Mágicas Ruinas
crónicas del siglo pasado

víctor laplace

Víctor Laplace: Modelo de actor
Una tira publicitaria en la TV popularizó su cara juvenil que frotaba con una afeitadora eléctrica. En realidad es su pasión por el teatro la que ocupa cada uno de sus días

Desde el pasado 10 de abril el público lo aplaude en La Cebolla, un café-concert porteño donde la puesta de Soldados y soldaditos lo muestra en múltiples caracterizaciones. Como un caballero medieval, un marine, un cosaco o un simple conscripto, Víctor Laplace despliega la misma simpatía que se ganó en un corto publicitario de la TV: "Lo que quieras mi amor, srrrr, lo que quieras”. El slogan —vociferado máquina de afeitar en mano— sirvió para evocarlo cada vez que su imagen fresca y atractiva apareció en las revistas de espectáculos. Claro que la supuesta trayectoria de modelo a actor no responde estrictamente a la realidad de su carrera. De todos modos el gran público lo ha encasillado en dos moldes: como modelo profesional y como galán de teleteatros. “Ni uno ni otro constituyen las metas de mis ambiciones —señaló la semana pasada a una redactora de SIETE DIAS—. Fui modelo por necesidad, no por vocación; y hago televisión —entre otras cosas— para subsistir y poder hacer teatro."
Oriundo de Tandil, provincia de Buenos Aires, a los 15 años hace sus primeras incursiones en teatros independientes. Se recibe de técnico mecánico y trabaja en una empresa metalúrgica como inspector de control de calidad. Finalmente se traslada a Buenos Aires. "Mirá si debía ser fuerte mi interés por el teatro —asegura, evocando esos tiempos— que ante una posible gira, que finalmente nunca se realizó, yo decidí abandonar toda la comodidad y dinero que me ofrecía mi empleo.”
Fue quizás esa fuerza por abrir su propio camino lo que lo llevó a contactarse rápidamente con los medios teatrales de Buenos Aires. En el teatro La Fábula debutó en Historia de mi esquina de Osvaldo Dragún. Luego siguieron Vecinos y amigos y Criaturas, ambas obras dirigidas por Julio Castronuevo. Pero impelido a ganarse la vida a cada paso encara otros oficios: trabaja en el puerto, en un taller de tornería, o se ocupa de changas diversas. Retorna a Tandil para cumplir con el servicio militar, pero, no se desvincula del teatro. En su ciudad serrana funda el P.T.E. (Pequeño Teatro Experimental) en el que actúa y dirige.
Cuando retorna a Buenos Aires ya ha decidido radicarse definitivamente: estudia en el Nuevo Teatro con Pedro Asquini y Alejandra Boero, y durante más de dos años trabaja con Roberto Villanueva en el Instituto Di Tella y se codea con Norman Briski y Eduardo Pavlovsky en La mar estaba serena. Es entonces cuando el director Oscar Fessler —que detectó su efervescencia escénica— lo llama "un actor con champagne".

