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Rock Nacional: en busca de una definición

El 31 de marzo último la cancha de Argentinos Juniors, en La Paternal, asistió a un espectáculo insólito: más de 20.000 personas jóvenes, de largas y desgreñadas melenas, pantalones ajados, chalecos desflecados, desvencijadas sandalias y camisetas multicolores, se reunieron para festejar con música de rock el triunfo peronista en las elecciones del día 11.
Después que Billy Bond se desgañitó en sus interpretaciones al frente de La Pesada del Rock, un público entusiasta coreaba estribillos impensados en ese medio, como Luchemos por la patria/luchemos por Perón/Los pibes y los viejos/un solo corazón, o el más difundido: Se siente/Se siente Evita está presente”.
El día antes, el organizador del Festival de la Victoria, el publicitado ex editor de la calle Talcahuano, Jorge Álvarez, había declarado: "La mayoría de los chicos de los conjuntos de rock son peronistas, y esto servirá como exteriorización pública”. Era una manera, de paso, de hacer irrumpir en el ámbito de la música joven un elemento contundente como el compromiso político para demostrar que los dardos de incoherencia ideológica que llueven sobre los músicos son injustificados.
De la marginación y la semiclandestinidad en que se movían los conjuntos del rock nacional hasta hace pocos años se pasó a una popularidad casi masiva. Quizá eso haga también que decline la persecución policial de que fueron tenaz objeto. En diciembre de 1969, por ejemplo, una decena de vigilantes colocados estratégicamente en la entrada del cine Metropolitan, donde se proyectaba llevar a cabo un recital, según especificó el parte policial:
"se decidió a actuar y se llevó a 14 sospechosos para averiguar sus antecedentes, que a juzgar por sus largas cabelleras, pantalones ajustados de colores chillones y corta edad, deben tenerlos y muchos, pues su audacia es propia de delincuentes”.
Hace pocas semanas Canal 11 decidió levantar su programa dominical dedicado a la música progresiva, porque -—según explícito un alto ejecutivo de la emisora— “no era gente civilizada, dejaban todo el estudio hecho una mugre, después se necesitaban cuadrillas de limpieza, destrozaban todo”.
Sin embargo, pese a los contratiempos, desde aquellas primeras épocas, cuando el rock nacional era una imitación apenas disimulada de las creaciones importadas de México, si se traza un bosquejo histórico todavía pueden rescatarse algunos hitos. La aparición de dos nombres: Almendra y Manal, que se repartieron las posibilidades de ser los mejores de la Argentina. Y surgieron varias individualidades como Luis Spinetta, Claudio Gabis, Gustavo Santaolalla, Pappo, Edelmiro Molinari, Alejandro Medina, Raúl Porchetto y Billy Bond y dúos o conjuntos como Color Humano, Pescado Rabioso, Miguel y Eugenio, Sui Generis o la Pesada, entre otros.
En 1972 las empresas grabadores, ante la declinación de ciertos temas escapistas y anodinos firmados por Palito Ortega, Sabú o Francis Smith, iniciaron una ofensiva discográfica, Con más de 30 placas, que señala la posibilidad de que el rock argentino ingrese en su etapa de institucionalización comercial. Lo cual es, evidentemente, un reflejo de lo que ocurre en los Estados Unidos, donde las cifras de ventas de música para la juventud alcanzaron los 2 mil millones de dólares en discos y cassettes para el mercado interno de la Unión, y superó el margen de los 3 mil millones en el rubro exportación.

