Mágicas Ruinas
crónicas del siglo pasado
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Los aprendices de sabios escribe Arturo Jauretche Las nuevas promociones políticas de izquierda, particularmente la estudiantil, han marcado bien su absoluto desacuerdo con la vieja izquierda, y así al tomar posición intentan acercarse a la nacional; su marco de referencia es el peronismo. Acusan a la vieja izquierda de no haber comprendido a éste, por la prevalencia de ideas doctrinarias, es decir la ideología, sobre los hechos: que fue incapaz de percibir la realidad revolucionaria que entrañaba el peronismo y la transformación que significaban las tres banderas. En función de esa rectificación, un poco cómodamente se carga aquel antiguo error exclusivamente sobre las espaldas del Partido Comunista. Digo que cómodamente, porque en esa izquierda, en la que estaban incluidos todos los matices desde los pálidos rosados de los socialistas hasta el anarquismo, muchos tienen peores explicaciones que dar sobre el error de entonces: los militantes del P. C., simplemente se limitaban a acatar las consignas impuestas desde la U.R.S.S., política que nunca han negado y siempre han sostenido. En realidad el P. C. con una mala posición nacional era con todo consecuente con su posición internacional; la otra izquierda no, porque no tenía que obedecer consignas. Su error es error de conocimiento del país exclusivamente y de conflicto entre posición teórica y práctica. Tomando como he dicho, como marco de referencia al peronismo, la izquierda de hoy a la inversa de la que ayer se colocó a la derecha del peronismo, en coincidencia con el liberalismo de las fuerzas capitalistas y extranjeras, se coloca hoy paralelamente al peronismo, a la izquierda de éste. Y cree con eso haberse salvado de los errores de la otra generación de izquierda. Me parece que la actual izquierda está propensa a los mismos errores de la vieja, porque sigue perteneciendo la "intelligentzia" y como tal sigue expresando el fenómeno de la colonización pedagógica en una de sus alas. La vieja izquierda se equivocó porque coincidía intelectualmente con la vieja derecha en no estudiar el país, ni averiguar qué quería éste, cuáles eran sus condiciones, cuáles las soluciones que las circunstancias requerían pues ya lo sabía todo por los libros. Pero al igual que entonces, la izquierda parte hoy de un supuesto de condiciones universales en función de las cuales la Argentina tiene que moverse, y no en razón de sus condiciones particulares. Es decir su pensamiento se modula con las mismas características de la "intelligentzia" de la vieja izquierda por más que aparente nacionalizar su posición, porque ésta es también teórica —a imagen y semejanza de otras— pero no la propia. Mientras el movimiento popular, Yrigoyen antes, Perón después, y remotamente, los federales, se apoyan sobre la base de lo que el país o las grandes mayorías del país quieren, estos movimientos intelectuales se apoyan sobre lo que las minorías intelectuales quieren que quiera; y esto lo traen de afuera: el esquema de qué y cómo debe ser. Sustraen al pueblo, parte viva de la nación, porque no lo ven como tal, como es aquí; como un corte vertical que expresa la nación íntegra, para sustituirlo por las clases, una de las cuales ellos pretenden expresar pero desde fuera de la misma, por falta de una conciencia obrera de aquella, según debe ser teóricamente. Así resulta que una minoría intelectual pretende suplir el déficit intelectual de los obreros ante la carencia de "concientización" de los mismos, como dicen en un divertido y peligroso lenguaje de iniciados. Como se ve es el mismo error de la vieja izquierda porque el error no parte de la ideología en sí, sino del método con que ésta se aplica exigiendo que los hechos sean elásticos y se acomoden a la ideología y no a la inversa. El error es el mismo de los liberales; pero éstos se equivocan con gusto; traer hecha la ropa que debe ponerse el personaje para que éste con el uso se adapte a la misma en lugar de tomarle las medidas y hacer después la ropa. Pero ahí está la cuestión: tomar las medidas, es tarea que requiere humildad, buscar las respuestas en un duro aprendizaje de conocimiento del país y del pueblo, así como de sus particularidades que llevan a eso que llaman atipismo, que consiste en que ningún país responde al tipo, cosa que un ideólogo