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pacto roca - runciman
La Argentina de los años 30
XX-EL PACTO ROCA-RUNCIMAN

La economía mundial tembló el 24 de octubre de 1929 cuando la Bolsa de Valores de Nueva York cerró con una pérdida de 28 mil millones de dólares. Desde entonces y hasta ya entrada la década del 30 las relaciones comerciales se hicieron difíciles. Las mercaderías bajaron más de un tercio de su valor, los países suspendieron sus pagos y las inversiones se redujeron al mínimo. Excluyendo a Asia y Africa, 30 millones de desocupados deambularon por el paisaje de la crisis.
Con el nacionalismo económico los estados buscaron salvar sus economías, protegiendo sus industrias y lanzándose al autoabastecimiento. Se implantaron cuotas de importación, primas, aumentos de aranceles y control de cambios. Alemania, Francia, Italia e Inglaterra auspiciaron el desarrollo de la agricultura para intentar “la reagrarización de Europa", y Mussolini, con su torso desnudo, encabezó el trabajo de la tierra. Los dos primeros países disminuyeron a límites insignificantes la importación de carne argentina; Estados Unidos dictó la extorsiva ley Hawey-Smoot, que elevó los derechos aduaneros hasta un 52 por ciento del valor de las mercaderías y Gran Bretaña, por su parte, convocó a la Conferencia Imperial Económica de Ottawa (Canadá), para adoptar una política económica preferencial para su imperio y de obstrucción a la exterior.
A principios de 1933 la situación económica de la Argentina era crítica. Las exportaciones de 1932, con respecto al año anterior, disminuyeron en 74 millones de pesos y el volumen de los productos salidos del país también mermó. De 18,5 millones de toneladas exportadas en 1931 se pasó a 15 millones doce meses más tarde. El saldo comercial, pese a ello, aunque muy disminuido, fue positivo, lo que permitió abonar el 1? de febrero una cuota de 1.600.000 dólares a la banca estadounidense, en concepto de intereses y amortización de dos préstamos que totalizaban 45 millones de dólares.
“Como consecuencia de la Conferencia de Ottawa, el Reino Unido limitó las importaciones de carne ovina enfriada y de ovina congelada argentina —dicen Ferrari y Conil Paz en Política exterior argentina—. La ovina pasó de 69 mil toneladas a 57 mil y la bovina de 10 a 8.700 en 1933. Respecto a la carne enfriada (chilled) en agosto de 1932 se redujo la cuota de importación inglesa en un 10 por ciento, anunciándose para 1933 una reducción de alrededor de 100 mil toneladas”.
La economía argentina se basaba fundamentalmente en la exportación de productos agrarios y su principal mercado eran las islas británicas. En el caso de las existencias de chilled, se llegó a exportar con ese destino el 99 por ciento de la producción. Ante tal perspectiva el gobierno argentino debió abandonar su práctica librecambista y firmar convenios bilaterales sobre la base de cláusulas de preferencia.

LA MISION ROCA. El 11 de enero de 1933 partió de Buenos Aires hacia Londres la misión encomendada al vicepresidente de la Nación, Julio A. Roca para gestionar acuerdos comerciales con el gobierno inglés, “el mejor cliente de la Argentina". Integraron la delegación el estanciero y diputado nacional Miguel Angel Cárcano; el presidente del directorio argentino de uno de los ferrocarriles ingleses, Guillermo E. Leguizamón, un abogado catamarqueño mimado por la City y a quien la corona británica concedería posteriormente el título de sir; Raúl Prebisch, ex gerente de la Sociedad Rural Argentina y ex subsecretario de Hacienda durante el gobierno de Uriburu; Carlos Brebbia, Aníbal Fernández Beiró, Toribio Ayerza y otros funcionarios de menor jerarquía.
Roca, que acostumbraba desde su juventud permanecer diariamente desde las 4 de la tarde hasta las 4 de te mañana en el tibio ambiente del Círculo de Armas —“No es su segundo hogar, es su primera casa", rezongaba su esposa—, aprovechó la inactividad del viaje para interiorizarse con los asesores de los intrincados detalles de su misión, hasta lograr un panorama exacto de la crisis financiera mundial. Cuando llegó a París, el 4 de febrero, soslayó el motivo de su viaje. "Voy a retribuir las visitas del príncipe de Gales —dijo— y a fortalecer la vieja y tradicional amistad entre Gran Bretaña y la Argentina. Claro es que no podía dejar de aprovecharse ocasión tan propicia para tratar con el gobierno británico algunas cuestiones de Interés para la economía de los dos países".
A la una y veinte de la tarde del 6 de febrero la misión llegó a Dover, donde esperaban el embajador argentino Manuel Malbrán y un telegrama, en castellano, enviado por el príncipe de Gales: “Deseo expresar a usted mi cordial satisfacción y placer que personalmente experimento por su visita. Hasta luego". A las 15.42 el tren especial se detuvo en Victoria Station y Toribio Ayerza se deleitó más tarde contando que tuvieron un gran recibimiento. "En la estación Victoria se tendió la alfombra roja con la cual se recibe allí, únicamente, a los soberanos. Hubo un canciller que antes de llegar a Londres hizo gestionar la alfombra, y no la consiguió. Con esto les digo todo .."

