EL PAIS
LA ECONOMIA SIN CABEZA

En la noche del jueves, corrillos de empresarios afligidos barajaban a sus colegas menos puntuales, a la entrada del Plaza Hotel: "¿Te das cuenta? Parece que hay guarniciones sublevadas ... No viene el Presidente".
Los directivos de la Confederación General Económica encubrían así el desaire que les había infligido Alejandro Agustín Lanusse al resolver su inasistencia a la tradicional comida anual de la entidad, después de haber asegurado hasta último momento que iba a concurrir. No era el único programa de la fecha que debió retocarse sobre la marcha. Esa mañana, cuando ya estaban servidos los platos en el comedor privado del Comandante en Jefe de la Aeronáutica, para un almuerzo que debía compartir el Primer Magistrado con Carlos Alberto Rey y seis brigadieres de su staff, llegó la desconcertante noticia: el ágape no tendría lugar en el Edificio Cóndor sino en las dependencias de la Casa Rosada. Tampoco entonces quedaron inmóviles los artífices del rumor. Hubo quien atribuyó el cambio, seriamente, a supuestos temores presidenciales de ser "secuestrado en el edificio de la Fuerza Aérea por cuatro o cinco aviadores, como señal de arranque para un movimiento golpista, a cargo de sus camaradas de Villa Reynolds". Fantasía desopilante que mantuvo inquietos a los incautos durante un par de horas.
La exégesis facilitada en ambos casos por diligentes funcionarios de la Casa de Gobierno, era menos cruenta pero más embarazosa. Susurraban que el mandatario sufría —desde siete u ocho días atrás— problemas digestivos muy fuertes, hasta el punto que sólo podía alimentarse con arroz y carnes magras. La causa de su inmovilidad era, pues, el riesgo de rebeliones intestinas. A fin de evitar disgustos entre los aeronautas, inclusive se recogieron en los informativos matutinos de radio y TV descripciones insólitas sobre la fisiología del mal que aquejaba al Presidente de la Nación.
Pese a todo, los hermeneutas periodísticos encontraban curiosas coincidencias. En la víspera, la Junta de Comandantes en Jefe había resuelto —con notable celeridad— una reestructuración del Gabinete que decretaba la muerte de la cartera económica y el ascenso de sus cuatro Secretarías al rango ministerial (ver página 16). Nadie creía que dicha medida iba a ser adoptada tan rápido, considerando las opiniones adversas de varios sectores castrenses. En realidad, la idea se lanzó en medios liberales. Argumentaban la pésima imagen recogida por los sucesivos Ministros de Economía, la concentración de poder que el puesto supone (y que suele escapar al control de los propios titulares del Ejecutivo), la definición política que implicaba designar al funcionario y la inoperancia que a la postre habían mostrado quienes lo ejercieron. Detrás, podía adivinarse una esperanza: la fragmentación del Ministerio introduciría forzosamente una etapa deliberativa antes de adoptar cualquier decisión importante, trabando la ejecutividad gubernamental. Lo que redundaría en una menor intervención del Estado y en el incremento de la "libertad" en el "juego de las fuerzas económicas". Con una ventaja adicional; si se completaba el esquema mediante la concesión de carteras a personalidades representativas de cada sector, los núcleos
liberales tenían enormes chances de adjudicarse tres y dejar para el ala nacional apenas un único Ministerio seguro: el de Trabajo.
Aldo Ferrer se apresuró a replicarles el lunes, desde Tiempo Nuevo, por canal 11. Los grupos tradicionales —dijo— ven cerrado su acceso al control económico en su conjunto, porque el país desea "otra cosa: una política nacional con sentido social". Pero "cuando no se puede aspirar a conducir globalmente la economía, por lo menos se pretende dividir la conducción para que, a través del choque de intereses, la economía se paralice". Ferrer dio a entender, elípticamente, que en semejante postura revistaba el titular del Banco Central, Ricardo Grüneisen, amigo de Adalbert Krieger Vasena y el más notorio adalid del liberalismo en las esferas oficiales: al requerirle una opinión sobre él, prorrumpió a denunciar el proceso de extranjerización del aparato productor. Así se ha hundido a la Argentina en "un modelo de tipo sucursalista, que no conduce a ningún lado".
