Mágicas Ruinas
crónicas del siglo pasado
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El periodismo... SERGIO VILLARRUEL Ha sido nominado “el periodista del año” por una entidad privada. Desde los informativos de Canal 13 impuso su sentido de la actualidad, su audacia para considerar la noticia y también su estupendo conocimiento del oficio. La opinión sobre el tema que nos ocupa no puede ser más rotunda: —Entiendo que el periodista profesional tiene una responsabilidad fundamental: la de representar a la opinión pública frente a los que dirigen algo, ya sea los destinos del país o un club de fútbol. Esa enorme masa está formada por millones de personas que tienen sus problemas, sus angustias, algunas de las cuales son victimas de injusticias y arbitrariedades. Esa gente, por supuesto, no tendrá nunca oportunidad de preguntar, de plantear directamente sus inquietudes a los que mandan. Es el hombre de la calle, que cuando lee un diario o revista, escucha radio o ve en televisión una entrevista a la o las personas que tienen la responsabilidad de conducción, se siente impotente por no poder trasladarse al lugar y plantear sus propias preguntas, las que hacen a sus problemas, que generalmente son los mismos conflictos de toda la comunidad. Ese es el a-b-c que yo utilizo cada vez que entrevisto a alguien. Por otra parte, no creo que la agresividad como costumbre sea efectiva ni constructiva. Pero, de todos modos, quiero aclarar que el hecho de que una pregunta sea constructiva o no debe resolverlo el periodista y no los que, por distintas razones, sean juez y parte en el problema. He escuchado decir, en muchas ocasiones, a dirigentes de distintas actividades: “Esa pregunta no es constructiva”. Pero generalmente. para hacer este tipo de apreciaciones, no se tiene en cuenta al todo, al país, a la comunidad. Se limitan a lanzar el anatema de que “no es constructivo” cuando algo los afecta personalmente. También es cierto que, para poder distinguir, es imprescindible que el periodista sea realmente independiente, no tenga compromisos ni ataduras, ni responda a otro interés que el del público, al que tiene la obligación de servir. ROBERTO DI SANDRO Si existe un lugar en el país donde la noticia palpita prácticamente durante las veinticuatro horas del día, ese sitio es precisamente la sala de periodistas de la Casa de Gobierno. Allí el hombre de prensa vive sometido a un verdadero bombardeo de tensiones, ante la necesidad de evaluar constantemente noticias, trascendidos y versiones. Casi cotidianamente lo asedia la expectativa del país, que le exige solamente una cosa: información. Como es fácil entender, la materia prima noticiosa a elaborar por esta gente es sumamente delicada. Las consecuencias del error pueden ser irreparables. —El cronista de Casa de Gobierno —dice Roberto Di Sandro, 22 años en el puesto— expresa, nada más o nada menos, en forma fiel, todo lo que ocurre. Por razones obvias, no distorsiona absolutamente nada. Cuando hay versiones, si podemos las confirmamos, si nos es imposible, las reproducimos a simple título de lo que son: solamente versiones. —¿No es peligroso darlas a conocer así? —Las versiones nacen en muchos lados y casi siempre tenemos dónde chequearlas, pero a veces el hermetismo es total. Nos toca a nosotros calibrar entonces la importancia y verosimilitud del asunto y decidir sobre su utilización. Nunca hay mala intención, ni deseo de lograr efectos determinados, sino el propósito de informar objetivamente. —Ustedes, a veces, logran cercar a un funcionario, ¿por qué le hacen preguntas agresivas? —No hay ninguna agresión en “ciertas” preguntas. Sólo se trata de recoger un hecho que es “vox populi” y trasladarlo, en forma de pregunta, al funcionario. Si éste se siente molesto por esa circunstancia. se equivoca, ya que el periodista es el agente transmisor de inquietudes. —¿Usted tiene ideas políticas definidas? —Por supuesto. —¿No siente a veces la necesidad de expresarlas de alguna manera, de hacerse sentir aprovechando su condición de periodista? —Cuando trabajo sólo me interesa cl hecho que se está produciendo. Lo que pienso lo expongo en mi casa, en la calle, con mis amigos, nunca en mi labor. Primero está el periodista objetivo y luego, fuera del ámbito profesional, el hombre de la calle que siente, sufre y se enoja como cualquiera. —¿Cree que el periodismo argentino refleja la realidad nacional o contribuye a distorsionarla? —El periodismo sano, que es casi el total de la prensa argentina, contribuye con su prédica a aclarar muchas cosas. Para Osvaldo Piñero, 