LA RUEDA DE LA FORTUNA. Casi irreconocible para quienes lo recuerdan como un pulcro editor, responsable casi directo del denominado boom de la literatura argentinas con una indumentaria que rememora a un desaliñado sheriff de Arizona y un restallante peinado cuasi Africalook, Jorge Álvarez, actual jefe de producción de Microfón, comenta las vicisitudes padecidas por los conjuntos argentinos. “El ejemplo típico de la explotación —denuncia— es lo que hizo RCA Víctor hace cuatro años. Contrató a Almendra, Manal, Arco Iris, Los Gatos y los hizo grabar. Le dio manija al grupo menos progresivo de ese momento Los Gatos, y a los demás no los difundió; o sea, que no sólo mermaron las ventas sino que no volvieron a grabar, y cuando realizaron festivales no iba nadie y morían de inanición. A ellos les interesaba vender Palito, Tormenta, Donald. Ahora que la música progresiva sobrevivió a la cachetada, reeditan todo el material que había sido descartado, archivado justo en el momento en que sale el primer longplay de Pescado Rabioso. ¿Curioso, no?”
Mientras juega con su ensortijada cabellera, Álvarez teoriza: "El público que sigue a los conjuntos de música progresiva tiene entre 11 y 20 años, generalmente proletario. La clase media no consume estos discos y es bastante híbrida como compradora. Lo que ocurre —pontifica— es que se trata de una música que ataca a los valores establecidos y es ingerida por una clase pura como el proletariado, gente que no tiene dinero, aunque —se contradice— hay también buenos compradores entre la alta burguesía. Pero esta vez, quienes imponen la moda son los pobres y, pese a ese periodismo intelectualizado que entiende a Brecht o a Prevert pero que niega valor a nuestros músicos, el rock nacional se va a imponer. Atacan a los chicos por el lado ideológico y puede ser que por ahí renqueen un poco, pero ¿por qué piden definición en un país donde la constante es la indefinición? La gran masa no tiene acceso a la cultura y los medios de información los espantan, por eso se refugian en el rock; ahí encuentran sus vivencias y participan”.
Miguel Grinberg, poeta, periodista, organizador del Primer Festival del Rock, en 1966, y conductor de varios programas radiales sobre el tema, opina: "Hay dos clases de músicos de rock en el país: los que buscan la seguridad y ofrecen un producto pulidito, no vulnerable a la crítica y —a veces— meritorio, y los que no le temen a la inseguridad y se tiran a la pileta. Son los que pueden tanto pifiarla como lograr excelentes temas. Para ellos la música es energía, para los otros es seguridad, en el sentido burgués de la palabra. Eso no quita que algunos sean excelentes intérpretes. Por ejemplo, Edelmiro Molinari —ex Almendra, actualmente integrante de Color Humano— tiene excepcionales trabajos en guitarra pero está neutralizado como creador por su miedo al futuro. Yo creo —conjetura Grinberg— que el rock no tiene que ser pasivo, estático, debe provocar al oyente, tratar de que se sumerja en el inconsciente”. Se queja de los críticos que le niegan valor a la música progresiva argentina, acusándola de ser un reflejo de otra realidad: “Estos censores no se detienen en las vivencias, en la poesía, las ansiedades y los miedos que sí son autóctonos. El que no es capaz de sentir el rock, es porque vive en el siglo XIX”, asegura. Por otra parte, juzga que la crítica ideológica también es inválida: "Esa aparente incoherencia, a mí me parece una virtud El rock político sería una porquería El rock es una moraleja sobre el arte de existir"

LO PURO Y LO IMPURO. Uno de los más notorios intérpretes nativos, Lito Nebbia, un rosarino de 24 años, ex componentes de Los Gatos, que pasó del shake a las formas folklóricas, ahora con el acompañamiento de Domingo Cura, sostiene: "Para mí, todo es música popular. Yo me enrolo y muestro los problemas de mi ciudad y Latinoamérica. Cada vez qué escribo una letra, me comprometo. Pero, en definitiva, para mí existen los músicos, y no la música progresiva. No pertenezco ni al rock, ni al jazz, y me niego a entratar en ese círculo tramposo”.
