Mágicas Ruinas
crónicas del siglo pasado
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PINAMAR POCOS Y COMO UNO En 1920, cercado por médanos y matorrales, intuyendo la proximidad de arboledas y solitarias mansiones, el hotel Ostende levantaba su perspectiva en el centro del páramo. Quienes intentaran solazarse con la inmediatez del océano, las nocturnas partidas de chinchón, la amabilidad de su sala de música, debían llegar en carro, luego de fatigosas jornadas. Pero en 1943 se produjo la explosión: el arquitecto Jorge Bunge funda Pinamar, sobre la base de un concepto paisajista en la arquitectura. Hasta hoy, los argumentos estilísticos de Bunge fueron respetados., con una salvedad: tres edificios de diez pisos que, a la manera de las pirámides, ubican al viajero en el centro geográfico de la civilización estival. De los cuatro balnearios zonales, la mitad tuvo, esta temporada, el privilegio de compartir un ente variable e ilógico: la onda. Golf y Posta —dos playas— discutieron lauros y abundancias, pero la primera trepó laderas de la fama, merced a su tranquilidad, su excelente confitería y la proximidad del green. Los habitantes playeros son, en su mayoría, familias con niños: a las 17, regresan a sus domicilios. Un chalet en la zona céntrica se cotizaba, durante los tres meses cruciales, en no menos de 600.000 nacionales: había que aprovecharlo. Si bien un emparedado en la playa cuesta entre 200 y 400 pesos, las confiterías se atreven a fijar desembolsos que superan en un noventa por ciento a los de Buenos Aires, en la misma época. Adolescentes y púberes nuclean sus apetencias en las confiterías Links, del Golf Club, y Status, una filial costera de la homónima porteña, atendida por Luis Méndez, 38, ex barman de Tabac. Los tragos largos se contonean en los 800 viejos pesos. Otro cantar —menos afinado— es el de la gastronomía local: Bric-á-Brac, el local más exigente, entona hasta los 3.000 nacionales por comensal; Bigotes promedia los 2.700; Attic se reduce a 2.400. El Gato que Pesca destaca su fondue y la necesidad de dividir servicios en dos turnos, debido a poca capacidad y excesiva clientela: 1.350 por persona resultan un soplo aireado entre los sofocones económicos. La wafflería Pi-Pau es, en tanto, el oasis para bolsillos jóvenes: cincuenta variedades de waffles dulces o salados son propuestos por Mary Correia, 28, y Vicente Correia, 34, a precios que se debaten entre los 280 y 400 pesos. Sexus, quid de las discotheques en Pinamar, acepta que todo el mundo se interne en las vicisitudes que cobija bajo su nombre, siempre y cuando se disponga de 1.600 duros por cada consumición. Alejada de tamaño alarde, la gente joven se inclina por Wan-Q, un local regenteado por Miguel Angel Rodríguez Araujo, 23, donde la copa no supera el límite de los 1.000. Quienes deseen eludir piruetas, pueden recluirse en Qué Se Yo, y escuchar los gorjeos e historietas que desgranan, noche tras noche, Mercedes Sosa, Marikena Monti, Geno Díaz y Les Luthiers. Los precios exigen 2.500 a los mayores de edad, 1.250 a los menores de 21 años, 500 a los estudiantes. “Este es un público muy especial —se queja, socializante, la magnífica Mercedes Sosa—: está, pero no se manifiesta. Yo canto, la gente escucha. En Gesell es diferente: el público es más cálido, la entrega es posible”. Otro comunicativo es Oscar Bonavena: luego de los centenares de centímetros que el periodismo deportivo le ha dedicado sepultando su carrera, navegó por Pinamar con su manita izquierda apenas vendada. “Un personaje como yo, que sale en todos los diarios de Norteamérica, no puede hacer declaraciones en una revista como PRIMERA plana”, coqueteó el gracioso paquidérmico. Esas mismas arenas, aunque con mejor garbo que el amoratado púgil, eran holladas por Isaac Rojas, los ex Ministros Alemann y Costa Méndez, los Embajadores de Japón y USA. La segunda quincena de febrero tornó a Pinamar en Territorio libre del mal de ojo; New Advertising y su cliente Guillermo Padilla formalizaron allí su pacto. Un gin, el Gordon’s, debía conciliar concursos, cacerías, fiestas y shows, en celebración de un objetivo único: Gordon’s más tres cubitos de hielo. El publicitario aquelarre se propagó incesantemente por las playas y culminó su vacunación (estribillo de los productores) con una ruidosa batahola bailable en Attic, coincidente con la entrega de premios de su campeonato de golf, y el 29º aniversario de la ciudad. Faltó solamente el que quiso. Apenas digitables, las boutiques de Pinamar se resignan ante un liderazgo permanente desde hace cuatro años: La Cueva del Ratón, un local de la Galería Pehuén, cuya titularidad sostiene sin desmayos Malena Varadé, 35; ofrece, para los dos sexos oficiales, su exclusiva indumentaria. De raso verde y bordeau, con misteriosas figuras de leones, es la bikini que, a cambio de 7.900 nacionales, ofrece el local del roedor. Un solero de jersey, corte imperio, estampado en flores negras, rojas, verdes y blancas, sobre fondo naranja, se obstina no sólo en promover la magia de su gran escote, sino también de la espalda, completamente libre. Dos profundas aberturas laterales rubrican esa elegante escasez. Para demostrativas: 19.900 pesos. Más no sólo de ropa vive el hombre: Estilo, otro local de la poblada Galería, intenta difundir, entre los evadidos de Buenos Aires, su colección de antigüedades. Un par de candelabros, típicos del folklore hindú dieciochesco, detonan sus virtudes en la vidriera: simbolizan dos cobras en posición de ataque (figuración viril para algunos pueblos de la época), labradas a mano, tipo Elbar, que sostienen, mediante un cáliz de flor, la candela donde va depositado el cirio. Por 28.000 pesos se puede arrear con serpientes, símbolos y artefactos lumínicos propiamente dichos. Menos amables, más ardorosas y trascendentes, son las discusiones por la zarandeada erección de un casino en la zona. Inflexibles, desapegados de los avatares del azar, los vecinos, rígidos clasistas, se oponen a esa apertura: el turismo masivo engorda, pero perjudica la línea. “Las mismas oposiciones encontré cuando propuse la construcción de la carretera de acceso y el asfalto urbano, cuando exigí nuevas líneas telefónicas; el que se resiste a la construcción del casino, obstruye el progreso de Pinamar”, se exaltó Cecilia Bunge de Shaw. Tal ardor en su propuesta tiene un asidero formal: la señora de Shaw es propietaria de Pinamar SA, encargada de loteos en la zona y del hotel Playas, recinto donde funcionaría la casa de juego. La inversión a cargo de su sociedad no sería, precisamente, despreciable: 600.000.000 de pesos. Cifras, honor y progreso son palabras que, a menudo protagonizan el juego.© PRIMERA PLANA N° 474 • 29/11/72 |
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