27 años en la sala de periodistas, la cuestión podría encararse de la siguiente forma: —A veces los funcionarios formulan declaraciones de interés nacional. Cuando esas palabras, o esos conceptos, tienen repercusión contraria en la opinión pública, entonces algunos nos acusan a los periodistas de tergiversar los hechos. Otro argumento que esgrimen es que “los interpretamos mal". Podría contar, como anécdota, miles de hechos de esta naturaleza. Pero diré solamente uno: no hace mucho tiempo, el gobernador de Tucumán, señor Imbaud, dijo que los periodistas capitalinos y, por supuesto, los diarios y revistas para los que trabajan, habían magnificado la situación de su provincia. Se le dijo a ese mandatario que las informaciones que se publicaron aquí provenían de periodistas tucumanos que trabajan como corresponsales en esa provincia. Era gente que había presenciado los hechos, no se trataba, pues, de invenciones de “los de Buenos Aires’'. Eduardo Marsillach hace solamente dos años que cumple funciones en la sala. Es terminante al decir: —El periodismo no distorsiona la realidad en cuanto y en tanto se le den los elementos de juicio necesarios para informar adecuadamente. Se convierte en subjetivo cuando tiene que llenar con conjeturas el lugar que debían ocupar las noticias. —¿Las ideas políticas influyen en el periodista? —Creo que las ideas políticas configuran un estío de vida. De todos modos, respetando el derecho de cada periodista a formular la pregunta que juzgue necesaria, considero que es inmoral —y sin justificativos— no consignar la verdadera respuesta del entrevistado. —¿En qué momento de su vida le costó más trabajo ser objetivo? —Siempre me cuesta ser objetivo, y pienso que es un hecho natural. Mantengo una lucha constante contra las respuestas que espero y las que me dan. Incluso creo que habré llegado a realizarme como hombre, en mis deseos más íntimos, cuando escuche de funcionarios y políticos las cosas que anhelo para mi patria y para mi pueblo. Carlos A. Burone, joven talentoso, con mucho ímpetu (una nota “indiscreta” le costó, no hace mucho, su puesto en una revista semanal), es actualmente secretario de redacción de “Primera Plana”. Con pocas frases ofreció una arista importante para la polémica: —El periodismo tiene un poder tremendo que, a veces, usa mal; es capaz de inventar personajes. De pronto puede inventar a un dirigente gremial que no tiene la categoría de tal, inclusive llenar las tapas de revistas con sus rostros. También se puede convertir en político de nota a aquellos que no lo son... y así sucesivamente. Creo que ésa es una manera de deformar la realidad... Enrique Llamas de Madariaga, periodista del Canal 11 de televisión, no coincide con esta apreciación: —El periodista se limita a reflejar una realidad innegable, irrebatible. Los mitos no lo crean los periodistas, los crea el pueblo, la opinión pública. Lo único que hace el periodismo es dar testimonio de un estado de cosas que, nos guste o no, existen. Alberto Gabrielii, también recién llegado a la redacción de “Primera Plana”, en su calidad de director, reflejó su propia vivencia en la respuesta: —En torno del periodismo existen mitos, prejuicios, falsos conceptos. En mi, todo eso desapareció en el momento de enfrentarme con la realidad profesional. Me encontré, por ejemplo, con que mi libertad estaba condicionada a elementos y factores comerciales de gran importancia. De esta manera uno llega a la conclusión de que no puede ser totalmente libre cuando se pone en juego el hecho de tener que establecer si algo va o no en contra de la posibilidad de que salga tal o cual aviso. Voy a dar un ejemplo claro, que no necesita comentarios. Hace muy poco, una importante empresa retiró un aviso de nuestra revista y eliminó la posibilidad de seguir publicando otros. La razón era un aviso, según ellos, contrario a sus intereses. Ante este panorama, lo único que se puede hacer es luchar al máximo para vencer ese tipo de presiones. Debemos llegar a la conclusión de que, en última instancia, la culpa no es del periodista sino del sistema que lo condiciona. Tomás Eloy Martínez pertenece a una generación clave del periodismo argentino. Su carrera se desarrolló casi íntegramente en revistas y, de alguna manera, viene dando opinión en cada uno de sus actos. Tiene en sus manos el timón de ’’Panorama”, que comenzó como revista mensual para luego convertirse en un ágil semanario de actualidad. —La objetividad en estado puro no creo que pueda existir. Cada uno de nosotros, al proporcionar información, deposita todo un espectro de