Mágicas Ruinas
crónicas del siglo pasado

telares
_______ LAS ARTES __________
Hacen así, así los tejedores
Hace pocos días terminó una exposición de tapices argentinos en el Museo Nacional de Arte Decorativo que permitió comprobar, una vez más, hasta qué punto el tapiz es una de las artesanías (mejor dicho, una de las artes) más y mejor cultivadas en el país, por un grupo de creadores que, a partir de una antigua técnica, ostentan personalidad propia.

Según señala Garcilaso de la Vega en Comentarios reales, “el principal ejercicio que las mujeres del Sol hacían, era hilar y tejer todo lo que el Inca traía sobre su persona de vestido y también para la Coya, su mujer legítima”. Los tejidos de Paracas son el testimonio más evidente de la facultad creadora de estos pueblos. El indígena que veneró al Inca no sólo tejió la tela para confeccionar el modesto taparrabos, sino que al mismo tiempo se esmeró afanosamente en adornar con inusitado preciosismo los mantos y ornamentos del soberano. Sin embargo, el imperio incaico no es una excepción en la técnica del tejido en América, donde se destacan civilizaciones como la chimú y la chancay que realizaban impecables paneles de batik (técnica oriunda del sudeste asiático y que consiste en bañar enteramente la tela en tinturas especiales, cubriendo los planos que no se desea colorear con un material que impida la absorción del tono).

HISTORIA CON NUDOS. En la Argentina la tradición del tejido comienza en las zonas alejadas de la influencia de la civilización andina, donde dominó una técnica textil muy primitiva, de tejido de fibra vegetal semejante a la manufactura cestera. No obstante la introducción del taller criollo por parte de los conquistadores, éste fue simplificado por el influjo de los mecanismos indígenas. Lejos de América, el telar con pedales se introduce en Europa a principios del siglo XIII.
Entre los babilonios, asirios y persas, el tapiz representó un despliegue de magnificencia por los materiales utilizados en su confección: lana, seda, hilos de oro. Desde fines del Imperio Romano, el viejo continente acaparó la zoología fantástica empleada en Oriente como elemento decorativo. Según aparecen descriptos en el Éxodo, los hebreos utilizaron el tapiz para la decoración monumental. La puntillosa descripción del erudito Eugene Müntz en La Tapisserie, sobre el telar utilizado por Penélope en sus largas noches de espera tal como aparece en un vaso encontrado en Chiusi, moldeado 400 años a.C. recuerda, salvo pequeñas variantes, al empleado posteriormente en Gobelinos. También Ovidio comenta con precisión en el libro IV de las Metamorfosis’. “Bajo sus dedos, el oro flexible se mezcla a la lana, y las historias tomadas de la antigüedad se desarrollan sobre el telar”.
Como el castillo mantiene, hasta el fin del medievo, su carácter de fortaleza, es en sus amplios muros donde se despliegan enormes tapicerías como las del Apocalipsis, realizada por Nicolás Bataille a pedido del duque de Anjou. Según anota Gracia Cutuli en su libro El Tapiz, “el Apocalipsis es la serie más antigua que se conserva de la Edad Media... Las particularidades técnicas, como su composición y estilo, caracterizan las disciplinas de un período rico en aportes a la tapicería que se convertirá en fuente artesanal para los artistas contemporáneos. Jean Lurçat, el más importante renovador del tapiz, se inspiró en el mural de Bataille para emprender su taller”. Los tapices tejidos en Gobelinos antes del cierre impuesto por la Revolución Francesa fueron reproducciones de pinturas mediocres. La misma decadencia manufacturera se observaba en Flandes, Inglaterra, Alemania e Italia.

