Mágicas Ruinas
crónicas del siglo pasado
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Ídolos con pies de barro Las complejas técnicas de promoción que aureolaron con el éxito a los ídolos nuevaoleros no logran impedir su caída Parece un pobre muchacho, cabizbajo, retraído. Mira las cámaras de televisión con temor, apenas responde a los saludos de algunos que lo reconocen. "Estoy esperando a Delfor —balbucea— porque creo que si la prueba anda bien, voy a ver si trabajo de cómico”. Un cameraman lo mira con asombro: "¿Vos, cómico?" Después sacude la cabeza. Lo palmea y le desea suerte... El joven se muestra tímido pero no es un novicio, aunque apenas tiene 21 años. Se llama Camilo Sago, y hasta hace poco tiempo le decían: Nicky Jones. Era un ídolo más de la nueva ola. Reunía miles de acalorados adolescentes que bramaban al compás de sus urticantes canciones, en los clubes de barrio. Cobraba jugosos cachets. "Se desinfló, como casi todos”, sentencian los entendidos. Esto es vox populi en el ambiente. El mayor fenómeno popular de venta de discos y suceso público, la "nueva ola" ha sido barrida por el olvido. Nada queda de Nicky Jones. Tanguito, Joly Land, Johny Tedesco, Rocky Pontoni. Sólo Palito Ortega ha sobrevivido, trabajosamente. Muchos lo predijeron. Fue fugaz. Pero..: ¿Por qué? ¿Qué había en la nueva ola para motivar un triunfo tan avasallador? ¿Qué había para explicar ese olvido súbito y total? ¿Qué es lo que pasó?... Cómo los inventaron “Los cantantes de la nueva ola están venidos a menos”. ¿Entonces por qué no inventa ahora otro Palito Ortega? —Con las mismas posibilidades de aquel entonces, yo me comprometo a crear otro Palito Ortega igual o mejor que el actual. Este mexicano de 42 años llamado Ricardo Mejía es un rollizo moreno aprisionado por sus anteojos cuadrados; habla un castellano de resonancias yanquis. Hace seis años que llegó a la Argentina después de haber hecho carrera como publicista en los EE. UU. Como ningún otro, Mejía puede explicar, desde su punto de vista, la caudalosa industria de la nueva ola musical. “En 1959 —declaró enfáticamente Mejía— las ventas de la Víctor andaban flaqueando y el mercado se mostraba apático, sin figuras nuevas. Empecé con una selección de chicos jóvenes todos los sábados a la tarde. De varios cientos elegimos treinta, con los que empezamos un programa en Canal 11: la Guardia Nueva. Después se llamó el Club del Clan”. Por aquel entonces, ya entrados los años 60, el público juvenil empezó a reaccionar favorablemente a las nuevas figuras. Una tarde, Mejía conversaba con dos músicos, Ray Nolan y Víctor Bucino, en el Richmond de Florida. —¡Tu programa tiene demasiados artistas! —protestó Nolan. —Tiene que ser así —contestó Mejía— y dar la sensación de algo gigante, como una ola. Una nueva ola. El mexicano consiguió, efectivamente, dar la sensación de gran aluvión, de oleada juvenil, y además de adaptar al castellano el denominativo francés de nouvelle vague ideó uno por uno los dulzones nombres de los artistas: Nicky Jones, Chico Novarro, Palito Ortega. La vestimenta, los cortes de pelo, las maneras y poses de los nuevaoleros fue encargada, en tiempos del Club del Clan, al columnista de espectáculos Leo Vanés, un inquieto soltero de 37 años. “Estudié tres años de publicidad para hacer eso —explica—. En realidad mi trabajo fue ponerle marco a un cuadro que ya estaba hecho". —¿Por qué causas aparece la nueva ola musical? —Es difícil explicar; principalmente, porque se trata de la evolución de un negocio que estaba reprimido hacia 1961: el