no puede comprender porque no es así en los libros. Sin embargo un país es un país y no un tipo porque si los otros fueran como el tipo no serían países. La aproximación al peronismo de las izquierdas nuevas sería un golpe de pecho meritorio, si proviniera de las viejas, pero la verdad es que aquellas siguen empacadas y además quedan pocos sobrevivientes. La nueva izquierda ha tenido la grandeza de tratar de comprender un fenómeno histórico pero lo ve como tal —de ayer y no de hoy—. Además no hay que olvidar que si no lo hubieran comprendido no habría nueva izquierda. Reivindica ese peronismo de ayer, lo exalta y se confunde en las filas del actual, pero estoy viendo que mucho de ella no renuncia a ninguno de los métodos y modos intelectuales que llevaron al error a la vieja izquierda. ¡Bien se puede hablar de un nuevo fubismo! Si la vieja izquierda se fugó a Europa, la nueva se puede fugar a China o a Cuba —ésta más cerca y en español—. Es que se encuentra más cómoda en la comprensión de las multitudes que no conoce que en las que conoce. Así en el fondo los guajiros adquieren una jerarquía clasista que están lejos de alcanzar los cabecitas negras y sus descendientes porque aquellos a la distancia parecen suficientemente dialécticos. Tienen conciencia de clase. Sin comprender la realidad del país y los factores que verdaderamente motorizan sus grupos sociales más allá del ocasional conflicto gremial, logran constituir una aparente fuerza sobre el estrato más permeable a las ideas y a las inquietudes de justicia pero que es también el más expuesto a la seducción ideológica y la actitud pedantesca que es el de la población estudiantil. Muchos toman los caminos de heroísmo sacrificado y los más, particularmente los más intelectualizados, satisfacen su necesidad de ser intelectuales exhibiendo la ideología como una patente de sabiduría en un país en que el conocimiento de las verdades propias exige precisamente apearse de aquella y de las vanidades intelectuales con que decora a sus adeptos. En último resultado esta fuga de la realidad es útil a los extremos reaccionarios que los picaros liberales administran para la represión de que ellos son únicos beneficiarios. Convertir el país en un Vietnam es el ideal de muchos nuevos izquierdistas pero más de los liberales a la brasileña, y desde luego de algunos llamados nacionalistas, que también andan por el peronismo y que levantando las consignas de “ni yanquis ni marxistas, peronistas”, se definen negativamente como ocurre normalmente con todos los ventajeritos que detrás de la palabra nacionalismo han encontrado una cómoda careta para satisfacer sus tendencias parapoliciales. Todos vienen a pescar en río revuelto en las filas del peronismo. Con todo, todos bienvenidos en el mismo a condición de que las propensiones ideológicas, no digo que sean abandonadas en la puerta, pero que se vayan moliendo con la contribución de la realidad propia, auscultando sus aspiraciones, sus necesidades reales y sobre todo la voluntad de ascenso de la Comunidad Nacional de acuerdo a las tres banderas que no expresan la oposición de las clases sino la unión para el interés común. Porque arriba o abajo lo que se opone se opone al interés nacional. Sin comprender eso no hay comprensión del Justicialismo. Sepan, sí, que la captación que buscan los ilusos; que su intento de polarizar la lucha entre dos extremismos es ajeno a las masas actuales que no lo quiere, y no por miedo a la violencia o el extremismo, sino porque no corresponden ni a su composición ni a sus aspiraciones. Esto no está escrito para la gente de la nueva izquierda, sino para los peronistas y es para advertirles que la nueva izquierda tiene que aprender de ellos y no ellos de la nueva izquierda, aunque la nueva izquierda hable un lenguaje muy vistoso, el de la ideología, y el peronismo tartamudee la escasa lengua del aprendiz. Pero éste es el aprendiz del país real y no de los libros que dan prestigio pero lo ocultan con una visión extraña. El mejor argumento es el de los hechos. ¿Dónde estuvieron los ideólogos en los tiempos de Perón, Yrigoyen, o Rosas? ¿Dónde el pueblo? ¿Por qué acertábamos los ignorantes y se equivocaban los sabios? Esto no es un elogio de la ignorancia, sino plenamente la prueba de que el buen sentido es mejor que la erudición sin sentido. ♦ DINAMIS • Nº 40 • ENERO DE 1972 Escribe Arturo Jauretche |