Mágicas Ruinas
crónicas del siglo pasado
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LUIS SANDRINI Encontró su personaje en un hincha de Argentinos Juniors SEMBLANZA EN CUATRO CAPITULOS DEL HEROE DEL CELULOIDE Vivía cerca de la casa de mis viejos. —¿Pero, entonces, es auténtico su personaje? —Y ¡cómo no! Vivito y coleando anda todavía por esas calles de Dios. Es un reo de los que ya no quedan. Idéntico, igualito al que yo llevé primero al teatro y después al cinematógrafo. —¿Pero tartamudea? ¿Son tan “cortinas” sus pantalones? —Como tartamudear, tartamudea sólo cuando le discuten que su cuadro no vale nada. Que es una murga. Me imagino lo que sufrirá en esta temporada en que “palman” todas las semanas. Se pone de todos colores. Sufre y traga saliva. Y las palabras se le hacen un lío tal en la garganta, que más que un hombre, hablando parece una pistola de repetición. En lo que se refiere a los pantalones, ahora son más cortos. Y están más viejos. Como siempre usa los mismos y el muchacho con los años ha ido creciendo bastante... La última vez que lo vi fué en la cancha de San Lorenzo, hinchando por su cuadro. Ya lo sabe el lector. El más popular de nuestros cómicos de la pantalla, la estereotipación del malandrín más simpático de Buenos Aires, encontró al personaje que lo sacó del anonimato y los doscientos cincuenta pesos de sueldo a la fama y los mil quinientos nacionales cada treinta días, en un hincha de Argentinos Juniors que vive cerca de la casa de bus padres. Y lo encontró él, que no se había sacado todavía las espuelas, flamante aún de Buenos Aires, Prendido en lo más hondo de sí mismo el sabor de sus pasiones chacareras. Porque Luis Sandrini, alias Loco Lindo, caballero del altillo, hijo de papá, héroe del Riachuelo, descubridor de los tres berretines porteños, él lo afirma, se crió boleando “chorlos” en San Pedro, provincia de Buenos Aires, aunque había nacido en el barrio de Caballito, allá cuando se afirmaba recién en sus primeros años el siglo XX. POBRECITO EL NENE, PARECE MEDIO PAVITO... Cuando a los seis años lo llevaron a San Pedro, el primer saludo en aquel pueblo no fué alentador que digamos. Se lo refirieron después, cuando el valor de las palabras ya podía ser juzgado por Sandrini. —No debía ser muy lindo, pero tampoco tan feo. Hay fotografías que prueban mis palabras. Dicen que tenía una sonrisa macanuda, pero yo no me acuerdo. A lo mejor son cuentos familiares... Me llevaron al pueblo y algunas amistades vinieron de visita. La primera impresión que causé a una mujer fué reflejada en una frase. En siete palabra: “Pobrecito el nene, parece medio pavito.” "Mi madre protestó enérgicamente —continúa Sandrini—, pero el juicio ya estaba echado. Y el “chimento" corrió por las calles. Fué mi primera popularidad. Después, me crié admirando a tres robustos vagos de esos tipos clásicos en los pueblos, célebres en San Pedro: “Chiquichua”, “Pichón de indio” y “Tiento Overo”, un personaje que Diego Novillo Quiroga, de esos pagos, llevó a sus libros. Alguna vez los llevaré yo también al cine. De todos ellos me pasaba horas enteras estudiando sus gestos, aprendiendo sus extrañas palabras, ¿Presentimiento del futuro que me sonreiría después? Lo que sí sé es que desde entonces soñaba con el teatro. Y cuando la conscripción me hizo volver a Buenos Aires, estaba dispuesto a llegar a la escena o no regresar a mi casa." EL DEBUT EN UNA NOCHE TORMENTOSA —Pero mi familia ya estaba aquí, Y un buen día, anuncié el debut. Iba a ser uno de esos “Hombre 1’’’ que figuran en los repartos, pero me parecía haber tocado el cielo con las manos. Besé a mi madre y como si partiera pura la guerra, le anuncié que volvería actor. Tenía apenas para llegar al teatro, pero como trabajaríamos en cooperativa, al terminar la función me hacía con montones de pesos. Vi al director del conjunto, me asignó un camarín altísimo, el de más arriba, y comencé a caracterizarme. Quince minutos, media hora, una hora y media y no me llamaban a escena. Me parecía de poca “clase” salir a preguntar qué pasaba, y aguardé todavía un rato. Hasta que me asomé un poco y me sorprendió ver el escenario vacío. A saltos bajé la escalera, miro a la platea y absolutamente nadie. Me restregué los ojos, para ver sí soñaba, pero algunos pasos que se acercaban me convencieron de que no. Era el sereno, que con cara de pocos amigos me interpelaba; el corazón se me salía del pecho: —¿Se puede saber qué diablos hace aquí? —Vea..., señor..., yo trabajo en la compañía..., ¿sabe? —Pues trabajará otra noche, porque la función se ha suspendido por mal