del disco. Y el intento de la Víctor, que pasó al frente. Herido por algunos ataques a Palito Ortega o Johnny Tedesco, Leo asegura que “el argentino puede perdonar a un morfinómano o a un ladrón. Pero nunca a un joven exitoso. La nueva ola es positiva: sus canciones son como rondas infantiles, por eso llegan a los niños”. Menos angelical es la versión que da Rodolfo Kuhn, un cineasta que causó arrebatadas polémicas con su película “Pajarito Gómez”, en la que pretendió revelar cómo se inventa un ídolo. “Esta maquinaria no es una cosa natural —pontificó Kuhn, arrellanado en una confitería de Viamonte y Florida— porque no es de nadie: ni del campo ni de la ciudad, ni del rico ni del pobre. Música popular espontánea es jazz, tango, bossa nova. La nueva ola viene a aprovechar necesidades evasivas de la gente. Y conste que no me disgusta el twist, sino las letras insulsas. Aquí trataron de imponer el twist rebelde, existencialista, con un Johnny Tedesco hogareño, a una nueva ola con letrillas familiares...” Las empresas grabadoras, las editoriales de música, las revistas especializadas, los disc-jockeys, conforman para Kuhn el aparato siniestro que “inventó” a la nueva ola como fenómeno artificial: eso trata de demostrar en su película “Pajarito Gómez”. Acida pero inocente es la opinión de Oscar López Ruiz, un prestigioso músico del elenco de Astor Piazzolla que ama la música y tiene sólo 27 años. “Este movimiento —sostiene— es una argucia infernal inventada por la clase dirigente para controlar los cerebros de la gente que trabaja y tiene problemas y puede proyectarse en sus ídolos triunfadores...” “El que más sabe de esto es Ben Molar”, aseguró un empresario. Panorama lo entrevistó en su oficina repleta de cuadros —un hobby— en San Martín al 600. Autor de decenas de éxitos resonantes, sagaz, cuarentón. Molar no se enorgullece de su oficio: “Es una profesión de aprovechados” confiesa. Después, confiado, pregunta: —¿Qué objetivo persigue este reportaje? —La verdad. —No, la verdad no, porque no se puede decir. —¿Y qué es lo que se puede decir? —Que la juventud argentina ha sido auténtica en sus gustos. Shimmy, charleston, rock’n roll, twist. La industria del disco debe apelar a la creación constante de nuevos ritmos para convencer a los adolescentes. En ese sentido, todo el negocio musical es un golpe bajo. —¿Alguien inventó a la nueva ola? —Es muy fácil ver desde el balcón una manifestación, bajar y ponerse a la cabeza. Este asunto empezó a gestarse en 1952 con Elder Barber. El segundo paso lo dieron “Los Cinco Latinos” en 1957 y Baby Bell y Billy Cafaro lograron el cimbronazo en 1959. Se llegó a una nueva forma, directa y simple, de sentir la música popular. —¿Usted manejó todas esas estrellas? —Más que yo, la necesidad del público. Sin mí, sin mis composiciones, sin los 200 millones que gastó la Víctor en 1959, sin Palito o Violeta, el asunto hubiera venido igual. Era necesario. Mientras el estudioso Ricardo Malfé sugería que la nueva ola había levantado cabeza porque “la juventud carece de mundo propio”, un astuto apoderado explicaba al periodista cómo se impone una figura nueva: “Primero se le hace grabar un acetato en una empresa amiga y grande, luego la empresa larga algunas placas promocionales para los disc-jockeys, que los difunden generosamente. Después se le hace al chico trabajar gratis en algún show de televisión o en radio que tenga cadena, por el interior. Con un poco de oficio, el chico va para arriba. Pero tiene que ser bueno. A Violeta Rivas la promovieron con la misma plata que a