Quizá Ferrer estaba contestando de tal modo a las críticas contra el nacionalismo económico disparadas por el último número de Información Empresario, la revista de la Cámara de Sociedades Anónimas que Grüneisen dirigiera hasta su ingreso a la función pública, y donde aún escriben sus amigos. Según los autores de esa nota, el único ejemplo de país en el que una estrategia nacionalista coadyuvó al desarrollo fue Japón, pero lo hizo a partir de condiciones muy distintas a las argentinas, y aun ellos están desandando el camino, porque hoy sería imposible expandirse "sin participar de aquel fenómeno típico de nuestro tiempo que es la mundialización de la economía". Además, la distinción entre "nacionalización" y "estatización" resulta sumamente dudosa en la óptica de los articulistas, quienes no olvidan aducir: "... el nacionalismo económico es un tema que saben admirablemente explotar los comunistas en todos los países del Tercer Mundo".
Desde una perspectiva semejante, se comprende que los redactores de Información Empresario vean con disgusto la posibilidad de que en los próximos comicios el electorado opte entre radicales y peronistas. Hace nueve meses, en un trabajo que mereció los elogios de Grüneisen, la revista proponía una salida casi platónica: que se fuerce a los ciudadanos, ignorando cualquier adherencia emocional, a encasillarse dentro de agrupaciones artificiales, de acuerdo con su pronunciamiento ideológico y sobre la base del cuestionario urdido por una comisión de "politicólogos, sociólogos, economistas, etcétera". Se trata de una iniciativa sorprendentemente racionalista, de la que parece haberse apropiado ahora el ingeniero Álvaro Alsogaray.
La similitud doctrinaria explica por qué también el pope de la Economía Social de Mercado se definiera a favor de la desaparición del Ministerio que dos veces ocupó. Por eso es paradójico que los hombres del Gobierno opuestos a la medida apelasen a recursos disuasorios extraídos, precisamente, de otras declaraciones previas del alsogaraísmo. En efecto: cuando aún confiaban en desplazar a Ferrer en el corazón del Primer Magistrado, los discípulos criollos de Erhard se encargaron de advertir los peligros de que la argentinización fuera presentada como el pensamiento del propio Lanusse.
La política económica —dictaminaban— es un resorte del Ministro, lo que posibilita su canje si los planes fracasan. Identificar al Jefe de Estado con la suerte de un programa significa comprometerlo, y ello es grave, pues ahora, que el Comandante del Ejército gobierna a la República, no subsiste ningún mecanismo de recambio.
Las vueltas del destino quisieron que los enemigos máximos de Alsogaray —sus odiados nacionalpopulistas— se sirvieran de la teoría del Ministro fusible para tratar de impedir la reestructuración del Gabinete. Claro que el metalenguaje era diferente: en el campo nacional impera el postulado de que la economía argentina padece contradicciones estructurales. Mientras no se consume la transformación final de las estructuras subdesarrollantes, la gestión económica siempre será fuente de frustraciones. Como en el mejor de los casos, alterar los desequilibrios seculares insumirá tiempo, entre tanto conviene garantizar la indemnidad del titular del Poder Ejecutivo. Lo que es imposible asignándosele la conducción directa de la economía. Aunque varios jefes militares y algunos marinos participaban de estos planteos, donde gozaban de un consenso cuasi absoluto era en la Fuerza Aérea. De allí que, en el seno de la Junta, Rey votara contra el proyecto.
Motivos bien diversos a los del liberalismo convencían, no obstante, a Lanusse de su necesidad. Hábilmente, Aldo Ferrer había conseguido asociar su persona con la tímida apertura nacional emprendida en la tercera etapa de la Revolución. Por una parte, dificultaba su defenestramiento. Paralelamente, empero, robaba el papel protagónico al Jefe del Gobierno, impidiendo limpiar su imagen de las excrecencias liberales que el público insiste en atribuirle. Era un problema insoluble, aun a costa de quitar de en medio a su colaborador. Había que eliminar el cargo, para que la situación no volviera a producirse. A fin de soslayar malos entendidos, Lanusse soñaba con retener —en un nivel menos espectable— al aureolado Ministro. Así habría nacido la utopía de un consejo asesor, encabezado por Ferrer e integrado por voceros de las fuerzas vivas del Trabajo y de la Empresa. El plan no pudo concretarse ante el rechazo drástico de la CGT (no convenía a sus líderes vincularse al actual Gobierno), de la CGE (el organismo les sonaba a una caricatura inocua del Consejo Económico y Social que propician) y —aseguran— del propio Aldo Ferrer.
