Mágicas Ruinas
crónicas del siglo pasado

HUMORISMO
El serio empate de Chamico y Oski
"¿Humorismo? ¿Qué es el humor?". Estas serias preguntas se intercambiaron, sin respuestas contundentes, en tres largas horas del últimos jueves en la redacción de TODO. El ranking involucraba esta vez el tema humorismo en la Argentina y sus culpables ejecutores, los humoristas. Fueron convocados Luis Alberto Murray, poeta, crítico literario, periodista, responsable de la primera antología orgánica del Humorismo argentino, de inminente reedición por la Dirección General de Cultura del Ministerio de Educación; Pablo Palant, autor y director teatral, crítico, gran conversador con destellos humorísticos que hasta hace poco volcó parcialmente en letra impresa bajo el seudónimo de Taperola, y Enrique Dawi, director cinematográfico a quien se le debe uno de los mínimos intentos —La chacota— de hacer humor en el cine argentino, con la colaboración libresca de Landrú y Aldo Cammarotta. A los invitados se sumó, asumiendo la representación de TODO, su jefe de arte, Leonardo Werenkraut.
De hecho, un ranking importa una votación, de donde se deduciría que basta la proclamación de los candidatos y el consiguiente sufragio. Pero no son tan concretas las proposiciones como para que funcione exclusivamente ese mecanismo. Alguna forma amable de discusión es saludablemente inevitable, y así ocurrió también en esta oportunidad. Dawi y Werenkraut sorprendiéronse, y después compartieron el divertimiento del cronista, cuando el rasurado Murray entró en el capítulo de las definiciones, previa enunciación del peligro de hacerlas. Era un terreno en que el filosófico Palant sentíase igualmente cómodo. Murray recordó a Pío Baroja y La caverna del humorismo. Palant, hombre de teatro al fin, recordó El humorismo, de Pirandello. También rondó la evocación de Bergson y La risa. A la misteriosa alianza del chiste y el amor —definición de Thackeray para el humor— aludió Murray. Palant aventuró una advertencia: el humor puede involucrar la comicidad, pero no es la comicidad. "El humor —dijo— es la sonrisa", agregando que "lo cómico es la risa y lo bufo es la carcajada". En tanto los más jóvenes, Dawi y Werenkraut, sentíanse urgidos por la necesidad de una división generacional. "Hay un humor actual —dijo Dawi—, muy distinto al de Chamico o de Piolín de Macramé, escritores aún activos." En la perspectiva de su madurez, Palant acotó que en un futuro inmediato esa diferencia no tendrá importancia. "O casi no existirá la diferencia."
A una altura prudencial del diálogo, los nombres comenzaron a surgir: Quino, Landrú, Conrado Nalé Roxlo (Chamico), Carlos Warnes, Carlos del Peral, Leonardo Castellani, Miguel Brascó, Florencio Escardó (Piolín de Macramé, Juan de Garay), Oski, Oliverio Girondo. Un panorama previsible al que se agregaron nombres menos previsibles: Arturo Jauretche, José María Rosa, Enrique Wernicke, Ernesto Sábato, Nicolás Olivari, Ignacio Anzoátegui. Hubo coincidencia unánime en votar a Nalé Roxlo y a Oski. Con voto mayoritario les siguieron Oliverio Girondo, Carlos Warnes (César Bruto) y Quino. Luego, en orden decreciente, Juan Carlos Colombres (Landrú), Carlos del Peral, Florencio Escardó, Miguel Brascó y Leonardo Castellani. Hubo menciones
especiales. Werenkraut hizo hincapié en el joven escritor-periodista Tomás Moro Simpson. Palant abrió el casi inexistente capítulo del humor en el actual teatro argentino, sentando dos excepciones: la extraña tesitura de Mario Trejo y Alberto Vanasco en Piedad para Hamlet, "el mejor Cuzzani de Una libra de carne". Dawi enriqueció ese capítulo teatral con sus preferencias por los recientes sainete de Enrique Wernicke. Murray logró el apoyo de los demás en la mención de Arturo Jauretche, "el humor en la militancia política y en la prosa de combate". Y a reglón seguido, y a título personal, destacó "el inesperado humor en la teología" por vía de Leonardo Castellani, y el no menos raro humor en el enfoque de la historia argentina "con el José María Rosa de Nos, los representantes".
Tras la votación retornaron las reflexiones. En la memoria prodigiosa de Luis Alberto Murray fueron alusiones retrospectivas sobre la literatura argentina desde el vamos, con Juan Cruz Varela. O el intencionado recitado de los epitafios humorísticos con que la generación de la revista Martín Fierro (década del veinte), en la pluma de Nalé Roxlo, Evar Méndez y otros despiadados bromistas que arremetieron contra Lugones, Capdevilla, Soiza Reilly o Jorge Max Rhode. O la mención de Ricardo Rojas como "la negación absoluta del humorismo", apreciación que Palant extendió al apostrófico Almafuerte y al solitario Enrique Banchs. Esto derivó a una suerte de ranking suplementario de los humoristas desaparecidos. No hubo discrepancias en él. Todos reverenciaron la inmensa figura de Macedonio Fernández, el gran humorista absoluto. "Porque un fenómeno típico de nuestra literatura —sentenció Murray— es que no hay humoristas propiamente dichos, sino autores de páginas humorísticas, a veces un humor muy recóndito como, el de Scalabrini Ortiz, en El hombre que está solo y espera ."
A distancia de Macedonio surgieron los nombres de Arturo Cancela, Estanislao del Campo, Enrique Santos Discépolo ("nuestro Kierkegaad, si me permiten", subrayó Murray) y Arthur Núñez García (Wimpi). Palant, con porteña delectación, recordó a Juan Mondiola, aquel compadre no exento de ternura, debido a la pluma de Miguel Bavio Esquiú. Por ahí se mencionaron a Gregorio de Laferrere ("pero,Las de Barranco, su mejor obra, es una tragedia", dijo Palant) y a Roberto Payró ("era un satírico, no explícitamente un humorista", según observó Murray).
La faz final de la conversación abrió una variante de ausencia. Se releyeron los nombres nominados y votados, comprobándose que no figuraba una mujer. "Las letras argentinas necesitan el aporte femenino al humorismo." Hubo asentimiento en esa necesidad y en que hasta 1964 no se ha producido. "En Alfonsina Storni se rastrean algunas líneas recordables", según Murray, quien reconoció que eran "más sarcásticas que humorísticas". Pablo Palant advirtió la excepción de los famosos y divertidos discursos de banquete de Norah Lange, "expresión de circunstancias" que fue recogida en volumen. "Es un síntoma de humorismo", dijo finalmente Murray, con la disgresión de que, personalmente, "no como escritora", Norah Lange es una humorista de veras.
TODO Nº 8
19.11.1964

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