Jolly Land, pero después de serias disputas entre sí, por celos profesionales. Jolly no pasó más allá de cierto límite. Hay que tener una figura de buenas condiciones y saber trabajar en el ambiente. Descenso a los Infiernos Johnny Tedesco está cansado. Tiene un duplex en la calle Aráoz, pero se siente aburrido, postergado. Habla, a los 22 años, como un viejo: “La culpa la tienen los representantes. Lo gastan a uno. Lo presentan en todos lados. Lo repiten. Yo empecé a los 15 años, imitando a Elvis Presley, con melena y cara de vicioso. Después cambié, evolucioné hacia el tipo de chico lindo. El hit Vuelve Primavera fue uno de los primeros de lo que después se llamó nueva ola. Vendí 150.000 placas de un tirón, sin promoción. Pasé años y años trabajando un día tras otro. Encerrado en una asfixiante campana de cristal. Mi vida privada no existía. De repente, me casé, tuve un hijo. Me enfermé muchos meses, tuve que operarme de las cuerdas vocales, por consejo del doctor León Elkin. Qué sé yo... la vida cambió y yo pasé de moda”. Quizá la imagen rebelde de un Johnny Tedesco melenudo y ataviado con pulóveres multicolores quedó sepultada por un casamiento precoz. O, como dicen algunos, las flojas condiciones artísticas de Tedesco no sobrevivieron a los primeros meses de explosiva publicidad. Por de pronto, ahora tiene un nuevo promotor. Es Fabián: joven, alegre, lleno de ideas. “Johnny está cambiado —asegura, discurriendo por el piso de la calle Aráoz—; le vamos a crear un estilo Liverpool. Otros gestos, otro estilo, casi otra cara. Es muy importante la publicidad, ya lo ve. Pero hay que saber cantar, también”. Johnny Tedesco está obsesionado por la idea del porqué. ¿Por qué se triunfa, por qué se cae? “Yo tengo 22 años y estoy cambiado, madurado por una carrera intensa. Vea, yo le digo: el público ha evolucionado. Ya no le bastan caras lindas. Por eso, ahora voy a cantar baladas, temas melódicos. La gente no se deja llevar por gritos y movimientos raros”. El tecnificado Fabián, a su lado, lanza una acusación: “¿Sabe lo que pasó con la nueva ola? Que saturaron el mercado con discos de Leo Dan, Jolly Land, Palito, etc. No supieron dosificar. Los hicieron aparecer en todos lados. Ya eran figuritas repetidas. La imagen empezó a repetirse y al final se quemó”. El matrimonio, así, resulta una suerte de “propaganda enemiga”. Las niñas necesitan soñar con sus príncipes, y ellos sólo son príncipes mientras son solteros, libres. Pero, sin embargo, otras figuras ascendieron a la condición de “grandes figuras” a través del matrimonio. Néstor Fabián y Violeta Rivas, por ejemplo, al ser enlazados por un romance de campanillas, lograron un gran boom publicitario parecido al de —hoy roto— Raúl Lavié y Pinky. Néstor y Violeta se casarán en breve y este hecho parece consagrarlos como “figuras serias” de consumo familiar, y no sólo juvenil. El Rey, Palito Ortega, también está a punto de casarse con Evangelina Salazar: una unión de gran significado publicitario. Y, en realidad, es este puñado de personajes el que ha subsistido a la catastrófica caída de la “nueva ola”. ¿Quién recuerda, en Buenos Aires, a Paco Amor, Luis Bastián, Lalo Fransen y el barbado Billy Caffaro? “Nosotros iniciamos la nueva ola, en parte —asegura Nelly Croatto, italiana de 23 años— con el famoso trío TNT. Yo recién salía del Liceo. Con mis hermanos Antonio y Timoteo nos largamos a trabajar. Después nos dimos cuenta de la enorme trampa que es todo esto”. Diminuta, dulce, pudorosa, Nelly no parece capaz de decir lo que efectivamente dice. La