“CUANDO ME SENTI MAS TONTO”
Los brindis del éxito no consiguieron —sin embargo— borrar su labor como modelo profesional. "¿Qué me vieron? —se pregunta ahora—. No sé. Creo que más que buen mozo me valoraron como tipo simpático, con una gran dosis de naturalidad.” De todos modos transitó las pasarelas con suficiente preocupación. “Nunca me sentí peor que cuando tuve que exhibir ropas", se compadece. Aquellos desfiles que compartió con Ante Garmaz, Raquel Satragno y Susana Giménez no consiguieron adaptarlo: “Fueron las jornadas en las que me sentí más tonto, más rígido y más incómodo de mi vida." Pero todo eso pasó. Su reciente éxito en Soldados y soldaditos —de la autora y periodista Aída Bortnik—, y su trabajo en la serie María y Eloísa que se transmite por el Canal 9, le sirven para negarse momentáneamente al trabajo publicitario.
Cuando Víctor Laplace recibió a la redactora de SIETE DIAS en su chalet de Olivos, parecía nostálgico. El día gris, la partida de un amigo hacia Europa, y el reportaje que se avecinaba fueron suficiente excusa para que exclamara: “¡Qué revoltijo de sentimientos!". El nubarrón se escurrió de inmediato cuando Damián —su hijo de 10 meses— se las ingenió desde su corralito para llamar la atención del papá.
—¿Qué tiene de bueno —y de malo— ser papá?
—Desde mi punto de vista, bueno es todo lo que recibo y también puedo dar: cariño, ternura, caricias. Malo, o más bien incómodo, será lo cotidiano, por ejemplo —hablando de Damián— que llore de noche.
—¿Y sobre educación, que te atrae y qué te asusta?
—Yo me siento atraído por educar a mi hijo con libertad; lo que me asusta es la actitud generalmente represora que tiene la sociedad. Pero pienso arreglármela junto a Renata, mi mujer.
—En la pareja, ¿que componentes te parecen más generalizados, los de la libertad o los del sometimiento?
—Prefiero no generalizar y hablar según mis experiencias. Yo, antes de tener una pareja como la que hoy tengo, me tuve que hacer bolsa muchas veces. Esto es, por supuesto, inevitable. Pero a mí me sirvió para aprender a medir los límites del otro. Saber lo que se puede pedir es lo importante.
—Actualmente se discute mucho sobre la honestidad del amor físico ...
—De deshonesto no tiene nada ..., ¡qué va a tener! Aunque puede hacerse una utilización deshonesta del sexo, cuando bajo el pretexto de una falsa moralidad se lo desvirtúa.
—¿No se lo desvirtúa a menudo en los teleteatros?
—Suele ocurrir.
—¿Cómo podés conciliar dos trabajos tan disímiles en sus objetivos como son la televisión y el teatro?
—Bueno, no se puede poner todo en la misma bolsa. Yo hago, por ejemplo. Las grandes novelas en Canal 7, y para mí es una joyita. Vos decís teatro y no sé a cuál te referís, porque hay tiras de televisión que son superiores a ciertas representaciones teatrales.
—De todos modos, los objetivos que perseguís en el teatro no son los mismos que los que buscás en la televisión.
—Fijate que no. Pero yo no desprecio a la televisión. Convengo en que en este momento su nivel es muy bajo, aunque por el material
humano, técnico y artístico que posee podría ser un extraordinario medio de difusión. Pero hay algo que debo admitir y es que me ha dado una agilidad y ductilidad que enriquecieron mis demás experiencias.
—¿Te enriquece Soldados y soldaditos?
—Esta obra me brinda varias cosas. Primero, el hecho de encarar solo los once sketches es un desafío donde se corre el riesgo de caer en el ridículo, de fatigar o en el peor de los casos aburrir. Yo estoy bastante contento con mi interpretación y pienso ir redondeándola cada vez más. Segundo: es la primera vez que trabajo en café-concert. Esto me permite apreciar una forma distinta de comunicación y también distinguir los límites. Tercero: me da la oportunidad de decir, cantar y hacer como actor cosas en las cuates creo profundamente. También me hizo sentir más independiente que en otros casos.

“NO SOY INGENUO”
—¿Qué importancia creés que pueden tener las obras cuya temática se basa en denuncias sociales?
—Yo no soy ingenuo. No creo que las revoluciones se hagan en los teatros y menos en los cafés-concert. Para llegar al pueblo hay que meterse en los barrios, en las villas y en los sindicatos.
—¿Cómo te definís?
—Soy un tipo muy impulsivo, que tiende a actuar imprevistamente, por lo tanto tengo que controlarme mucho.
—¿El esfuerzo lo hacés solo o con alguna ayuda terapéutica?
—Empecé a analizarme cuando el trabajo se hizo muy intenso. El tratamiento evita que me agote y me aliene, en una palabra, me ayuda a dosificar las energías y a elaborar situaciones que conflictúan.
—¿Te gustan los juegos de azar? —Estuve un par de veces en la ruleta y, como estoy seguro de que puedo perder hasta los pantalones, no voy más.
—¿Y qué pensás del Prode?
—Que es lastimoso. En cada cagada, en lugar de haber un pobre menos, hay un rico más.
—¿Qué significa para vos el dinero?
—Creo que lo mismo que para mucha gente: cierta seguridad, especialmente si se tienen hijos. Lamentablemente, soy un pésimo administrador y nunca sé a dónde se va la plata.
—¿Pero qué tipo de vida hacés?
—Bien sencilla. Gasto poca ropa, rara vez vamos a una fiesta. En casa reúno tres o cuatro amigos a menudo, pero no los agasajo con una cena espectacular. Prefiero los asaditos en el fondo... Qué sé yo. Tengo un auto, pero esta casa es alquilada...
—Hay quienes afirman que sos muy celoso y no dejás que tu mujer —que, se dice, es modelo— trabaje.
Víctor hace un gesto de sorpresa y llama a Renata, su mujer (rubia, bonita y muy dulce).
—Es descabellado —tercia Renata—. Nunca fui modelo. No podría serlo. Soy extremadamente tímida.
—¿No te dije? Es todo lo contrario. Todos los días la estimulo para que busque su propio futuro.
Revista Siete Días Ilustrados
08/05/1972







ir al índice de Mágicas Ruinas

Ir Arriba