Mágicas Ruinas
crónicas del siglo pasado
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RADIOAFICIONADOS SIN BARRERAS EN EL CIELO Más de 50 instituciones en todo el país congregan a los 15 mil adictos a un hobby capaz de enhebrar la amistad más desinteresada o de mitigar los efectos de una tragedia. El insólito mundo de los radioaficionados, feligreses de un culto que provee ejemplos de abnegación y multitud de divertidas anécdotas Durante la madrugada del miércoles 21 de agosto, pocos instantes después de que las tropas del Pacto de Varsovia se lanzaron a invadir Checoslovaquia, una alarma clandestina se derramó sobre el diminuto país europeo. Los responsables no fueron militares ni periodistas checos, sino un puñado de anónimos civiles, ligados por un solitario y obsesivo pasatiempo: la radiotelefonía. Los aficionados checoslovacos no fueron los primeros en quebrar uno de los mandamientos más severos de este hobby electrónico: no utilizar los equipos de trasmisión para causas políticas. En vísperas de la Primera Guerra Mundial, el ejército norteamericano movilizó a los radiómanos instalados en el país para desempeñar tareas militares. Durante los años de ocupación nazi-fascista en algunos países europeos, las emisoras clandestinas se convirtieran en baluarte de la resistencia. En la Argentina, mientras se gestaba el golpe de estado que derrocó a Juan Perón, en 1955, un nutrido grupo de radioaficionados argentinos prestó servicios a los enemigos del régimen, al propagar encendidas proclamas revolucionarias. Hoy, esa belicosidad no se manifiesta en la Argentina. De lo contrario, los 15 mil radioaficionados del país —primera potencia latinoamericana de las comunicaciones amateur— podrían desencadenar un alboroto mayúsculo con sólo proponérselo. LAS PRIMERAS COSQUILLAS EN EL ETER Un alboroto parecido al que provocó el italiano Guillermo Marconi, cuando en 1899, y valiéndose de un ruidoso y chisporroteante aparato de radiotelegrafía, unió por primera vez las costas de Francia e Inglaterra. La fiebre por este juego, que amenazaba quebrar las barreras del cielo, se propagó por el mundo con la velocidad del pensamiento. El hallazgo de Marconi contagió a los miembros de la alta burguesía europea, quienes se lanzaron a repetir la hazaña. Algunos años más tarde, el entusiasmo prendió en la Argentina. El terrateniente Horacio Martínez Seeber fue uno de los pioneros, y en 1920 debió comparecer ante el jefe de la Policía Federal para aclarar una insólita denuncia. Las antenas que brotaban de su azotea habían inquietado a los funcionarios de una embajada vecina, quienes lo acusaban de ser espía al servicio de una potencia en conflicto. Fue quizás el período legendario de la radioafición argentina, en el que la falta de recursos técnicos obligó a crear diabólicos mecanismos de trasmisión: resultaba más fácil morir electrocutado que cambiar un par de palabras con algún colega. Entre 1930 y 1963, el vertiginoso desarrollo de la electrónico modernizó esta práctica y amplió su capacidad operativa. Actualmente, más de 50 instituciones madres nuclean a los 15 mil radioaficionados vernáculos. El Radio Club Argentino, con más de 65 años de actuación y unos 5 mil asociados, es una de las organizaciones de avanzada, un privilegio que pretende compartir el Centro de Radioaficionados Ciudad de Buenos Aires, que el 18 de agosto conmemoró el sexto aniversario de su fundación. Las dos entidades —y otras de menor prestigio— acatan las directivas de la IARM, la organización internacional establecida en los EE. UU., que regula el desarrollo de más de 400 mil adeptos de todo el mundo. LOS LOCOS Y SUS CLAVES No es difícil confundirlos con robots de carne y hueso, sumergidos en sus extraños aparatos, y cuyos nombres —asignados por una misteriosa y ubicua cofradía— son reemplazados por metálicas claves como LU-9RTS o LU-3GIU. Para estos escrupulosos rastreadores del dial, algunas palabras son intolerablemente largas y conviene reducirlas. Así, por ejemplo, hora se escribe QTR, domicilio equivale a QTH y siempre a sus órdenes puede formularse con un sucinto QRV. (La reiteración de la letra Q tiene un significado: el que las pronuncia sólo domina un idioma.) Ningún radioaficionado deja de someterse a estas reglas, aunque algunas aficionadas no terminan de aceptar que la palabra mujer tenga como equivalente un sintético YL. Este hermético vocabulario sólo se emplea en algunas oportunidades: habitualmente, los radioaficionados dialogan en su lenguaje corriente. “Como no se puede pasar música ni hablar de política, la cosa está en hablar pavadas”. Héctor Bellagamba (54 años, casado, LU-3CS para sus colegas) confió otros datos: “La gente que está en esto (radioafición) no siempre es recomendable; como en todas