Mágicas Ruinas
crónicas del siglo pasado

por siempre alegre
Televisión
Renace un fénix poco frecuente

De pronto, sin ninguna aclaración previa, una imagen insólita rasga la pantalla. Puede ser una muchacha, abrumada por una enorme valija, que entra en una habitación donde la aguarda un hombre angustiado, y le dice: “Hoy no vendí nada más que una cerámica, son cien pesos de comisión”; o puede ser un muchacho tímido que, escudándose detrás de su portafolio, lanza a la cara de un tronante ejecutivo: “¿No quiere hacerse un seguro de vida?” En casos semejantes, quien sintonice los martes a las 22 el Canal 7 sabrá que ha entrado en el territorio donde se elabora un ciclo ya legendario en la televisión argentina, 'Historias de jóvenes', que desde comienzos de este mes vuelve a frecuentar, en su cuarta etapa, las mismas ondas de las que surgió hace seis años.
El responsable de Historias sigue siendo el redondo y pálido productor Marcelo Simonetti (29 años), convertido hoy en el director artístico del Canal 7. En los últimos días, Simonetti absorbe des torrentes de euforia: el Fondo Nacional de las Artes premió la programación de ese Canal, considerándola como la de mayor nivel artístico de 1964; y su criatura predilecta ha regresado al aire.
Primero de enero se llamó el libreto inaugural del ciclo, a principios de 1959, escrito por Osvaldo Dragún. Fue, también, el golpe inicial contra los teleteatros rosados e improbables, los únicos que hasta entonces surgían de la pantalla chica. La ofensiva tuvo cuatro protagonistas: Dragún, Simonetti, el director David Stivel y el actor Emilio Alfaro. A fines de 1958, en una confitería de Palermo los conjurados decretaron la necesidad de asomarse al cotidiano trajín de Buenos Aires para capturar con precisión su idioma, sus personajes, y hacer de esa óptica de lo inmediato no una crónica menuda, sino un poderoso instrumento de comunicación humana.
Que esos propósitos se cumplieron, fue testimonio el “Martín Fierro” que consagró a Historias de jóvenes como el mejor teleteatro de 1959. Pero, a la vez, se había operado un fenómeno de trascendencia más vasta: la identificación que sintieron, entre si, todos los que participaban en el programa. Fue como un grito generacional que agrupó, en torno del núcleo inicial, a libretistas (Andrés Lizarraga, Mario Trejo, Alberto Vanasco, David Viñas), actores (Norma Aleandro, Luis Medina Castro, Jorge Rivera López), técnicos (el director de cámaras, Alberto Moneo); de entre ellos, los mayores arañaban apenas los treinta anos.
La cohesión se mantuvo en la segunda etapa: el traslado al Canal 13, en 1960, cuando Stivel asumió la dirección integral y, con un elenco invariado, produjo algunos de los mejores impactos del grupo, sobre libretos de Dragún, Trejo y Vanasco. Increíblemente, el disconformismo de Historias, su ácido hurgar en la realidad de una gente joven que quiere un país distinto, parecía aceptado, consagrado definitivamente en aquellas emisiones que fueron de setiembre a diciembre del 60. Pero entre 1961 y 1962. Simonetti se dedicó a producir películas, e Historias quedó en una carpeta, pero siempre a mano.
El tercer ciclo, en 1963 y de regreso en el Canal 7, instauró varios cambios: Rodolfo Kuhn en lugar de Stivel, Héctor Pellegrini en reemplazo del trashumante Alfaro, una hora de duración en vez de media. Del primitivo staff de guionistas no quedaba más que Vanasco, a quien se agregaron el poeta Francisco Urondo y les dramaturgos Sergio De Cecco y Ricardo Halac. Cuando el Canal acumuló promesas y documentos, en lugar de pagos en efectivo, Simonetti se marchó con sus huestes, al cabo de seis transmisiones (desde enero hasta mediados de febrero). Mientras, presiones nunca concretamente ubicables derribaban desde hacía tiempo a similares ensayos testimoniales: A oscuras viviendo, de María Elena Walsh, Yo soy usted (Lizarraga), Historias de una gran ciudad (Hugo Moser).
Otros vientos, menos restrictivos, y la posición de Simonetti en el Canal 7 parecen asegurar hoy la independencia y la estabilidad de su perdurable creación. Las dos transmisiones de la nueva era hechas hasta ahora señalan —sin embargo— un tenso desnivel, en alguna medida desorientador. Por siempre alegre (martes 5), del dramaturgo Roberto Cossa, compuso una transmisión antológica por la justeza del libreto, la límpida conducción de Jorge Palaz, y la honesta naturalidad de los intérpretes (Alberto Argibay, Pellegrini, José María Frá; y un Javier Portales de afilada intención, de flexible máscara, en una composición memorable). Como en su celebrada pieza Nuestro fin de semana, Cossa desciende a les infiernos de la incomunicación argentina y la describe, con ejemplar simplicidad de lenguaje v de recursos, como un fenómeno de inmadurez cultural.
Cuatro hombres jóvenes, que cursaren juntos el bachillerato, se reúnen diez años después en una comida. Salvo las circunstancias económicas de cada uno, no tienen nada que decirse, y esperan que “el gordo”, que tanto los hacía reír en el colegio, rellene ahora la. erosión de los años, de la inercia, del miedo. Pero el gordo ya no es el mismo, y su búsqueda de un intercambio humano con sus ex condiscípulos cae —junto con ellos mismos— en el vacío.
Después de esta realización ejemplar, Hay cucarachas debajo de la heladera, del novelista Dalmiro Sáenz (martes 12), sorprendió por su libro mediocre, que quiso ser —y no pudo— una sátira de la moderna comercialización industrial. Palaz estuvo indiferente en la dirección; los actores (Rivera López, Bárbara Mujica, Adolfo Linvel), excesivos. Pero frente al legendario pasado de Historias el tropiezo de la semana última parece insignificante. Entre otras razones, por el equipo de guionistas (Cossa, Germán Rozenmacher, Dragún —bajo el seudónimo de Enrique Denis—, “y el país”, según Simonetti), que cobran el arancel de Argentores (7.800 pesos por media hora, más un plus del Canal). Todavía hay que esperar sorpresas de este ciclo, uno de los resortes con los que el 7 espera reiterar, en 1965, la distinción del Fondo de las Artes. ♦
Revista Primera Plana
19.01.1965

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