Mágicas Ruinas
crónicas del siglo pasado

el caso de Madre María
A 40 AÑOS DE SU MUERTE:
EL CASO MADRE MARIA
Su leyenda integra la pintoresca galería de los mitos vernáculos

“Cruzarán los aviones el cielo, darán las ciencias maravillas insospechadas a cuyo lado las de la radio parecerán pequeñas; sin embargo, habrá siempre una multitud en busca de lo sobrenatural”. Cuando el miércoles de esta semana sus miles de fieles contemporáneos recuerden el 40ª aniversario de la muerte de la Madre María —una figura histórica del Buenos Aires pintoresco—, de nuevo tendrán vigencia las palabras premonitorias con que en 1928 cerró su nota necrológica el vespertino La Razón. Con la discípula del legendario Pancho Sierra (el “Gaucho Santo de Pergamino”) se había ido, a los 74 años de edad, uno de los temas de comentario de los cafés porteños, la guía espiritual de legiones de creyentes ricos y menesterosos. Porque la Madre María, de más elevado rango social que sus colegas, se diferenció siempre de la vulgar adivina de la calle Rincón o el faquir egipcio instalado en plena calle Florida. Jamás recurrió a las barajas para predecir el destino, ni practicó la quiromancia, ni “leyó” el futuro en la fraudulenta bola de cristal. Una palabra, unos pases de mano y unas gotas de agua o aceite en ayunas le bastaban —se cree— para curar desde una úlcera hasta una parálisis. “Elixir de larga vida, ilusión, esperanza para los que nada esperan”, como poetizaba la prensa de la época. Otros, menos crédulos, la asimilaron al nutrido ejército de charlatanes que, al decir de Roberto Arlt, “son capaces de infiltrarse en aquella microscópica zona del entendimiento con que se engalanan las frívolas y mentecatas para explotarles el poco seso y el insignificante discernimiento que atesoran”. Lo evidente es que supo infundir fe en los que la necesitaban y se le aproximaban para encontrarla. La gente hallaba en su elemental taumaturgia lo que la ciencia no puede ofrecer y la religión no siempre da: la certidumbre de una vida trascendente que justifique y haga soportables las miserias cotidianas.

