además que desde que vos naciste sufrí durante treinta años de dolor de cabeza. Se me han ido tantos recuerdos. Pero, mirá..., me parece que era de día...
Y Filiberto hace coquetería con la memoria de su viejita. De su vieja, que es a lo largo de su vida una madre y una compañera.
—Mi padre era un tipo interesante. Medio procurador y político. Era nacional. Roquista. Una vez, aquí, en la Boca, le tiró unos tiros al general Mitre. Además actuaba en un circo. En el circo de Rafetto. Luchaba con un oso y disparaba el cañón. Todavía me acuerdo como si fuera un sueño. ¿Usted no oyó hablar de Rafetto?... Era aquel de la célebre frase : “Señore, se sospende la foncione”...
Todos largamos la carcajada. No es para menos. Sigue Filiberto :
—¡Qué me van a venir a hablar los compadritos de la calle Corrientes! Yo me crié en medio del tango. Pero de un tango sin literatura. Un tango de varones. Pero dejemos eso para después. Hágame acordar. Tengo mucho que hablar de eso. Como le decía, nací en la calle Necochea. El número era 1778. ¿No es cierto, mamá?...
—No me acuerdo, hijo. ¡Se han ido tantos recuerdos!
—Los primeros años los pasé en el barrio. En el barrio de entonces. Lleno de zanjas, ranas, pajaritos, sombras. | barquichuelos, compadritos y marineros. Allí hice mi espíritu. Después mi alma no aprendió nada. Todo lo tomé en i aquel tiempo y en aquel barrio. He mejorado mi cultura, pero mi emoción es la de entonces. Las de los primeros años. Después me llevaron al campo. A Lobos. Allí mi tío tenía una pulpería. “La Estrella”. En esa pulpería lo mataron a Juan Moreyra. ¿Qué le parece? ¿Me pueden discutir argentinismo los de la calle Corrientes? ¡Qué Hansen, ni qué Tambito! El pueblo de verdad estaba en los barrios y en los pueblos del campo. Le voy a contar una anécdota. Es interesante. Cuando me llevaron a Lobos lo que más me impresionó era un bosque de eucaliptos. Yo sentí una emoción inexplicable. Desde entonces siempre sueño con árboles, y cuando me inspiro veo la sombra de grandes árboles. Será el recuerdo de aquellos eucaliptos. Ese recuerdo que se mezcla con la referencia que los muchachos me hacían de Juan Moreyra. En esa pulpería yo tocaba el organito. La gente bailaba. Polcas y mazurcas. Las danzas de entonces. Las milongas aún dormían en las guitarras. Los tangos apenas se conocían en los barrios. Allá, en la Boca, en el Tancredi, ya se bailaba en concursos. Hay testigos de todo esto y papeles que cantan.

ESTUDIOS ACCIDENTADOS
—Cuando volví de Lobos los viejos me inscribieron en el colegio. La primera escuela donde fui estaba donde actualmente está “El Pescadito”. Duré seis meses allí. Me echaron por atorrante. Todos los días peleaba. Entonces pasé i una escuela de curas. Al poco tiempo me echaron también. Le había roto la cabeza a un compañero. Entonces me inscribieron en una escuela evangelista. De allí fui ex-irisado, también. Tuvieron la culpa unos duraznos. Un día salté una verja y robé los duraznos de la quinta del colegio. Les repartí entre los muchachos. Uno de ellos me delató.
Mala suerte! Desde entonces comencé a trabajar. Y a estudiar. Cuando podía, se entiende. Mi primer trabajo lo obtuve en una agencia de lotería. Vendía billetes por las calles. En una oportunidad me metieron “la mula”. Cuando volví a la agencia el patrón, un español, se quería morir. Me di cuenta de que no servía para negocios. Entonces busqué un empleo sin responsabilidad. Llevaba bandejas. Cuando hacía ese trabajo murió Leandro N. Alem. Me acuerdo como si fuera hoy. La gente comentaba y se lamentaba. Eso no lo he podido olvidar. En ese tiempo con propinas me ganaba la vida. Hasta un peso sabía juntar. Y un peso, sépalo, era una fortuna. .Se da cuenta de lo qué es mi vida? Por eso soy artista. Pero artista he verdad. No de cuento. Porque he sufrido. Yo tengo escritos pensamientos sobre el dolor. Después se los voy a mostrar. Poco después aprendí a tocar la guitarra. De oído. Me enseñaba una mujer, doña María Marasso, hermana de un amigo. Poco antes de la guitarra tocaba la armónica. La flauta de Bartolo. Me emocionaba con sonido de la armónica. Era que mi alma buscaba una salida musical. Fuera por donde fuera.