El miércoles 26, pasadas las 22, el Secretario de Difusión congregó a los cronistas acreditados para anunciar la novedad. Estuvo muy parco, quizás enigmático. El cambio "supone —expresó— el alejamiento del doctor Ferrer". Ante el mar de preguntas, se limitó a consignar: "El Presidente de la República y la Junta de Comandantes esperan aprovechar la experiencia e idoneidad del doctor Ferrer, oportunamente". ¿Le ofrecerán otro cargo? ¿Ferrer ya había presentado antes la renuncia? Edgardo Sajón se abstuvo de contestar. También fue elusivo cuando PRIMERA PLANA deseó saber qué había ocurrido con el proyectado consejo asesor. "El tema no se trató en la reunión", musitó. En una palabra: quedaba archivado. Como consuelo, dejó trascender la voluntad de constituir un Consejo Económico y Social. Montarlo nunca llevaría menos de ocho meses a un año, si es que se puede (ver pág. 16).
Era obvio que Lanusse había buscado adelantarse al almuerzo con los brigadieres, a fin de cerrar la boca de cualquier fastidio mediante un cómodo consumatum est. Lo cual revela asimismo que, trastornos gastroenterales aparte, el ánimo presidencial tal vez no estaba demasiado firme al afrontar el simposio de la jerarquía aérea.
A la noche, la indisposición fisiológica habría sido menos culpable, todavía. Siendo las 20.30, en Casa de Gobierno se descontaba la presencia de Lanusse en el Plaza Hotel. Media hora más tarde, su edecán recibía una copia del discurso que iba a decir el titular de la organización, José B. Gelbard. "No nos conforma —confesaba el caudillo cegeísta— la manera en que se están resolviendo los problemas económicos y sociales." Carente de "una efectiva estrategia de desarrollo, el país continúa postrado en una suerte de malicie que a todos lesiona y que todos queremos superar". Los anuncios oficiales apuntan, sí, a una política nacionalista, pero existe, según Gelbard, un "divorcio entre los enunciados y las realizaciones", capaz de provocar el desprestigio gratuito del nacionalismo "cuando, en verdad, lo que fracasa rio es esa política, sino la ejecución de medidas que no se corresponden con ella". A las 21.10, el Primer Magistrado comunicaba que, por hallarse indispuesto, no asistiría a la comida. Ferrer ocupó el sitial de honor. Ningún párrafo del discurso, ni su conclusión, despertó aplausos de los Ministros presentes.
La reestructuración de Ministerios hallaba un nuevo adversario: los partidos asociados en La Hora del Pueblo. Ya molestos por la demora en fijar plazos comiciales (un reportaje a Lanusse del diario carioca O Globo, el miércoles, ratificaba el lapso de tres años; el viernes, Sánchez de Bustamante advertía a un periodista del Canal 13 —ver página 14— que en la homilía presidencial del 7 de julio se dará el Plan Político, no el calendario), la confirmación de Quillci, Perren y San Sebastián volcaba un balde de agua fría sobre la Coincidencia: por el momento no habrá gabinete de coalición.
Mientras Balbín, en un matutino del sábado, calificaba de error la extinción de la cartera económica, Paladino corría a fortalecer el frente interno, ante eventuales rupturas de la política acuerdista por la que se jugó. Sus amigos Juana Larrauri y Eloy Camus promovían entonces la expulsión definitiva del ex mayor Bernardo Alberte, acusándolo de rebeldía contra el delegado. Las declaraciones formuladas la semana pasada a PRIMERA PLANA habrían precipitado la decisión. Jorge Daniel será portador del pedido, el domingo, cuando vuelen a Madrid. Sin embargo, los duros no se asustan: yd viajó a Puerta de Hierro el dirigente de la fracción Peronismo de Bases, Roberto Grabois. Someterá al Jefe Supremo —pronostican— a una previa experiencia de ablandamiento, con objeto de neutralizar los embates de su hombre de enlace. El mismo rol cumplido por Rodolfo Puiggrós, cuando el anterior peregrinaje del Colorado Paladino. Cosas veredes.