subjetividades. Hay elementos intransferibles, como la formación personal, incluso la conformación mental del periodista. la cosmovisión. Caso contrario, el hombre de prensa sería un robot, una “máquina de hacer preguntas”. De todas maneras siempre se dan coincidencias que son como una flecha que marca el verdadero rumbo. —Su revista es de opinión, por lo tanto puede llegar a destruir es quemas, estructuras y hasta imágenes políticas... —No buscamos destruir nada; eso no tendría sentido. Más bien, como todo periodismo sensato, buscamos construir. Quede claro que nuestro objetivo no es “construir gratuitamente”, ya que no somos una organización de beneficencia. Ajustando los términos, digamos que nuestro objetivo es mostrar aquello que, por autocensura, represión o miedo, otros medios dejan de decir. —¿Podría extender ese juicio a todo el periodismo nacional? —Mire, no creo que el periodismo destruya nada. En el momento en que se está dando una información que, supuestamente, perjudica a alguien, el daño está hecho antes de la noticia. Sí, puede haber un perjuicio, pero si la circunstancia existe y el periodista la recoge es porque el protagonista ya se ha inferido, con sus actos, el verdadero daño a sí mismo. Por ejemplo, si el periodismo cuenta ciertas maniobras del grupo Todres, no está haciendo daño a esos señores, sino que ellos son los verdaderos autores del perjuicio contra sí mismos y contra el país. —¿Tiene una línea opositora al Gobierno? —Es el Gobierno el que decide por nosotros si seremos oficialistas o no. Lo hace con sus propios actos. Es un error pensar que se puede ser oficialista u opositor a priori. —Si usted informa sobre hechos tremendos, hace críticas a situaciones, etc., vende más revistas que si se limita a dar informaciones como, por ejemplo, la inauguración de una gran planta siderúrgica. ¿No es mejor negocio para el periodismo la información negativa? —Cuando se informa sobre la inauguración de una planta siderúrgica, para tomar su ejemplo, no hay nada que contar, ningún hecho oculto. Cuando, siempre dando ejemplos, hay un golpe militar, o un proceso político oscuro, el lector busca la revista de informaciones porque quiere saber más. El periodismo argentino no ha sabido durante mucho tiempo, y en cierta manera todavía no lo sabe, dar la información completa, total, sobre ciertos episodios. La clave consiste en cubrir el déficit informativo, atender a las necesidades del lector. —Hace algún tiempo el teniente-general Lanusse conversó con los periodistas en Mar del Plata. Cuando las preguntas abordaron temas como la situación del país, política institucional o medidas de gobierno, el comandante en jefe respondió duramente a los hombres de prensa; se sentía agredido por el interrogatorio. ¿Cómo valoriza usted el episodio? —Con respecto a este caso, que por cierto recuerde vagamente, la impresión que obtuve en aquel momento fue que las preguntas estuvieron muy mal hechas. No eran agresivas, estaban (hablando profesionalmente) mal formuladas. Siempre sostengo que, en base a una adecuada formulación del cuestionario, se puede obtener del entrevistado absolutamente todo lo que se busca. Hay que utilizar una técnica del reporte condicionada al medio de expresión que se está utilizando. Si interrogamos a alguien ante las cámaras de televisión, el lenguaje y las formulaciones a usar tienen que coincidir con ese conjunto de palabras e imágenes. Lanusse respondió así porque no le dieron otra alternativa. Dejo constancia de que no defiendo la grosería, pero también considero que ningún funcionario tiene, en la práctica, la obligación de ser cortés con los periodistas, pero el periodista si tiene el deber de saber arrancarle al entrevistado precisamente aquello que no quiere decir. Si fuera de otra forma, todos nos convertiríamos en una especie de “boletín oficial”. —De todas maneras, ahora parece estar de moda eso de que el periodista lance las preguntas más agresivas que sea posible sobre el entrevistado... —Eso obedece a la “moda” que quiere implantar alguna revista y que consiste en buscar que el periodista que hace la nota se luzca aunque sea a costa de la propia información. Creo que el periodista debe tratar de ser anónimo, desaparecer todo lo posible. Los señores que emplean la agresión como sistema buscan cubrir con el método la propia ignorancia. A veces desconocen el tema del que se está hablando y entonces no hay mejor manera de ocultar esa falencia que la de buscar el choque con el reporteado. Revista Extra 01/1971 |
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