LOS AGASAJOS. Desde la estación hasta el Carlton Hotel, residencia de la delegación, Roca viajó junto con Eduardo de Windsor, quien le dio la bienvenida, en una carroza tirada por cuatro caballos, flanqueada en todo el recorrido por los soldados de la guardia personal del príncipe. Los agasajos se sucedieron uno tras otro. “El jefe del gabinete inglés, Ramsay Mac Donald, dio un banquete en honor de nuestra delegación —relató Miguel Angel Cárcano a Ramón Columba, quien a su vez reprodujo en El Congreso que yo he visto— en el propio local del Foreign Office, con asistencia de altos representantes del imperio. En una punta de la mesa estaba Anthony Eden, el futuro premier. A la derecha de Mac Donald estaba Roca. A mí me ubicaron a la derecha del ministro de Relaciones Exteriores, John Simon. El acto era de gran protocolo, tan grande que no dejaban entrar periodistas ni fotógrafos, ni podía publicarse nada de lo que allí se tratara”.
El 9 el príncipe de Gales lo agasajó en el palacio Saint James, con toda la pompa de la realeza británica, para poner en contacto al jefe de la misión argentina con el ministro de comercio inglés, Walter Runciman. Ambos se apartaron para conversar, y los que trataron de acercarse fueron disuadidos por Su Alteza: "Dejen hablar a los dos hombres de Estado —deslizó—, quienes tienen muchas cosas que decirse”. Al día siguiente Roca le retribuyó con una cena en el Club Argentino de Londres, en Dorchester House. En ella Eduardo de Windsor y Runciman insinuaron en sus discursos la proposición de que la Argentina liberara el dinero británico bloqueado por las restricciones de la exportación. “Los acuerdos de Ottawa —aclaró el primero— no impiden de manera alguna realizar negociaciones con otros países sobre la base de la reciprocidad.” Otro orador trató de establecer un sutil grado de parentesco entre ambos países; si la Argentina no era estrictamente “una hija del imperio —distinguió—, por lo menos podía considerarse prima hermana de él. A esa familiaridad Eduardo de Windsor la consideró de esta manera: "Es peligroso profundizar en los tiempos pasados, porque las viejas querellas pueden volver a la superficie. Considero, en efecto, a la Argentina una nación cuya independencia (todo lo independiente que una nación puede ser) y cuya liberación de las influencias ancestrales son hechos cumplidos. Pero si los acontecimientos siguen ese curso para la Argentina, espero y creo que será gracias a la cooperación de nuestros países. Por ejemplo —agregó—, es exacto decir que el porvenir de la Nación Argentina depende de la carne. Ahora bien, el porvenir de la carne argentina depende quizá, enteramente, de los mercados del Reino Unido". Roca contestó: “La geografía política no siempre logra en nuestros tiempos imponer sus límites territoriales a la actividad económica de las naciones. Así ha podido decir un publicista de celosa personalidad que la Argentina, por su interdependencia recíproca, es, desde el punto de vista económico, una parte integrante del Imperio Británico".