I/VI/71 • PRIMERA PLANA Nº 435 • 11

ECONOMIA Y NEGOCIOS
FRAGMENTACION DEL PODER

Los primeros síntomas de desconfianza, como ya es usual, llegaron del interior: "Igualito que en la década del treinta", protestó un industrial riojano, adicto a la Confederación General Económica. En verdad, la muerte transitoria del Ministerio de Economía, uno de los poderes más formidables generados en la Argentina durante los últimos veinte años, no responde más que a la necesidad de abrir el juego político a las fuerzas económicas de la sociedad. Así es que surgen cuatro Ministerios rara cubrir los casilleros: Trabajo, Hacienda y Finanzas, Industria, Comercio y Minería y Agricultura y Ganadería. El objetivo perseguido es conceder el control de dichas áreas a funcionarios con suficiente capacidad de diálogo como para vérselas con las centrales empresarias y obreras. Por supuesto, dentro de tal proceso de fragmentación, alguien debe conservar el papel de árbitro. En este caso, el Presidente Alejandro Agustín Lanusse.
El jueves ya se percibía que el trabajo no resultaría fácil. Ricardo Grüneisen, titular del Banco Central, había preparado un cuidadoso informe crítico de la gestión de Aldo Ferrer, concentrando el fuego en el desbarajuste presupuestario. Al parecer, el déficit saltará de 773 a 3.170 millones de pesos viejos, con la agravante de que no se podrán satisfacer las necesidades del Ministerio de Educación ni las inversiones previstas en las obras de Salto de Apipé. Como contrapartida, se ha solicitado a la Administración un ahorro del 10 por ciento en los gastos corrientes, pobre remedio frente a la avalancha de erogaciones. Según Grüneisen, uno de los líderes del ala liberal dentro del Gobierno y promotor de la disolución del Ministerio de Economía, se impone una línea de contención de los gastos antes que haya que recurrir en mayor medida a recursos no genuinos para financiarlos.
Lo curioso es que mientras el presidente del Banco Central —para algunos asesorado por Roberto Alemann— afilaba sus armas, el vicepresidente Ildefonso Recalde quedaba al margen del planteo. Recalde es uno de los ideólogos de la Confederación General Económica y antiguo devoto del nacionalismo económico. Dentro de ese contexto, las relaciones entre ambos funcionarios marcan un equilibrio de poder que parece caminar, inevitablemente, hacia un conflicto abierto. De cualquier manera, la experiencia que se intenta en Banco Central reproduce en pequeña escala la situación de empate que se creará al desaparecer la cabeza del staff económico. Seguramente, la dualidad de criterios que manifiestan Grüneisen y Recalde se extenderá, por lo menos, a las nuevas carteras de Trabajo e Industria. La primera —para empezar— deberá hacer frente al problema de las comisiones paritarias que aún no llegaron a un acuerdo. La segunda, emprenderá en poco tiempo la revisión al proyecto de régimen para la industria automotriz.
Apenas conocidos la reestructuración ministerial y el alejamiento de Aldo Ferrer, toda la expectativa se concentró en las piezas de recambio. Hacia el atardecer del martes 25, algunas fuentes oficiales concretaron una maniobra diversionista que hizo creer a ciertos medios en la posibilidad de que se diera marcha atrás. La medida, sin embargo, estaba resuelta. Más tarde, peronistas adeptos a La Hora, del Pueblo aseguraron que Alfredo Gómez Morales se haría cargo de la cartera de Hacienda y Finanzas, a pesar de las reiteradas negativas recogidas por Primera Plana (ver números 433 y 434). En realidad, ambos rumores eran uno solo. Durante algunas horas, se creyó que si Gómez Morales aceptaba ingresar al Gabinete, la disolución del Ministerio de Economía quedaría en agua de borrajas. O bien, que Hacienda y Finanzas se convertiría en un superministerio con las mismas características que Economía ha tenido hasta ahora.