LOS DISCIPULOS DE LURÇAT. En el siglo XX el tapiz reencontrará su significación primera, su revalorización. Volverá a considerarse no sólo su carácter mural sino, también, además, su esencia decorativa a escala arquitectónica. Le Corbusier llamará murales portátiles a los tapices del hombre de hoy, que cambia de vivienda constantemente. Uno de los artífices de este redescubrimiento es Marius Martín, director de la Escuela de Artes Decorativas de Aubursson, en Francia. Él fue quien reclamó la limitación de colores y la vuelta al estilo decorativo.
De todas maneras, el destete definitivo de las viejas manías artesanales produce con el francés Jean Lurçat, nacido en 1892, quien a los 20 años ya era considerado un descubridor del nuevo lenguaje tapicero. Varios artistas se agruparon a su alrededor para seguir sus revolucionarios dictados sobre la exaltación del color, la importancia de la pureza de la lana y la textura del tejido. Muerto en 1966 Lurçat, seguramente, no se enteró de que en la Argentina su obra produjo el despertar de un inusitado interés por la función textil, sobre todo a partir de la creación, en 1961, del Centro Internacional del Tapiz Antiguo y Moderno, con sede en la ciudad suiza de Lausana. Este movimiento artístico, que aún no cumplió la década en el país, ya experimenta un elevado desarrollo técnico.
Según Jack Mergherian —armenio, por nacimiento, italiano por circunstancias geográficas y argentino por adopción, como él mismo se define—, director de la Galería de Arte y Taller de Tapices El Sol, la creación de este centro produjo “no sólo la difusión del tapiz en nuestro medio sino que logró el resurgimiento de la tradición histórica del tejido, al hacer partícipes a artistas argentinos contemporáneos”. A partir de 1964, año en que El Sol inicia su labor bajo las órdenes de Mergherian y Gracia Cutuli (quien en 1970 cedió los derechos de sociedad), se orienta y revitaliza la antigua artesanía que el diseñador valora como una inyección de oxígeno moderno. El tapiz actualizado, conceptual y técnicamente, se incorpora a la vida cotidiana. Comenzó por ennoblecer las ascéticas paredes hogareñas, para pasar luego a adornar empresas, humanizar edificios públicos, hoteles; en fin —desliza convencido—, los arquitectos, de pronto, se encontraron con un nuevo elemento que les facilitaba la decoración y otorgaba al ambiente una dosis de belleza informal. En el 65, continúa Mergherian, se preparó junto con el Museo de Arte Moderno un concurso que llamó a todos los artistas argentinos a realizar cartones (diseños del tamaño en que se ejecutará el tapiz, que pueden pintarse o numerarse según los colores de lana correspondientes) que participarían en el Primer Salón del Tapiz. En aquella oportunidad se reunieron más de 350 obras de artistas que luego pasarían a ser los nuevos creadores del tapiz. En estos años, El Sol invitó a 60 plásticos nacionales a realizar muestras individuales, entre ellos a Carlos Alonso, Josefina Robirosa, Víctor Chab, Héctor Basaldúa, Juan Manuel Sánchez. El precio de un tapiz oscila, en El Sol, entre 600 mil pesos viejos y un millón.
Mergherian considera que al dar oportunidad a artesanos y pintores de plasmar sus creaciones en el tapiz y otorgarles dimensión internacional a través de muestras colectivas, cumplió la primera etapa de lo que se propuso hace casi diez años. La segunda comienza con los proyectos para el 74: "Presentar en Suiza 18 tapices creados por Josefina Robirosa y yo, otra muestra en Alemania de 6 artistas nacionales y algo que siento como el sueño del pibe —exagera— y que consistirá en la presentación, a mediados de año, de tapices realizados en nuestro taller sobre diseños de Paul Klee y Víctor Vasarély”.