Por su parte, Luis Alberto Spinetta, nacido un año después de Nebbia, integrante de Pescado Rabioso y ex Almendra, especula: "Creo que mi generación artística canaliza la represión a
través de su obra, Buenos Aires es una ciudad con rock propio, sólo Londres y Nueva York tienen un movimiento de fuerza semejante. El rock nacional es puro, lo impuro es el caparazón que rodea ciertos aspectos, como los festivales BaRock, que son comercio. A la gente la dejan entrar sólo si paga su entrada y a nosotros nunca nos pagan lo estipulado." Insisten en un tema trillado: “Nuestra ideología está en la música, somos una generación que salimos a flote de la educastración paternal y social. Queremos crear nuevos medios para hacer el amor. No creo en la liberación de los hippies Lo importante es la liberación interna, la lucidez." Y aclara: “Para Pescado Rabioso, grabar en Microfón es sólo una manera de llegar a más gente. La empresa nos paga por nuestros delirios de creación y ellos ganan y nosotros también, aunque sólo el 5 por ciento de lo que percibe la grabadora. Pero nosotros no necesitamos enriquecemos como ellos”, supone.
Otro creador, Raúl Porchetto, autor de Cristo Rock, se esperanza: “En la medida en que exista un desarrollo cultural coherente, podré vivir de la música. Por ahora se digiere lo consumible. Las empresas comerciales nos castran en cuanto agachamos la cabeza. Debemos entender que la música es una forma de vida. Lo importante del rock es que es salvaje, que no responde a pautas. Todo vale, no tenemos catálogos, sólo sentimientos y vivencias. Cuando fallamos, preferimos recurrir al apocalipsis." Y agrega: "Actué en el festival BaRock, pero me negué a hacerlo en la película Hasta que se ponga el sol, porque era sólo un paquete para promocionar discos. La vi y sentí hasta dónde llega nuestro subdesarrollo. A Héctor Olivera, Femando Ayala o Aníbal Uset, no les interesamos, sólo nos utilizan.”
El joven director de Arco Iris, Gustavo Santaolalla, de 21 años, explica que Sudamérica o El regreso a la aurora, es una mezcla de folklore brasileño, colombiano, chileno y argentino. "Realizamos varios viajes por Latinoamérica, nos relacionamos con conocedores de las raíces musicales americanas y generamos esta ópera, especie de mensaje espiritual." Sin embargo, pese a su entusiasmo, sostiene: “Considero que el rock mundial llegó a su cénit y ahora decayó: Janis Joplin, Jimi Hendrix, The Mamas and the Papas o Los Beatles, creyeron que iban a destruir el sistema y se destruyeron ellos. En la Argentina pasó lo mismo con Manal y Almendra. Pero hay diferencias —aclara—, porque en Estados Unidos el rock es una forma de lucha contra el sistema, y aquí nadie está en eso. Nosotros empezamos por el cambio interno y personal. Nuestra música es limpia, no tiene trasfondo político. Lo importante son la paz y el cambio interior, por eso nosotros pertenecemos a una comunidad llamada Hermandad Blanca, especie de foco de espiritualidad. Nuestra vida es ascética y de sacrificio, no comemos carne, no bebemos, no fumamos, tampoco tenemos relaciones sexuales porque la energía que se pierde en copular nosotros la canalizamos en la creación”. Y agrega: "En este sacerdocio nos conduce nuestra guía espiritual, Dana, una ucrania de 26 años que nos enseña la importancia de los valores eternos para no someternos a lo pasajero. Las más grandes civilizaciones se destruyeron por el sexo”, exagera.
Al parecer, pese a los estribillos de Argentinos Juniors, pese a un publicitado fervor por el triunfo peronista, los conjuntos nacionales siguen navegando en la ambigüedad ideológica. Oscilan entre el ascetismo puritano, el vegetarianismo, el budismo zen y la integración latinoamericana. En la medida en que, a pesar de todo, puedan crear obras perdurables, habrán cumplido su vocación.
Zully Pinto
Panorama, 24.05.1973

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