Mágicas Ruinas
crónicas del siglo pasado
Restauraciones La piedra que cayó del cielo ![]() No se sabe demasiado sobre los orígenes de la piedra, aunque la teoría de su aparición espontánea, por erosión de un bloque que la contenía, se enfrentó a otras hipótesis más exóticas: según algunos, podría tratarse de un monumento megalítico, creado por el hombre. Lo cierto es que durante varios siglos fue el motivo de varias leyendas indígenas, una de las cuales supone que en el centro de la piedra aún late el corazón de Mini, esposa del feroz cacique Tandil, que la mató junto a la roca y enloqueció al ver que ésta se meneaba. La superstición aún gira en torno de la movediza, quizá porque un rato antes de las 6 de la tarde, hora en que se despeñó, los vecinos habían encontrado el cadáver de un demente apodado Pandereta: “Moriré cuando caiga la piedra”, aseguraba el estrafalario durante toda su vida. De todas maneras, si la población de Tandil se alimenta de recuerdos y leyendas, hay quienes prefieren arriesgar una aventura increíble: después de medio siglo de versiones nunca confirmadas, los ingenieros Juan y Jorge Maxwell consideran haber llegado al final de su camino; reponer la piedra en su lugar es ahora un problema de tiempo y dinero. La iniciativa se fortaleció desde 1955, cuando se fundó la Asociación de Amigos de la Piedra Movediza, destinada a estudiar las posibilidades de resurrección de la maravilla. Uno de los fundadores, el comisionista Arnaldo Rizzo, calcula que, desde el momento de la puesta en marcha del flamante plan, pasarán apenas seis meses hasta que todo quede terminado y en su sitio: los temblores de la roca, espera, harán resurgir el cuerno de la abundancia turística. En su estudio de Adrogué, que rebalsa de fotos, dibujos y modelos, Juan Maxwell (27 años) recordó a Primera Plana el origen de sus desvelos; “Sucede que mis padres conocieron la piedra durante su luna de miel”. Ahora se inclina a cálculos menos sentimentales: “Lo que hacía oscilar a la piedra eran los vientos, frecuentes en la zona, capaces de empujarla con una fuerza de hasta 10 mil kilogramos”. De todos modos, primero experimentarán las condiciones de oscilación con un modelo en escala reducida, de 40 kilos, para ver cómo se comporta frente a los vientos tandilenses. La segunda etapa insumirá sesenta millones de pesos y los nervios de ambos ingenieros: calzado en una “cuna” desplazable, el cascote —como lo llaman los Maxwell— será progresivamente elevado mediante un juego de andamios y aparejos especiales. Cualquiera podrá, entonces, consumirse de ansiedad, porque cuando la piedra llegue a la altura de la cima no será depositada en su sitio: penderá en el aire, a cinco metros de su primer hogar, y a 18 del suelo, hasta que se determine cuál es, exactamente, su centro de oscilación. Recién entonces será deslizada a su lugar de emplazamiento, un rectángulo de cincuenta centímetros erizado de protuberancias: “El peñasco se apoyará sucesivamente sobre ellas a medida que se vayan desgastando: fue ese deterioro el que provocó la caída, aunque en rigor estuvo deslizándose durante años”, explicó Maxwell. La convicción del equipo es tal, que ya han pedido que se les adjudique la explotación de una confitería al lado de la piedra, y de un cablecarril que conducirá a los turistas hasta la cumbre. “Tenemos confianza en la piedra —proclaman— y sabemos que es un buen negocio. Además, como le pasa a todo Tandil, nos enamoramos de ella.” Al parecer, la piedra une, a otros motivos de seducción, su extrema fragilidad: “Treinta y cinco por ciento de mica —suspira Maxwell—; cualquier mala maniobra puede quebrarla en dos”. ♦ Revista Primera Plana 21.02.1967 |