LAS NEGOCIACIONES. Con la recepción que Roca ofreció el 13 de febrero en el Carlton Hotel, donde una orquesta típica promocionó una docena de tangos, finalizó el período de agasajos, de tal magnitud que en Londres no se tenía memoria desde casi comienzos del siglo. Al día siguiente, a las 2 y media de la tarde, en el despacho de Runciman, comenzaron las negociaciones. El pivote sobre el cual se apoyaron los argentinos fueron las cuantiosas sumas provenientes de los réditos que devengaban los capitales ingleses, congelados en la Argentina, las que por el sistema de cambios en práctica desde 1931 no podían ser girados al Reino Unido. Sus representantes, irritados, lanzaron una definición: "Lo más importante en estas negociaciones no son las carnes congeladas, sino los créditos congelados". A poco de iniciadas las conversaciones, John Simon, ministro de Relaciones Exteriores, y Runciman definieron las posiciones inglesas: "La condición esencial para el éxito de las negociaciones es solucionar el problema de los cambios".
Desamparado ante la intransigencia Inglesa, Roca envió un cable al canciller Saavedra Lamas para avisarle que “yo no podré asegurar el triunfo de una política que garantice a la República Argentina la introducción de sus productos dentro de las posibilidades creadas por los acuerdos de Ottawa, si ustedes no me dan una base sólida de sustentación que la opinión británica encontrará tan sólo en la solución de los problemas de cambio".
Las tratativas, a partir de entonces, se estancaron durante "tres enervantes meses". El 18 de febrero, el gobierno argentino recibió el ofrecimiento de un crédito de 10 millones de libras esterlinas, suma casi igual a los intereses de los capitales bloqueados, para el pago de las cuentas británicas, que fue rechazado. En Londres, las informaciones escasearon, temiéndose a la levantisca prensa librecambista y a la palabra de lord Beaverbrook. Los observadores consideraron que la posición de “prima hermana" de la Argentina frente a Inglaterra podía desembocar, pese a todo, en una "reyerta familiar".
El poco optimismo que presidió las reuniones no fue obstáculo para que el rey Jorge V montara en Sandrigham a su tren particular color crema y descendiera en Londres para agasajar el 24, también él, a la delegación argentina. En Buckingham la apabulló con la pompa y el menú casi ascético que ofreció a sus huéspedes, a quienes despidió, después de mostrarles las pinturas que cuajaban las paredes del palacio.

INTERMEDIO. Lo que se temía sucedió. La prensa inglesa recordó los 600 millones de libras invertidas en la Argentina (de las cuales 375 millones correspondían al sistema ferroviario), y a reclamar soluciones para los inversores ingleses. Pero Eduardo de Windsor y Roca, escapando a las garras del protocolo fueron, el 28, a la Feria de Industrias Británicas en la que el príncipe ofició de cicerone stand por stand. En uno de ellos se detuvieron para observar la demostración que hizo Mac Onachy, un profesional del billar. "La mayor seguidilla que hice en mi vida fue de 30 carambolas”, confesó Eduardo. Luego aconsejó a Roca la compra de algunos discos grabados por Archie Compton, en los cuales explicaba las bases del buen golf: “Poseo algunos, son muy útiles, mister Roca, cómprelos”. En el último descolgó un traje y explicó, con autoridad, el corte y el estilo de la prenda. Después, y para asombro de los argentinos, los invitó a dar una vuelta en ómnibus.
A principios de marzo se rumoreó la desinteligencia entre Roca y el ministro de Hacienda, Alberto Hueyo. “Es absurdo —le respondió a Enrique Villareal, enviado de La Prensa—, estamos trabajando en estrecha colaboración de acuerdo con el gobierno, y ninguna palabra o gesto ha podido ser interpretado como signo de desentendimiento.” El 17 las conversaciones entraron en una impasse resumida en esta frase: “Carne contra cambios". “Quisiera volver a mi país. Quisiera estar presente para la inauguración del Congreso el 1º de mayo”, prefirió el vicepresidente, aunque abrigó la esperanza de volver con la solución que le reclamaban desde Buenos Aires. El 26 y 27 de marzo mantuvo conversaciones con Runciman; “No llegamos a ningún acuerdo”, fue lo único que, desencantado, informó a la prensa.
“Las cosas no marchaban como nosotros deseábamos —continúa Cárcano— y la parte contraria no cedía. Algunos aconsejaban a Roca que se volviera sin hacer el tratado. Yo no era de ésos, por cierto. Pero tuvo Julio una inspiración. Vámonos a Bélgica, nos dijo. El rey de los belgas nos había invitado. Pasamos unos días allí y, en lugar de regresar a Londres, Roca nos llevó a París, y aunque no había ninguna invitación oficial, el presidente de Francia nos consideró huéspedes de honor. Fue entonces que el príncipe de Gales habló a París, nos invitó a comer y con ese pretexto se reanudó la tramitación detenida.”
Pedro Ortiz Echagüe, corresponsal de La Nación en Europa, abordó en Bruselas a Roca y produjo una larga nota para su diario. “No puede excluir el ilustre visitante —escribió— la hipótesis ingrata de regresar a Buenos Aires para entregar sus papeles al gobierno diciéndole: Esto piden y esto ofrecen. Decidan ustedes. Mas en ningún caso volvería el doctor Roca con las manos vacías. No llevará quizá todo lo que esperaban los estancieros, pero será portador, seguramente, de valores morales de esos que se cotizan en otros mercados y que a la larga pesan en la balanza de un país más que una tonelada de carne.”
Antes de que comenzaran las deliberaciones, Malcom Robertson, del The Times, entrevió un problema sobre el cual muchos no se detuvieron: “Gran Bretaña —observó— tiene en las islas 32 mil kilómetros de ferrocarriles y en la Argentina 25 mil de propiedad y gerencia británica. La casi totalidad del material rodante, rieles, repuestos y carbón es adquirida a Gran Bretaña. Además somos dueños de los tranvías, obras hidráulicas, gasómetros, empresas de utilidad pública de toda clase. Las empresas inglesas como Bovril, Liebig’s, La Forestal, Argentina Southern, y las particulares, poseen millones de acres de terrenos y millones de cabezas de ganado. Por lo que se refiere a los fletes, la mitad de los 11 millones de toneladas que entran anualmente en los puertos argentinos, es británica". Reducir la importación de productos argentinos para forzar la modificación de los cambios, era para Robertson inferirse un golpe a sí mismos.

