Mágicas Ruinas
crónicas del siglo pasado
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"Gente de teatro" David Stivel y Bárbara Mujica forman compañía con sus amigos LLEGAR a ser una Bárbara Mujica significa haber atravesado felizmente todas las difíciles pruebas a que somete el público a sus ídolos, antes de darles tal consagración. Llegar a ser un David Stivel es haberse superado en una competencia entre buenos, dentro de una profesión de arte donde sólo la integridad de un espíritu creador, sumada a una gran capacidad de trabajo, logra el difícil cometido. Si agregamos a ello que entre ambos constituyen uno de los hogares más sólidos del ambiente, quizá demos con el asidero de las almas mezquinas que tratan de encontrar siempre la fisura que lastime el sólido bloque de su amor. Un amor sin estridencias, sin pose, sin exhibicionismo, que por lo mismo descansa en la realidad de un presente de comprensión y trabajo en que se divide el tiempo de la cotizada pareja. Sobrios en sus costumbres, no pueden ser concebidos dentro del reducido núcleo de sus selectas amistades sin que se les imputen motivaciones para imaginarlos distanciados o en las proximidades de una inminente ruptura. Es lógico pensar en la envidia. —Yo no creo en eso... Ocurre que algunos advenedizos no alcanzan a comprender cuánto mal pueden hacer por el morboso placer de las habladurías —nos responde Bárbara sin poder evitar un dejo de amargura... —No tenés por que amargarte —le acota el esposo, con la gravedad de su gesto en los momentos de acción—. Nosotros somos los interesados en nuestra felicidad, y no ha de ser el chisme reptante el que logre encaramarse a nuestras almas... —La verdad es que siempre han querido y siguen queriéndonos destruir... PERO... Pero... ¿Quiénes? ¿Dónde puede albergar el alma humana el deseo de ver a su compañero de trabajo, o a su congénere simplemente, víctima de una situación que no arroja beneficios para nadie y sólo trae la amargura de la mezquindad mental de quienes ciñen armas traicioneras? —No nos interesa averiguarlo... Más aún... No tenemos tiempo para perder en tan ociosa tarea.. —dice David... Y acota Bárbara: —En compensación formamos un núcleo reducido de amigos, entre los que nos encontramos con la verdadera calidez del afecto desinteresado, de la compañía solidaria, de la mano cordial... Claro que todos estos amigos son verdaderos profesionales, seguros cada uno en lo suyo, que no necesitan valerse de falsos trampolines para escalar posiciones sobre sus camaradas... Tomamos este último párrafo para ir a otro enfoque de nuestra entrevista. De él sacamos una prueba de la verdad que encierran las anteriores. —Sí... El público es el verdadero depositario, hasta de nuestros afectos. Hemos logrado formar la compañía “Gente de Teatro” con la que estamos presentando “El rehén”, con la intervención de Norma Aleandro, Marilina Ross, Carlos Carella, Federico Luppi, Emilio Alfaro y Bárbara... —Y todos ellos están encantados con la dirección de David. La esposa, la mujer de hogar, siente el orgullo de dejar implícito en el gesto la admiración que siente por el esposo, que siendo un hombre joven sabe de los más resonantes éxitos en la televisión, con proyección al escenario teatral. Suma a ello la satisfacción de comprobar en los hechos lo que nos manifestara de la amistad sana y sin intereses mezquinos. Los integrantes del elenco son los mismos que se reúnen los fines de semana en la quinta que poseen en las afueras para gozar de la franca cordialidad, sin la afrenta de la envidia que corroe. Y que los solidifica en el bloque de amor que constituye el propio hogar. Revista Radiolandia 7/4/1967 |