EN ARTE TODO VALE. Gracia Cutuli, porteña, nacida en 1937, egresada de Bellas Artes en 1953 y de la Escuela Nacional de Artes Visuales cuatro años después, estima que haber sido la primera artista argentina invitada a la V Bienal Internacional del Tapiz realizada en Lausana, es un galardón que ostenta con orgullo. La creadora del Tapiz para armar usted mismo, considera que “esa técnica ya no se la puede encuadrar en caracteres precisos, ni puede ser definida por las funciones que se le atribuían antiguamente: iconográficas, térmicas o acústicas. Ahora sólo la preocupación plástica es válida, como lo demostraron Gunta Stölsl y el equipo de la Bauhaus que en Suiza cuestionaron la obra textil y su vigencia en una sociedad transitoria. "En la Argentina, allá por el 63 —recuerda la diseñadora—, Claudio Segovia presentó en el Museo de Arte Moderno tapices realizados con aplicaciones, algo extraño en el país, sobre todo si se tiene en cuenta el halo tradicional que envolvía a esta técnica. Después arribaron los batiks de Tana Sachs, las abstractas composiciones con telas de Iutta Walosheck, donde el diseño recorta tejidos trasparentes cosidos entre sí o sobrepuestos dejando pasar la luz, o los trabajos con técnica propia de Horacio Butler y su famoso tapiz del altar mayor que puede admirarse en la Basílica de San Francisco.”
Según Joan Wall, quien deslumbra por una fuerte personalidad escondida detrás de rasgos etéreos, “el tapiz debiera nacer de las posibilidades del tejedor; quizá, por eso, le tenga admiración y respeto a los antiguos tejedores silenciosos de este continente.” Mientras coloca el hilo en la naveta y rodeada de bobinas de hilo sisal, cáñamo, yute, rafia (sus elementos preferidos), Wall desliza: “Nací hace mucho tiempo en un lugar que no tiene importancia. Prefiero recordar los 19 años formativos en el Japón. Ese país me brindó sus costumbres, me aportó su singular manera de trabajar, de vivir. En cuanto mi actitud frente al tapiz, no es que deseche el tapiz de lana, como creen algunos artistas, sino que yo me entiendo mejor con las estructuras espaciales, con la tercera dimensión, con las texturas informales. Sé que el comprador prefiere el mural pictórico, pero a mí no me interesa porque lo encuentro ortodoxo, algo que en el arte de hoy es imposible —pontifica, y susurra—: Me rechazaron tres veces en la Bienal de Lausana, entonces me dije: "Vieja, dejá de embromar y seguí tejiendo tranquilita”.
A los 26 años, Silvia Karpeles, perteneciente a la nueva promoción de adoradores de la milenaria manufactura, asegura que para ella es importante concretar obras técnicamente perfectas. “A pesar de que mis tapices son esencialmente plásticos, siento que el placer está depositado en el azar del batik. En ese felino recorrido que despliega la anilina por las grietas que se forman al quebrarse la parafina”, detalla con minuciosidad. Después de incorporar las enseñanzas que Batlle Planas y Capristo le delegaron sobre dibujo y pintura, se trasladó a Alemania para imbuirse de los secretos de la primitiva técnica en los claustros del Kunst und Werk Schule, “una especie de facultad de artes”, aclara mientras juega con el tjanting (instrumento indonesio que permite delinear). “Recuerdo que en la escuela nos asignaron, como trabajo, remodelar una iglesia destruida durante la guerra. Se me ocurrió poner un batik entre dos vidrios porque consideraba que la proyección de luz y color era extraña y daba una sensación más cálida que la del vitral. No tuvieron en cuenta mi proyecto, pero en Buenos Aires concreté mi diseño en forma de luminobatiks en el año 69, en Lirolay, con la sala a oscuras. Las trasparencias otorgaban un clima místico”, rememora. “Ahora estoy en el terreno del surrealismo y me dejaré acaparar por lo que vaya sintiendo; total —concluye— para mí crear es una forma de vivir la realidad.”
Desde las vitrinas del Museo de Larco Herrera en Perú, los legendarios tejidos de Paracas parecen mudos protagonistas de las elaboraciones teóricas en que se hallan sus herederos. ♦
Zully P¡nto
Panorama 29/11/1973

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