Mágicas Ruinas
crónicas del siglo pasado

DIALOGO CON JUAN CARLOS BAGLIETTO
Juan Carlos Baglietto aparece en el panorama de nuestra música popular en 1982 con su disco Tiempos Difíciles. Inmediatamente obtiene el reconocimiento del público masivo. Su timbre de voz muy personal, el repertorio original casi siempre compuesto por autores rosarinos y un gran sentimiento a cualquier hora deben ser las razones más importantes de su trascendencia.

Litto:
— Tranquilo Juan, que no te voy a preguntar cómo ves el panorama de la música dentro de 20 años. Y vos tampoco me preguntes cómo era hace 20 años atrás...(ja...ja...). Baglietto:
— (ja...ja...) siempre con los 20 años...
—Sí, es una joda, la vez pasada un periodista de la tele le preguntó a uno de los chicos de Soda Stereo, ¿cómo ves la música dentro de 20 años? La semana siguiente me preguntó a mí: ¿Litto, cómo era todo esto hace 20 años? (ja...ja...). Quiere saber todo lo que pasa en cuarenta años. Bueno, entremos en tema. Quisiera que me contaras cuál es tu sentimiento más íntimo frente al público, al margen de toda tu preocupación estética por entregar un buen espectáculo.
—El eje central de ese sentimiento es siempre la música. Lo más profundo y directo está siempre centrado en ella y no en los aditamentos que yo pueda sumar a un show. En los espectáculos que hago podría desaparecer la escenografía o las luces y siempre estaría eso que me moviliza: mi preocupación por sentir cosas y poder transmitirlas.
—Te pregunto esto, porque junto con Spinetta sos de los pocos tipos que me emocionan y no me dan la sensación de estar sobreactuando. Un día viniste a un programa de TV donde te acompañé al piano en La ventana sin cancel: lo armamos en cinco minutos y lo cantaste con una garra impresionante. Allí no había público, ni siquiera el marco adecuado al que estamos acostumbrados cuando actuamos.
—Por eso es que creo que todo pasa por lo emotivo. Hasta los accesorios al show pueden ser puestos al servicio de la emoción. Todo es válido en la medida que sirva para movilizar.
—Te veo como un tipo que comienza su carrera aquí interpretando temas de nuevos autores rosarinos como Fito, Abonizio o Fandermole, que logra llegar esencialmente, por la manera en que interpretás las canciones.
—Redondeando un poco lo que decís. Yo estoy convencido que existe una música de Baglietto. Me refiero a que yo no hago la música de todos los autores; puedo agarrar un tema de Fito o un tema tuyo, pero no toda la música. Como el tamiz de esa música es mi cabeza y mi cuore, el producto es un resultado personal. Para mucha gente en nuestro país ser intérprete es visto como un oficio menor. Existe una especie de desvalorización. Muchas veces sucede esto con parte del periodismo: éste es un compositor, éste un músico, éste un cantante; es que tienen generada una escalera de grados de importancia que yo no concibo de esa forma.
—¿Cómo es tu origen en esto, qué cantabas vos, qué escuchabas?
—Además de cantar porque me sale, que no es tan casual (no fue simplemente que un día se me ocurrió cantar y seguí), me emociona muchísimo la relación que se da con la gente cuando uno canta. Si tuviera que elegir entre todas las cosas que me producen una real emoción en este oficio, primero está la emoción personal de cantar determinada cosa, y casi al mismo nivel la respuesta que pueda producir en la gente.
Esto genera una energía que realmente no sé donde la tengo. Hay días que uno sube al escenario y sabe que no está bien anímicamente; de pronto ves la cara de la gente y todo cambia. Es como si su respuesta te realimentara y viceversa. Pienso que consciente o inconscientemente, uno hace cosas para agradar, para seducir. Para sentirse querido. Yo creo que empecé para lograr eso. Comencé a estudiar la guitarra a los cinco años, un poco por aquello de que los padres transmiten a sus hijos sus frustraciones. Mi vieja nunca pudo hacerlo porque mi abuelo no la dejaba. En esos tiempos, las únicas mujeres que tocaban lo hacían dentro del rubro música culta, en música popular estaba mal visto. Cuando yo tuve mínimo uso de razón me mandó a estudiar guitarra.
Empecé con mucha rabia, no me gustaba para nada, porque no había sido mi idea. Luego, pasados dos o tres años me empezó a gustar. Pienso ahora que al principio me gustó porque me permitía ser el eje de un montón de cosas: podía tocar la guitarra en las fiestas de la escuela, sentir que tenía alguna importancia dentro del grupo con el que me manejaba. Conscientemente reconozco que la música sí me gustaba.
También pienso que quería halagar a mis viejos; andaba escribiendo cancioncitas todo el tiempo y mostrándoselas. Tenía siete u ocho años y escribía lo que puede escribir alguien a esa edad, hablaban del mosquito y no sé qué. Mi padre siempre cantó y bien, pero nunca profesionalmente; debe haber sido para él una gran frustración. Cantaba tangos, rancheras y todas esas cosas. La música que me rodeaba era ésa, la que oía los fines de semana cuando iba a las fiestas de adolescente y lo que se pasaba por la radio. Así es que estaba todo muy mezclado. Hay cosas muy lindas que las descubrí tarde. Yo no puedo decir, por ejemplo, que nací con Los Beatles. Tocaba la guitarra y cantaba como otro pibe puede jugar al fútbol. Recuerdo que me juntaba a cantar con Palolo, un rosarino que al final terminó en una pescadería. Hasta que llegó un día en que me volví loco por tener una guitarra eléctrica. Era una locura, una especie de obsesión.
Por suerte la información que recibís en tu infancia queda grabada para siempre. Mi viejo cantaba tangos y yo lo miraba medio de soslayo. Yo tenía quizá la rebeldía típica que todos tenemos por esa época de nuestra vida. Pero más que nada por la forma en que nos querían meter las cosas, no por su calidad o mensaje musical.

(Charla realizada el 21 de octubre de 1987)

Cuadernos de Crisis Nº 32
Apuntes sobre el rock nacional, por Litto Nebbia

noviembre 1987

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