partes, se crean camarillas. La radioafición es un entretenimiento y nadie tiene derecho a impedir el desarrollo de un hobby". Bellagamba advirtió que “antes todo era más fácil: para sacar una licencia se tardaba una semana, ahora insume entre tres y cuatro meses, porque los militares tienen que ver si uno es una persona de bien". El gustito de la radioafición —informó Bellagamba, quien instaló una radiomóvil en su automóvil— parece estar en la facilidad de la comunicación. “Yo tengo radiomóvil para eso: cuando tengo ganas la prendo y listo: ya está alguien dialogando conmigo”. No fue el deseo de comunicación personal lo que llevó a María Carmen Segade (Hermana Javiera para las otras religiosas de la congregación de Hijas de Nuestra Señora de la Misericordia, y LU-1AHF para los millares de fans que no conocen su agrisado rostro o ese oscuro hábito de monja que la cubre desde el cuello hasta los pies) a sumarse a la pléyade de radioaficionados. El magnetismo de la radiocomunicación la atrapó accidentalmente en el verano de 1965 en Agua de Ora, Córdoba, cuando sus superioras no lograban conectarse con Buenos Aires; alguien le sugirió que se trasformara en radioaficionada. “No me sorprendió la posibilidad —recordó a SIETE DIAS la hermana LU-1AHF—; quizá porque pasé muchas horas en la casa de la familia Delfino. Enrique era un fanático". En efecto, el desaparecido autor de Milonguita ocupó sus últimas horas —ya ciego— en comunicarse con desconocidos amigos que casi lo idolatraban. Una idolatría que los padres de las alumnas donde la religiosa Javiera desarrolla su magisterio quisieron ofrecerle cuando le obsequiaron un trasmisor Drake T-4X y una antena Mossley 36-40. Javiera advierte que su gusto por la radioafición constituye una manera “de estar con los tiempos modernos”. Uno de sus planes era estructurar una red de emergencia (bajo el título Auxilium) que cumpliera servicios de solidaridad. Para ello tenía pensado adoctrinar a un equipo de jóvenes, expertas en cuatro idiomas, para atender la radio en forma ininterrumpida. En esa obsesiva búsqueda de voces, LU-1AHF no sólo halló reclamos de solidaridad: también su pequeña pieza se inundó de un hálito de romanticismo. “La otra noche —cuenta—s. me comuniqué con ZP5KB, de Asunción del Paraguay. No teníamos nada especial de qué hablar; ningún traslado de enfermos, ningún medicamento para conseguir. Entonces me contaron qué hermoso se veía el río Paraná esa noche de luna llena”. LOS SECRETOS DEL ESPACIO Es que la noche suele constituir el momento más oportuno para buscar un camarada. Pero cuando un aficionado acciona las botoneras de su equipo y establece comunicación con la India, Norteamérica, Francia o África, no reflexiona sobre la invisible trama que en ese instante se desata. Las ondas sonoras que emite su aparato avanzan verticalmente hasta la ionosfera, una capa gaseosa que nace a 60 kilómetros de la Tierra y se extiende hasta una altura de 650 kilómetros. Las ondas rebotan sobre esta masa espacial y retornan; en el punto en que hacen contacto con el planeta está situado el radioaficionado que recibe la comunicación. Pero como la ionosfera no es lo suficientemente densa como para que las ondas reboten en ella ,a veces sucede que éstas sigan de largo a través del espacio, hasta chocar con algún medio sólido que las obligue a retornar a la Tierra. Es lo que comprobó el radioaficionado japonés Mikute Tanya el 23 de junio de 1960, cuando al encender su aparato escuchó sorprendido este insólito pedido formulado en perfecto inglés: “. . .Repito, colega de Nueva York. Con motivo de la finalización de la guerra, el soldado Mike Stugart desea anunciar a sus padres que goza de perfecta salud. Le ruego que los llame al teléfono 790-088 y les trasmita la noticia. Mike es un gran amigo. . .”. La voz era de una nitidez asombrosa, pero el llamado había sido efectuado seis años antes, desde Seúl, luego de conocerse el armisticio que puso fin a la guerra de Corea. Otros de los caprichos de la ionosfera es su variable altura con respecto a la superficie de la Tierra. Este fenómeno obliga a programar cuidadosamente las trasmisiones: las de corta distancia suelen realizarse de día, cuando la capa gaseosa está más próxima al planeta; las de larga distancia se efectúan durante la noche, cuando la ionosfera alcanza su mayor altura. Por eso, la aspiración de cualquier radioaficionado es dialogar con los colegas más distantes de su base de trasmisión. Esto explica que luego de la medianoche el espacio radial se vuelve un enjambre de conversaciones repentinas y extrañas. Son los cucarachas (así los califican sus colegas), porque prefieran la oscuridad para tender las líneas y ejercer su hobby. Es un entretenimiento relativamente costoso y que obliga