PASION Y VIDA
María Salomé Loredo (la Madre María) nació el 22 de octubre de 1855 en un hogar cristiano de Castilla, España; a los 10 años debió interrumpir sus estudios primarios para ayudar en las tareas rurales a sus padres y hermanos. Eran tiempos de estrecheces y los Loredo, como tantas familias peninsulares, emigraron hacia el Río de la Plata. María tenía 14 años cuando sus padres se instalaron en una vieja casona de Saladillo, en la provincia de Buenos Aires. Allí conoció a José Antonio Demaria, un hacendado de la zona con quien se casó en 1874. Dos años más tarde nació y murió (a los 3 meses de vida) su único hijo, y al año falleció también su esposo, que le legó una cuantiosa fortuna. Luego de un lustro de viudez contrajo nuevo matrimonio con un poderoso colono, don Aniceto Zubiza. Un tumor en el pecho, del cual la ciencia la había desahuciado, la llevó a su crucial encuentro con Pancho Sierra en la estancia El Porvenir, de Pergamino.
Según sus biógrafos, el famoso gaucho (quien, afirman los creyentes, efectuaba verdaderos milagros con una oración y un vaso de agua) la recibió diciéndole: “María, ¿porqué has tardado tanto en venir a verme si Tu estás en Mí?”; y ofreciéndole una taza de agua de su aljibe, le profetizó: “No es esta agua la que te curará, pues yo no soy curandero, sino tu infinita fe en Dios; no tendrás más hijos de tu sangre, pero tendrás miles de hijos espirituales, pues deberás seguir esta gran Misión. Tu segundo esposo morirá”.
Tras la muerte de Zubiza, María, dueña de grandes recursos económicos, se instaló en una mansión del barrio del Once, en Buenos Aires, y comenzó su peregrinaje nocturno por los conventillos y las casas modestas prodigando su fortuna entre los pobres y desheredados. En un principio la llamaron La Dama del Manto Negro, pero a medida que su popularidad creció y su casa se llenó de necesitados en busca de consuelo, se fue convirtiendo en la popularísima Madre María. Quizás el bautismo surgió en cualquiera de los conventillos que frecuentaba y se fue desparramando desde los repartos de almacenes y panaderías.
Corría el año 1894 y el mundo entero estaba pendiente del Caso Dreyfus, mientras el checoslovaco Antonin Dvorak, impresionado por su viaje a los Estados Unidos, estrenaba su Sinfonía del Nuevo Mundo. En Buenos Aires aparecía el primer número del vocero socialista La Vanguardia, se inauguraba la Avenida de Mayo (todavía flanqueada por algunos baldíos) y el pintor De la Cárcova concluía un clásico de la plástica nacional: Sin pan y sin trabajo. En esa Argentina finisecular —quién sabe por qué virtud de sugestión, por qué influencia de la propia credulidad— la Madre María comenzó a ser para pobres y ricos una mujer extraña y bienhechora, amiga de mostrarse en las calles y teatros, con su mirada serena de matrona majestuosa y su gordo rodete prematuramente blanco. Instalada más tarde en su casita de Turdera (cerca de Temperley, a pocos kilómetros de la Capital Federal) enseñaba a sus seguidores plegarias simples, salmodiaba a los menesterosos ávidos de alivio, prescribía oraciones que no estaban —y no están— en los devocionarios, y repartía consejos simples inspirados en la fe cristiana.
Entre la multitud de mujeres dedicadas al curanderismo y a las artes de adivinación, fue la única que logró constituir en su torno una especie de culto religioso, que hoy cuenta con más de 25 salones de conferencias (en Argentina, Uruguay, Paraguay, Chile y Perú) y está inscripto en el Ministerio de Relaciones Exteriores y Culto con el nombre “La Fe en Dios y la Religión de Cristo, por la Madre María”.
Los fieles que siguen buscando su protección la conocen como la Divina Pastora, pero ahora su prédica sólo sobrevive en las clases humildes, las que rodearon su figura de nuevas supersticiones populares, ligadas a la magia, el curanderismo y el espiritismo.

LOS MILAGROS
La extraordinaria sugestión de su leyenda trasformó a María Loredo en la protagonista de una serie infinita de prodigios, algunos de los cuales fueron relatados a SIETE DIAS por la hermana Leonides, a cuyo cargo está la sede central de la Misión (Avenida General Paz al 13.000, un confín de la Capital Federal). Los más notables:
*Sara Conte (79 años, soltera): fue curada por MM en 1902 de un tumor en la pierna izquierda: “Cuando los médicos me iban a amputar el miembro la fui a ver y ella, sin yuyos ni recetas mágicas, me sanó.
Sólo tuve que tomar todas las mañanas tres sorbos de agua en ayunas e invocar a Dios".
* Cabo bombero Cardozo: en 1949, durante el incendio de la fábrica Algodonera Argentina iba a penetrar en un galpón para salvar unos fardos de algodón, cuando se le apareció MM y le previno: “No entres". Un segundo después el galpón se desplomó ante la mirada atónita del crédulo bombero.
*Pascual Aulisio (inmigrante italiano que llegó a la Argentina en 1908, atacado de una jaqueca crónica; según los médicos que consultó, un mal incurable): MM le aconsejó que tuviera fe y desde entonces el dolor desapareció. Luego fue nombrado apóstol de la Misión.
*Hipólito Yrigoyen (dos veces presidente de la República): en 1927, un año antes de que asumiera el mando por segunda vez, MM le aconsejó que no aceptara la candidatura para el alto cargo. En 1930, el golpe militar del general José Félix Uriburu interrumpió el mandato del líder radical e inauguró la era —aún inconclusa— de los gobiernos defacto.

