Mágicas Ruinas
crónicas del siglo pasado
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Los ingenuos años 40 EL TIEMPO DE LA RADIO Por JORGE KOREMBLIT Antes de los transistores, cuando los gabinetes eran de madera, la radio mandaba desde algún rincón de la cocina, a la hora de los novelones. Eran los días de Mecha Caus, Yaya Suárez Corvo y Olga Casares Pearson. También el tango y el humor tenían sus espacios avasalladores. Y la voz inconfundible de Alberto Taquini leía el noticiero. LAS radios tenían todavía el gabinete de madera. Y a falta de “service” se podían arreglar a golpes de puño. O con el mágico añadido de un pedazo de cable al chicote de la antena. Desde la mesa de la cocina o el comedor diario, cuando no en la mesita de luz de la mera “zapie” (para los casos, generalizados, de “mishiadura”) el ubicuo aparato ejercía su diario acompañamiento. Eran tiempos de radioteatro a mansalva, de humorismo pueril, de tangos y noticias confiables: “¡lo dijo la radio!”. La vida hogareña se complicaba con los problemas de Yaya Suárez Corvo, Mecha Caus, Olga Casares Pearson, Antuco Telesca, Ángel Walk y Horacio Torrado. Había que escuchar las “novelas”. Sufrir, indignarse y, finalmente, vivir con regocijo el triunfo de los buenos sobre los malos. En los estudios, anónimos artífices del sonido soplaban bocinas para engendrar vientos y golpeaban tablillas que desencadenaban galopes. El auditorio condescendía a admitir, sin la menor pizca de crítica desilusionante, la existencia de un vendaval o una cabalgata. Todos los radioteatros ofrecían —casi igual que ahora— una previsible tipología: la pareja central, encantadora y virtuosa; el malvado de turno que podía ser alternativamente un galán despechado, un tío y/o albacea dispuesto a quedarse con la herencia, un comisario venal, un rico dispuesto a no ahorrar recursos para lograr el amor de la muchacha; también, por supuesto, alguna madre sacrificada hasta el heroísmo y, tanto como para aliviar la cosa algún botarate para dar la nota cómica. Pero —¡atención!— el botarate debía cumplir siempre doble función: hacer reír y trabajar en favor de la pareja demostrando, a la postre, que tan sonso no era. El humorismo Como rémora de la década anterior tenía aún acceso a los micrófonos los inefables Buono-Striano. Con su “Muy buenas noches mis queridos oyedores” lograban la risa fácil a través de la bobería sistematizada. La simple deformación infantil de los vocablos (“saroño” por “señor” o “saruñita” por “señorita) o el chiste estólido (“Vamo a ver la jaula de los leoncios que está al lado de la de los leopoldos”) les permitió explotar un estilo, heredado en buena medida del “Trío Gedeón”, digno del cotolengo. El gran cómico de los años 40 fue, sin duda, Pepe Iglesias “El Zorro”. Versátil imitador, buen comediante, creó personajes que aún se recuerdan y cuyas ocurrencias han sido incorporadas al acervo popular. El “encargado del jarai” y la dupla de tarados del “soeo, oaque, oasogud” llenaron toda una época, como así también más tarde, el comandante Caruso. La vena humorística de Pepe Iglesias no se agota en las imitaciones de actores o actrices (Pepe Arias, Libertad Lamarque) ni en la creación de personajes estrafalarios; también se volcaba en canciones de rápida popularización: “Verde son las hojas de los árboles / verde es el agua del mar / verde son las cosas verdes, antes de madurar”. O aquella del alemán: “Salí al balcón, salí al balcón, mi querida mariposa”. Otro cómico de la radio que debe ser recordado con justicia es Augusto Codecá y su Lindoro Puruva. Su programa por LR1, durante largos años, fue el deleite de grandes y chicos. El comisario don Benito Retamales, el ñato Agrelo, el viejito Laspiur, el peluquero italiano con su derroche de “eses”, configuraban un pequeño mundo de gracia e ingenio que aún hoy tendría vigencia. Con títulos propios —y por encima de la mediocridad niveladora— estaba Pepe Arias y su “mis queridos filipipones”. Con su voz inconfundible, sus inflexiones sobradoras y su dejo constante de sarcasmo el gran