a someterse a cánones tan estrictos como los de una secta religiosa. Un principiante (para ingresar al mundo de la radiocomunicación amateur es necesario haber arribado a los 12 años de edad) debe disponer de aproximadamente 50 mil pesos, el precio de un equipo para iniciados, compuesto de unas 300 piezas. Los fans más exigentes disponen de aparatos construidos en EE.UU., cuyos precios oscilan entre los 150 y 200 mil pesos. “Pero un aficionado de ley nunca compra un radiotransmisor armado —advirtió a SIETE DIAS Carlos Hardy, más conocido por LU-1DJU—; el placer de esta práctica consiste en fabricarse uno mismo los dispositivos de trasmisión y vencer con ingenio las dificultades técnicas que surgen habitualmente. Las comunicaciones más gratificantes se logran luego de sortear inconvenientes que parecen insalvables’’. Una pasión tan cautivante que el escribano Elías Idelson (53 años, LU6AR) no vaciló en hacer ingresar a la cofradía radioeléctrica a su mujer, Susana, y sus hijos, Oscar Darío y Miguel. Miguel, tan fanático de su hobby como del club Boca Juniors, advierte que su clave 1ACR quiere decir Uno aquí contra River. No fue fácil para su padre explicar por qué no había asistido al festejo de sus 25 años de casado que había preparado la familia. “Yo estaba trasmitiendo un pedido de medicamentos para un colega de Chile y me olvidé del agasajo —recordó—; mi mujer no lo podía entender’’. RADIOAFICIONADOS EN ACCION El fervor de Idelson es común al de todos los amateurs del aire. No siempre se limitan a consumir su tiempo libre en verborrágicas tertulias, muchas veces ridículas para quien, accidentalmente, sintoniza por la radio una conversación. El anecdotario es riquísimo en situaciones y por momentos excitante Una de ellas es la que refirió a SIETE DIAS el amateur Guillermo González Arrúa: “Hace unos meses recibí la llamada de un colega chileno. Solicitaba el asesoramiento de un cirujano para asistir a un obrero que agonizaba en una mina del sur de Santiago. Horas después logré sentar a un especialista frente al trasmisor. El chileno describió el estado del herido, quien debía ser operado urgentemente. Cuando el médico reunió todos los detalles, comenzó a dirigir la operación desde mi gabinete: les detalló paso a paso la forma en que debían realizar los cortes para extirpar la zona gangrenada y la técnica de sutura. El minero salvó su vida por los extraños servicios de un médico a quien nunca conoció". Este sistema de encadenamiento entre varios radioaficionados se denomina posta. Fue utilizado el 23 de junio último, cuando más de 70 simpatizantes de fútbol murieron aplastados en la boca de salida número 12 del estadio de River Plate. Esa misma noche, diez socios del Centro de Aficionados Ciudad de Buenos Aires se conectaron en cadena con colegas del interior para mantener informados a los familiares de las víctimas internadas. Otros casos enriquecen esta antología anecdótica de los radioamateurs. En 1965, una niña de La Pampa internada en el hospital Alvear de Buenos Aires necesitaba ser medicada con una droga inexistente en el país. Fue enviada desde la URSS, luego que los aficionados enhebraran una posta espacial que unió Buenos Aires-Venezuela; Venezuela-EE. UU.; EE.UU.-Francia; Francia-URSS. La droga llegó finalmente, y a tiempo. Los mismos asociados del Centro de Radioaficionados de Buenos Aires se entusiasman a diario cuando se incorporan al Operativo Madre, creado para evacuar las dudas de los médicos de campaña ante situaciones de riesgo en un parto. El profesional entra en contacto con el radioaficionado de la zona, quien a su vez establece relación con Buenos Aires, donde otro médico indica por radio los pasos necesarios para que el parto sea normal. Pero no todo es tan dramático. Hay situaciones que provocan risa y alegrías. Como el caso de LU2GH, que terminó casándose con LU1VM, y fueron felices. Pero la radioacción, un hobby enmarcado por el romanticismo, la aventura, la fantasía y- la magia de la ciencia, está en trance de sufrir un rudo cimbronazo, acaso el primer indicio de decadencia en la Argentina: “Se está extendiendo la Banda Agraria —un sistema de comunicación entre estancieros y capataces— qué no nos deja lugar en el aire’’, protestó un grupo reunido en el C.B.A. “Como éste es un país abarrotado de estancias y en cada una de ellas funciona un equipo de trasmisión, lo único que conseguimos sintonizar es el precio de las vacas, las especulaciones de mercado y los partos de terneros". Una novedad que también fastidió al aficionado LUXX1, quien por esa causa debió suspender sus partidas simultáneas de ajedrez con LU5OH de Salta, CE2AR de Chile y OA4PXZ de Perú. Revista Siete Días Ilustrados 16.09.1968 |
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