tiempo hace como dos horas... —Volví a vestirme —continúa Sandrini— y ya en la calle busqué afanosamente en los bolsillos. Al final, ¡eureka!, encontré una moneda. Me parecía muy chica, pero no alcanzaba a distinguir en la obscuridad su cifra real. Bajo un verdadero diluvio corrí hasta un farol y casi me desmayo. Cinco centavos. La tragedia. Estaba en Avellaneda y tenía que ir a mi casa, en Flores. Al final, tuve que esperar cinco horas en un zaguán, para poder viajar en los tranvías de obreros de la madrugada. —Un regreso. triste, ¿verdad? —El regreso no era nada. La cuestión fué conformar a mi madre. Le había prometido regresar artista y volví obrero... A veces creí que fuera una amable cachada de la vida. Pero la tomé con “soda” y seguí adelante... LOS TRES BERRETINES CUMPLIDOS Después, abandonamos el tono risueño (Moglia Barth está presente ya para comenzar la lectura de la nueva película) y Sandrini se pone serio. Ya no es el muchacho juguetón y cachador de sus películas y de su creación. Sólo su carcajada rara, rarísima, pone a veces en la conversación su sonido esténtoreo. —Juoo... Juoo.., Juoo... Y volvemos al reportaje. —Más o menos, di forma a los tres berretines que me sacaron a flote en la vida. Aunque sea en la ficción, jugué al lado de todos los cracks del fútbol. Berretín cumplido. Actué en el cine y me fué bien. Segundo berretín. Y últimamente también en radio desde el micrófono de Sténtor, con lo que completé la “pierna”. —¿Su opinión del cine criollo? —Creo que cada película que se rueda es un paso adelante. Entre nosotros. desgraciadamente, el último gran país que tolera films en idiomas extraños, el público supera con su generosidad todavía a la calidad de las películas. Hasta ahora, por otra parte, lo único que ofrece nuestro pobrecito cine criollo es hacerse comprender. Lo demás vendrá paulatinamente. Todo el mal, por otra parte, está entre quienes tenemos la responsabilidad de las películas. Intérpretes, directores y autores, Si falla el film, alguno de esos tres elementos es el culpable, ya que en la faz técnica todos los elementos son los mismos que en el extranjero, pues se traen de los grandes centros de filmación. En lo que a mí respecta, he tratado siempre de ajustarme al libreto, con absoluta fidelidad. Como la cámara, por su parte, es fiel al retratarme, la película responde, por Aquello de que dos cosas iguales a una tercera son iguales entre sí, a la calidad del argumento. —¿Y de la radio, Sandrini? —Mientras la radio no muestre nuestras caras, única defensa de quienes animamos un personaje “standard”, no creo que las probabilidades sean muchas. El libreto, en esas condiciones, sale lo mismo leído por un buen artista como por un speaker avezado o por el propio autor. Lo demás son carcajadas cada dos instantes, optimismo contagioso, la cómica seriedad de Luis Sandrini. Hasta que Moglia Barth, mirando el reloj, hace comprender la necesidad de que comience la tarea. Y se pierden Sandrini y su director en la lectura de “La casa de Quirós", el admirable argumento de don Carlos Arníches, que dentro de pocos días comenzará a rodar Argentina Sono Film. La primera gran producción argentina, según lo anuncian sus principales elementos, en la que se invertirá una suma superior a los doscientos cincuenta mil pesos. —Una pavada de moneda —Señala Sandrini, y otra vez su carcajada pone campanazos de alegría en el amplio “fumoir” de su casa. —Juoo... Juoo... Juoo... Y así nos despedimos. Pero cuando nos separamos de él pensamos que la cinematografía nacional, primero, y la radiotelefonía, después, han encontrado al más completo personaje dentro de su género, ya que entre el Sandrini que vemos en la pantalla, o el que escuchamos frente al receptor, y este que nos cuenta anécdotas de su vida, hay una identidad tan grande que, con perdón de su parte, diremos que en su presencia no se resiste a la tentación de reír, imaginando que cada gesto, cada palabra suya, pertenece a una intriga de esas que tanto aplaude el público porteño. Y, sin embargo, Luis Sandrini de carne y hueso es un hombre formal, con una multitud de proyectos formales para el futuro. Afortunadamente... Pie de fotos -Luis Sandrini, cuando todavía no usaba paraguas. Una preciosa criatura, orgullo familiar, que el tiempo se encargó después de cambiar bastante, dicho sea en honor a la verdad histórica. -Una vez hizo de Romeo, Shakespeare en solfa, por lo demás, y se asustó a sí mismo. No era tan feo como siempre. "¡Lástima —confiesa— que no se pueda salir a la calle. Porque mi golpe lo pego, ¿verdad?" Radiolandia 17/07/1937 |