LA GUITARRA DEL INGLÉS
—Yo no tenía guitarra. Ni tenía plata para comprarla. Porque yo fuí pobre. ¿No es cierto, mamá, que éramos pobres? —pregunta Filiberto con una ingenuidad que emociona.
—¡Muy pobres! Vivíamos en una casita de dos piezas de madera, todavía está en pie.
—Es una casita linda. Después lo voy a llevar para que la vea. Por qué no le toma una fotografía? Es un documento esa casa, créame. ¿Dónde iba?
—En la guitarra...
—-¡Ah, es cierto! Bueno. Como no tenía guitarra la robé. Se la saqué a un payador. Al "Inglés". Después, en una trifulca, la rompí en la cabeza de un vigilante. ¡Tiene cada cosas la vida! Pero hasta aquí son flores. De aquí en delante se inicia el trabajo bruto. Más o menos por el 1899. Entré como ayudante mecánico del taller de Ortelli. Hacía de todo. Batía la maza con un brazo de atleta. Era músculo, nervio y voluntad. En casa el pan no sobraba y yo hacía lo que podía. Era inconsciente en muchas cosas. Una vez subí al palo mayor de una nave de cuatro árboles. La primera que entraba al país. Ya en la copa con un criquet hice un agujero. Cuando bajé el capitán me dió un abrazo. “Sos guapo”, me decía. Y para mí era la cosa más natural del mundo. Ésa fué mi vida. ¿Se da cuenta? Y esto no es nada. Es una gota en una copa. Hay que ver todo lo que viví después. Por eso me sublevo a veces. Yo no soy un compadrito morboso. Fui un hombre de la vida. Compartí los esfuerzos y la estética del pueblo. Por eso tengo derecho a sentir la coreografía de mi pueblo. La danza de mi pueblo. Por eso puedo ser nacionalista de verdad. Sin cuento. ¿Me entiende? ¿Ve esas casas que están allí enfrente? Bueno. Hace treinta y cinco años yo llevaba los baldes cuando se levantaban. También fui albañil. Por la noche tocaba serenatas con la guitarra. De día hacía de peón albañil. ¿Ve ese Riachuelo? Bueno. Por allí, en 1902, me fui al Paraguay de calentador de remaches. Y por allí vine también. Y trabajé en las estibas del puerto. Cuando las bolsas pesaban cien kilos. Antes de la huelga. Y con las mismas manos que servían para agarrar las orejas de las bolsas punteaba en la guitarra. Era el mejor punteador. Los muchachos me besaban las manos. Y era director de orquesta en el Teatro de Títeres. ¡Una maravilla, amigo! Había un cartel en un palco que decía: “Reservato para el segnore comesario de la Boca”. Y tocaba el organito. Y bailaba. Pero en bailes de hombres. Recuerdo que el dueño de un
salón pasaba cada pieza al lado nuestro con el plato en una mano y el revólver en otra. Y a la salida era cosa común ver un destripado. Si eran unos tiempos terribles. Por eso cuando pienso en todas esas cosas que he vivido siento pena por los que hacen literatura con la historia y la estética de Buenos Aires. Creen que interpretan a la ciudad porque hacen todos los días un tango. Eso es comercio. Yo tengo una pila de músicas. Podía hacerme rico vendiéndolas. Pero las dejo allí. Cuando componga sé lo que voy a componer. Además quiero vivir en paz conmigo mismo. No me importa de nadie. En eso soy egoísta. Como debe ser el artista de verdad. Por otra parte, los que tienen conciencia deberían tratar de pulir todos los días. Como un homenaje a todos los genios musicales que tuvo la humanidad. Si a veces, cuando pienso en los grandes maestros, me dan ganas de pegarme un tiro.