EL CONVENIO. El 27 de abril se firmó el tratado Roca-Runciman, con un protocolo adicional signado el 1º de mayo. Dos fueron los puntos importantes del convenio. Por uno de ellos el Reino Unido reconocía la importancia de la carne enfriada en la economía argentina y garantizaba evitar restricciones en las importaciones de carne por debajo del 90 por ciento del trimestre finiquitado el 30 de junio de 1932. Por el segundo —médula del pacto— Inglaterra obtenía la totalidad del cambio proveniente de las compras británicas, evitando el bloqueo de sus ganancias. Por su parte el gobierno argentino abandonaría la política de reducción de las tarifas ferroviarias (el 18 de enero se rebajaron en un 8 por ciento los salarios de los obreros del Ferrocarril Oeste), y daría protección a los intereses de las empresas británicas, derogando a la vez el decreto que gravaba las importaciones de ese país, una gama de productos que abarcaba desde el whisky, vidrios, pinturas, motocicletas y dulces hasta el carbón y materiales para los ferrocarriles.
La Razón del 28 de abril de 1933 comentó el tratado de esta manera: “Estamos, como argentinos, muy contentos y patrióticamente obligados por la manera como se ha desempeñado la misión de nuestro país en un trance tan difícil y en un escenario expuesto a la atención interesada del mundo entero”. No pensó igual la Unión Industrial Argentina, quien censuró la política oficial que involucraba el pacto. Para ella significaba vender carnes a Inglaterra y comprarle todos los productos manufacturados, con lo cual la industria nacional era condenada a la ruina. Antes de la firma del tratado, en marzo, dio a publicidad una declaración en la que denunciaba “una tendencia económica que sólo contemplaba los intereses agropecuarios”.
Al mes siguiente se efectuó la más importante movilización proteccionista llevada a cabo en este siglo por la Unión Industrial, según afirma Dardo Cúneo en Comportamiento y crisis de la clase empresaria. En la tribuna del Luna Park bajo el lema Pro Industria y Trabajo Nacionales, Luis Colombo, presidente de la Unión, dijo: “Queremos que la salvedad que se hiciera en el protocolo firmado en Londres, sea cumplida con toda fidelidad por los que han de concertar el acuerdo definitivo, en cuanto aquél estableció que la reducción de derechos aduaneros alcanzara hasta donde lo permitan las necesidades fiscales y el interés de las industrias nacionales”.
Muy diferente fue el clima de la Sociedad Rural; Horacio Bruzzone, su presidente, lo reflejó en los Anales de la institución, en los cuales escribió que el pacto “nos abre un porvenir promisorio en el mantenimiento de las tradicionales vinculaciones de todo orden que nos unen a Inglaterra”.
Alberto Hueyo procuró contener la absoluta preeminencia británica que se oteaba e intentó facilitar las relaciones económicas con los Estados Unidos. “Como los productos de ese origen obstaculizaban a los ingleses en el mercado argentino —diría Arturo Frondizi en Petróleo y Política— el gobierno recargó un 20 por ciento el tipo oficial de cambio para las mercaderías introducidas sin permiso previo. Esta medida torpedeó a los productos norteamericanos en beneficio de los ingleses. El 18 de julio, Hueyo debió renunciar y fue reemplazado un mes más tarde por Federico Pinedo.