invade la furia tremenda de los desplazados. Después de lograr un pavoroso suceso en 1959, con una cancioncilla llamada “Esso” (consejo de Ricardo Mejía), viajaron a España. Fueron dos años de gran éxito. Hacia 1964 estaban de vuelta en Buenos Aires, dispuestos a seguir. Pero nadie los esperaba en el Aeropuerto. Un nuevo rey dominaba estas tierras: Palito Ortega. Los TNT habían sido olvidados, habían pasado de moda. Empezó el Gólgota: ‘‘Mis hermanos se dedicaron a otra cosa —memora Nelly— y yo a gatas conseguí entrar al programa de Mancera, como solista. No tuve suerte. Yo pensaba que con cantar bien bastaba para entrar en onda. Pero no. En las casas grabadoras me dijeron que las cantantes no interesan. El mercado de discos es femenino, y solo los muchachos tienen éxito. Me di cuenta que necesitaba promoción. Se la pedí a Juanito Belmonte, hermano de la cancionista Paula Galés. Y me exigió 100 mil pesos por dos meses. Me indigné, y aquí estoy. Sin publicidad, no hay campo de acción”. Prohibido repetirse “Yo no sé qué se creen. Nuestro público es muy exigente. No se traga cualquier cosa. Artista que se repite, artista que aburre a la gente. Por más publicitado que esté. Tiene que tener clase. Solo dos personajes, en el mundo del espectáculo, se repiten con entusiasmo: Sinatra y Chevalier. Estos chicos le echan la culpa a los representantes, pero son ellos los que fracasaron. Por no estudiar. Por no renovarse”. Lo dice el maestro Ben Molar. Esta es, para él, la respuesta definitiva. Para los artistas desplazados, el ogro es la trenza de los representantes y promotores que explotan y queman a los cantantes. Pero sin embargo hay otras opiniones. Salvador Salías, un veterano representante de 55 años, el más ortodoxo y poderoso de la Argentina, afirma que “hay que poner mucho celo, mucha prudencia, en la promoción de una figura. Es cierto que solo perdura lo que vale, pero yo prefiero a veces un mal elemento publicitado antes que uno bueno y desconocido. Todo se logra con tacto”. Esto último, aparentemente, es lo que faltó a quienes lanzaron demasiado tumultuosamente a la nueva ola, sin exigirle renovación artística. Hugo Stábile, socio gerente de Asociación Artística Argentina, acapara con Salías las mayores figuras de plaza. “Fíjese, el Club Provincial de Rosario me pide a Rodolfo Bebán para animar sus bailes, aunque sea diez minutos. Pagan más de tres millones de pesos. Pero yo no lo mando. Rodolfo tiene una imagen que hay que cuidar. Con este criterio, también, lo cuido a Palito Ortega. El único nuevaolero que sobrevivió. Pero el mérito es de él. El quiso superarse, pulirse. Tiene inquietudes, pasta, personalidad”. Stábile hace un gesto de suficiencia. Para él, el secreto es simple. Pero... ¿Por qué los otros se hundieron en el anonimato después de ganar millones? “Muy sencillo. Problemas individuales. Poca conducta. Mal orientados. Mal promocionados. Y algo muy importante: falta de verdadera categoría artística. Después del primer impacto, es eso lo que cuenta”. Luis Aguilé se fue a España, Leo Dan a Colombia, Billy Caffaro deambula por Europa, Jolly Land se radicó en Los Ángeles, Tanguito hace giras por el exterior. El olvido se parece, a veces, al exilio. Mientras tanto, a los pocos que siguen ganando millones (Juan Ramón, Palito Ortega, Néstor Fabián y Violeta Rivas) se suman tibiamente los éxitos de Yaco Monti o Horacio Aschieri. Pero sobre todos ellos pesa, después del naufragio de la nueva ola, la admonición de Ben Molar: “Sólo la calidad perdura”. Luis Santagada Revista Panorama 02.1967 |