Pepe monologaba, sin restricciones, sobre los temas del momento. Por lo general, el libreto le quedaba chico. El lo rellenaba con repentismos, realzando el noble género de la “morcilla”. Una enumeración más o menos prudente no puede dejar en el olvido a Tomás Simari, Félix Mutarelli, Tino Tori, Charmiello, Cicarelli, Leonor Rinaldi, Marcelo Ruggero, como tampoco puede omitir los inicios de un joven imitador, procedente de Carmelo (Uruguay), que con el correr de los años llegaría a ocupar, aunque efímeramente, un puesto directivo en la televisión estatal: Juan Carlos Mareco, “Pinocho”. Radio-tango Eran los días del tango en auge. Después de años y años de boleros y rumbas, Juan D’Arienzo había logrado lo que nadie: recuperar el primer puesto para la música porteña. Las radios, Belgrano, El Mundo y Splendid, principalmente, pugnaban por contratar a las grandes orquestas. En la puja se impuso LR1. Ante sus micrófonos desfilaron diariamente los conjuntos de mayor consagración: Troilo, Di Sarli, D’Agostino, D’Arienzo, por supuesto, De Angelis, De Caro, Demare. Radio Belgrano retuvo a Francisco Canaro y a Enrique Rodríguez. Splendid a nombres menores. Las otras emisoras adhirieron a la onda del tango con grabaciones. Sin necesidad de imposiciones gravosas como las del 50 o el 75 por ciento de música nacional, el tango copó todos los espacios. La realidad del gusto general y las leyes del mercado así lo determinaron. Ya lo señalamos en una nota anterior: “Buenos Aires vivía en tango”. Todos los meses aparecía un éxito que el público cantaba o silbaba: Barrio de tango, Sur, Nido Gaucho, Canción desesperada. Uno, Cafetín de Buenos Aires, Cada vez que me recuerdes, Gricel. Percal, Yuyo Verde, Al compás del corazón, Pregonera, Tres esquinas, A las 7 en el café, Al compás de un tango, Sol del 90, Ave de paso, Mañana zarpa un barco, etcétera. Las noticias Había un respeto reverencial por los informativos. Las noticias escuchadas eran más fuertes aún que la superstición de la letra impresa. El “¡lo dijo la radio!”, resultaba inapelable. Cómo dudar en aquellos años de la voz de Alberto Taquini, por ejemplo, desde el informativo de Radio El Mundo. Esa voz grave arrastraba las vocales y adquiría tonos de solemnidad que impedían toda incredulidad. Cuando Taquini decía que había caído Smolensk, era por que había caído Smolensk. Vamos a ser justos. Ocurría que aún los medios de difusión no habían sido instrumentados políticamente. Nadie pensaba todavía en usar la radio para hacer “acción psicológica” y la utilización de la “cadena” sólo se producía en eventos excepcionales. Después de 1943 las cosas cambiaron. Pero volver al viejo mundo de la radio de los años 40, un mundo pequeño, carente de sofisticación, cálido e ingenuo, es volver también a ciertas verdades esenciales: una de ellas, nada desdeñable, es la honestidad en la información. Una especie de código moral tácito regía el manejo y tratamiento de las noticias. Lo que era lícito en los diarios (sensacionalismo, fuerza en los titulares, búsqueda de los detalles y matices) no lo era en la radio. Ahí privaba la seriedad y el despojamiento. La gente podía tomar a la ligera o con solfa una noticia impresa. Pero admitía, como de buena ley, una noticia radial. Colofón Con esta breve nota sobre la radiofonía de los años 40 damos término a la serie iniciada con 'La cenicienta de la nostalgia', en el número 23 de Redacción. Sin ánimo de agotar el tema —ni muchísimo menos— pasamos revista a los aspectos más pintorescos del tiempo al que la porteñería rinde un culto no del todo explicable. Lejos de creer que todo lo pasado fue mejor (por lo general siempre ha sido peor), nos limitamos a promover recuerdos menos melancólicos que amables de una época simultáneamente lejana y próxima a nosotros. Como la última nota está referida al mundillo de la radio, nada mejor que repetir lo que se decía entonces (y todavía se usa) a manera de cierre: muchas gracias por la atención dispensada. Revista Redacción 07/1975 |
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