”Yo me pasé seis años para hacer “Caminito”. Hice una creación del tango canción. Delfino decía que me iban a matar con ese tango y Gardel no me lo quiso cantar . Pero nunca me desorienté. Es que yo no siento con la opinión de los otros. ¡Sé lo que siento! Por algo en Asturias han hecho danzas con el "Pañuelito”, y en el ejército español los reclutas son saludados con la música de el “Pañuelito blanco”. Porque eso de la Boca es un cuento. Yo soy un artista universal como todo artista. Siento lo mío porque me crié dentro de este paisaje. Pero en Nápoles, en Alemania seguiría siendo lo que soy. La música agreste está en mí porque nací al conocimiento viendo árboles, zanjas, estrellas, pasto, ranas... Hay quienes creen que soy el músico de la Boca. Como si un músico fuera como un club de fútbol de un barrio. El músico estaba en mí. Yo lo desarrollé con trabajo. Sino hubiera sido un instintivo. Como Arolas, que tenía gran sentido de la modulación. O como Firpo, que tenía intuiciones geniales. O como Canaro, que creó un género dentro del tango a fuerza de genio natural. Yo no soy solamente inspiración. Soy a demás trabajo. Me cuesta producir porque soy consciente. Pero hago las cosas. Mi preludio de la obra que estrené en el teatro Argentino hay que hacerlo y lo hice. No lo con versé. Lo hice. También trabajo activamente en la preparación de algunas composiciones de carácter, que espero gustarán al público.

UNA ANÉCDOTA
Llevaba un plan para conversar con Juan de Dios y hacer este reportaje, Pero Filiberto me ha tirado el plan al diablo. No hay forma do encerrarle el pensamiento en un sistema. Salta de un recuerdo a otro con elegancia y agilidad. Una idea le despierta cien más y quiere contarme todo. Por eso su biografía queda, por la mitad. Mientras tanto salta una anécdota, magnifica como una perla. Original. Después volveremos a la historia.
Una vez estaba en casa. Ya tenía la orquesta porteña. Llegó un mocito para preguntarme cómo había que registrar. “Yo no registro nada —le dije—. No tengo miedo a que me roben”. “¡Ah! —me contestó—. Pero me puede pasar así como a Julio De Caro, que inventó el acorde de séptima del dominante y se lo robaron por no registrarlo”. Cuando oí tamaña cosa mandé buscar al vigilante y le prometí ponerlo preso porque era un atentado contra la sociedad. Esa lección no la debe de haber olvidado, porque hace poco lo encontré y me dijo: "Yo soy aquel que usted quiso poner preso...” Es que hay un barullo con el tango. Los literatoides declaran que el tango es sensual. Y ayudan a creer en esta mentira los que creen que el tango nació en el cabaret. Un día, cuando en una discusión un músico me echó en cara que yo no sabía música, por no romperle el alma rompí la guitarra, y desde ese día tomé un maestro de solfeo y violín. ¿Se da cuenta? Y hablo porque mientras comía, durante seis años, estudiaba por falta de tiempo. Volvía de trabajar y leía al comer. Porque en esa vida perdí la salud del cuerpo y cultivé la del espíritu. Como lo puede decir mi madre. Allí está. Ella no mentirá,
—Es cierto —dice la madre—. Todos los días me decía que iba a dejar de estudiar para no serme una carga. Y se lo prohibía. Cien veces quiso dejar. “Usted no puede mamá”, me decía. “Yo puedo, hijo”, le contestaba. Cuando él se enfermó, yo enfermé también. El médico me dijo me volvería loca. Entonces Juan de Dios me dijo: “Mamá si usted no hace un esfuerzo para curarse, estamos los dos de más en el mundo”.
—Se da cuenta —dice Filiberto—. Esa fué mi madre. A ella le debo todo.
—Cuando él estaba enfermo, los amigos venían a hablarme mal de él. Me decían que llegaría a nada. Que era loco. Sólo yo creía. Y como no me podía defender ni defenderlo a lloraba en los rincones. Así casi me vuelvo loca. Por quererlo. Porque mis hijos es lo único quiero. Y a Juan, sobre todo, le vi un destino de triunfo y de arte.
—Este sufrimiento está en mi obra —contesta Juan de Dios- . ¿Quiere que le cuente cómo hice “El pañuelito blanco”?
—Encantado, Filiberto.
—Bueno. Escuche. Y anote. Tráiganme carpeta de manuscritos. Ahora verá la verdadera historia. Cosas interesantes. Llenas verdad.
(continuará)
Revista Radiolandia
31.07.1937
 

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