SUPERVIVENCIA DEL MITO
Muy respetada por los espiritistas, a pesar de que sus más fieles seguidores niegan toda vinculación con esa doctrina, la Madre María cuenta todavía con miles de adeptos. Todos los domingos, cientos de hermanos acuden a su mausoleo (uno de los más visitados, junto con el de Carlos Gardel), en el cementerio de la Chacarita. Son activistas de los heterogéneos grupos que se disputan la herencia de la legendaria santona, simples curanderos o francotiradores de la Fe Divina. Allí suelen pronunciar polémicos sermones, denunciándose mutuamente como “vendedores de falsas promesas": un folklore insólito, plagado de ritos criollos, se desenvuelve en torno a la estatua de la robusta anciana. Sus fieles le piden protección para recuperar la salud, superar angustiosas crisis económicas o realizar buenos negocios. Muchos de ellos son los mismos que cada 4 de diciembre, aniversario de la muerte de Pancho Sierra, se congregan puntualmente en el cementerio de Salto, provincia de Buenos Aires, arrastrándose de rodillas desde la entrada hasta el ángel de mármol de su tumba.

EL MENSAJE
Vestida con una gran bata blanca, la santa, mitómana o iluminada (según se lo mire) peroraba en el comedor de su casa, convertido de hecho en una sala de conferencias sobre temas entre religiosos y paganos: “Yo seré la continuadora de Cristo; tengo que regenerar a la humanidad para que no haya guerras ni revoluciones y reine la paz mundial”. Su mensaje guarda una extraña similitud con el legado doctrinario del Concilio Ecuménico. Habla del progreso de las industrias y el comercio, anuncia a colonos y labradores buenos precios para sus cosechas y pide a todos los presidentes del mundo que gobiernen los pueblos y las naciones inspirados por Dios. “Acordaos hijos de todos vuestros hermanos en todo el universo —reza el credo madremariano—; pensad por todos y para todos los que sufren en demanda de protección de Dios antes que para vosotros mismos. Que si lo hacéis con buen sentimiento vosotros ganaréis con ello. Y si observáis a vuestro alrededor veréis mayores desdichas que las vuestras. Elevad vuestro pensamiento a Dios y la Madre María, deseando para vuestros hermanos lo que Dios en su voluntad quiere para todos sus hijos sin distinción".
La tradición oral ha rescatado detalles de sus predicaciones. Los que la conocieron, todavía la recuerdan con su ramo de pensamientos en su diestra y un crucifijo de oro al cuello, rodeada de su fieles apóstoles. Las charlas de Temperley adquirieron tanta popularidad que en 1926 se instaló especialmente una línea de tranvías a caballo que recorría el trayecto entre la estación ferroviaria y el templo. El 28 de septiembre de 1928 reunió a sus seguidores más cercanos en el comedor de su casa y les anunció que iba a morir. Antes de encerrarse para siempre en su dormitorio (donde falleció cuatro días después) profetizó la Segunda Guerra Mundial, la desaparición de Europa en medio de inundaciones y terremotos.
Hoy, en la era de la cosmonáutica y los trasplantes, sus premoniciones trasuntan la fresca ingenuidad de otros tiempos, pero sigue ocupando— junto con 'Pancho Sierra— un lugar de privilegio en la pintoresca galería de los mitos vernáculos.

-recuadro en la crónica-
“GRACIAS, HIJO...”
Fue en 1909. Abarrotada de fieles devotos, la casa de la calle Rioja 771 recibió la visita imprevista de la policía. Sin pestañear ante la orden de detención por “ejercicio ilegal de la medicina”, MM infundió serenidad a sus fieles y les prometió volver pronto. El sargento Gutiérrez (fuerte, fornido, armado de los reglamentarios bigotes) cumplió su deber: la condujo con toda corrección hasta el calabozo, en ausencia del comisario. Cuando éste llegó a su despacho, el sargento Gutiérrez —triunfal— se jactó:
—¿A qué no sabe a quién detuve?
—¿A quién?
—A la famosa Madre María.
—¿Dónde está?
—En el calabozo, mi comisario.
—Sáquela inmediatamente, sargento. Si sus fieles se enteran de que la tenemos a pan y agua, nos incendian la comisaría.
El comisario no había terminado de pronunciar estas, palabras, cuando apareció junto a él MM, diciéndole: “Gracias, hijo...". La puerta de la celda se había abierto sola, milagrosamente.
Cuando un año después el juez la absolvió de culpa y cargo, MM profetizó: “Esta Misión, que ahora es perseguida, con el correr de los años se difundirá por todo el mundo. Se abrirán muchos templos. Será una religión aceptada por todos”.

continuación

Siete Días Ilustrados
30.09.1968
el caso de Madre María

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