OPINIONES EN EL CONGRESO. En la Cámara de Diputados, Adrián C. Escobar y Nicolás Repetto tuvieron a su cargo la defensa y el ataque del pacto. El último lo repudió por significar, junto con los convenios bilaterales, It intervención abusiva del Estado en la economía y conspirar contra la tradición librecambista. Denunció también la cláusula por la cual el gobierno argentino se obligaba “a dispensar a las empresas de capital inglés un tratamiento benévolo, que tienda a asegurar, el mayor desarrollo económico del país y la debida y legítima protección de los intereses ligados a tales empresas”. ‘‘Esta cláusula —tronó Repetto— puede alcanzar dos significados: o no habíamos prestado la debida y legítima protección a los capitales ingleses o nos disponemos de ahora en adelante a darles un tratamiento preferencial. Lo primero es inexacto y lo segundo inaceptable, por imprudente y humillante.”
Saavedra Lamas, tratando de atenuar las condenaciones del socialista, explicó que ‘‘estamos en una dolorosa dependencia de los mercados exteriores. No hemos creado y fomentado, no hemos vigorizado ni estructurado la República para tener el equilibrio de nuestro mercado de producción.” Julio Noble, por su parte, lamentando la falta de una ley de carnes, destacó la inferioridad de la Argentina para negociar en Londres. ‘‘A Inglaterra —expresó— con las manos atadas por los convenios de Ottawa, le hubiéramos opuesto nosotros también una situación creada por una ley del Congreso.”
En el Senado, Lisandro de la Torre desmenuzó el convenio, combatió el bilateralismo preferencial y atacó al régimen de licencias a la exportación de carnes. Otro senador, José Nicolás Matienzo, criticó la técnica con que se negoció el tratado. “Lo que siento es que no se haya explotado en esta negociación un poquito más la circunstancia de que existan colocados en la Argentina 600 millones de libras —razonó—. Por el contrario, se va a admitir que los ferrocarriles de accionistas ingleses —se exasperó— continúen con las altas tarifas y sigan ocultando sus capitales.” Sesenta días insumió a diputados y senadores la discusión del pacto Roca-Runciman, aprobado finalmente por la mayoría oficialista (conservadores, radicales antipersonalistas y socialistas independientes), originando la ley 11.693.

“INTERPRETACION HONESTA.” El pacto conmocionó las esferas políticas y económicas. 'Antes de finalizar 1933, Rodolfo y Julio Irazusta, nacionalistas ambos que apoyaron a Uriburu, editaron La Argentina y el imperialismo británico, en el que develaban “que la idiosincrasia de la vieja oligarquía dirigente, restaurada en la diplomacia, es enemiga por tradición de todo esfuerzo político que signifique un sacrificio momentáneo en previsión de futuros beneficios”. Cárcano no estuvo de acuerdo con esa interpretación y defendió el pacto: “La verdad es —aclaró— que siendo el tratado el primero de esa naturaleza que se hacía con nuestro cliente máximo, el instrumento no pudo ser mejor. Lo hicimos en momentos difíciles, después de Ottawa. Hubo puntos oscuros que no podían ponerse más claros debido a que ninguno de los dos países tenía experiencia en tratados de esa índole, en cuanto al manejo de cuotas. Eran puntos ambiguos, pero con una interpretación honesta, como la que
ha tenido, no hubo dificultades para ninguna de las dos partes”.
Este pacto fue la imagen de los años 30 y los sucesos económicos posteriores, que fueron su secuela, refrendaron esa “interpretación honesta”. Cinco días después que partiera hacia Londres la misión Roca, llegó a Buenos Aires un personaje clave para la historia económica del país de esa época. Veinte años ministro de Hacienda en Gran Bretaña y director del Banco de Inglaterra, sir Otto Niemeyer recaló, llamado por el gobierno, para fecundar el Banco Central de la República Argentina.
Oscar A. Troncoso
Revista Panorama
20.10.1970
pacto roca - runciman

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