Por cierto que Gómez Morales persistió en su negativa (al parecer, sólo se le ofreció la cartera de Industria), haciendo trizas cualquier fantasía participacionista. Según el ex Ministro de Juan Domingo Perón, el panorama económico se presenta suficientemente oscuro como para eludir cualquier responsabilidad oficial. De acuerdo a sus evaluaciones, la tasa de inflación para 1971 superará el 30 por ciento y la balanza de pagos permanecerá deficitaria hasta 1974 por lo menos. En cuanto al déficit presupuestario, coloca al peso en la situación más comprometida de los últimos quince años. Otros datos desalentadores: en el mes de abril, la desocupación alcanzó al 5 por ciento de la población activa en la Capital Federal y Córdoba, al 5,3 en Rosario y al 6,2 en el Gran Buenos Aires. Los porcentajes crecen hasta rozar el 12 por ciento en Tucumán, cifra que se suponía sustancialmente menor de acuerdo a los alegres estadígrafos que acompañaron la gestión de Aldo Ferrer. Finalmente, al terminar la semana, se agregó un nuevo problema: Tesorería declaraba no contar con recursos para pagar los sueldos de julio en la Administración Pública, sobre todo teniendo en cuenta que habrá que abonar los aumentos salariales y los aguinaldos.
Descartado Gómez Morales, las diversas tendencias que ayudaron a derrocar a Ferrer lucharon fugazmente por los puestos claves. El Ministerio de Trabajo, como estaba previsto, quedó en manos de Rubens San Sebastián, experto en la materia y apoyado por los líderes sindicales. Tampoco hubo discusión en el caso de Agricultura y Ganadería, a cuyo cargo permanecerá Gabriel Perren. Es obvio, pues, que la veda al consumo de carne vacuna es un mecanismo que no se renovará en el futuro. Sin embargo, tal concesión a los agricultores no liquida la cuestión. En el panorama institucional agrícola-ganadero, la posición cooperativista de Parren no aparece como la más fuerte. Para algunos dirigentes de la Sociedad Rural Argentina, en un plazo no muy largo desaparecerá del Gabinete.
Pero las carteras más disputadas fueron las de Hacienda e Industria. En cuanto a la primera, el mismo Ricardo Grüneisen apareció como el candidato más firme en un principio. Durante el jueves, las agrupaciones empresarias fueron consultadas, y una de ellas —la CGE— vetó su nombre. Finalmente, Lanusse optó por confirmar a Juan Quilici, un técnico que no despierta mayores resistencias entre los interesados, y que, probablemente, impulsará la ansiada reforma impositiva. De todos modos, la confirmación de Quilici deja abiertos algunos interrogantes. Si se pensó en un hombre fuerte para la cartera, la idea debe haber sido abandonada en algún momento. Puede ocurrir, por otro lado, que ciertas responsabilidades del área de Hacienda vayan derivándose hacia Grüneisen. En esa dirección, la disputa por la hegemonía también aparece en el horizonte.
Por fin, el problema más serio —la batalla más sorda— se libra alrededor del nuevo Ministro de Industria, puesto que, a la larga, puede concentrar más poder que el previsto por los analistas. Oscar Chescotta, el actual Secretario, queda marginado del Gobierno por una decisión inapelable del Presidente Lanusse. El enfrentamiento entre los dos militares surgió hace poco más de un mes, y se manifestó en su forma más rotunda la semana pasada, cuando Lanusse quitó de las manos de su funcionario el tratamiento de las reformas al régimen de la industria automotriz. El tema se derivó al Subsecretario Di Prisco, rival de Chescotta y partidario de una posición más flexible ante los representantes de las plantas terminales. Así, CIFARA, ente que aglutina a los fabricantes de partes, debió romper públicamente con el titular de la Secretaría para recuperar poder negociador. El resultado —previsible— fue que Chescotta se quedó solo.
Sorprendentemente, los candidatos a relevarlo pertenecen a corrientes económicas liberales u ortodoxas: Luis Gottheil y Guillermo Walter Klein (hijo). De manera que, después de la reestructuración, resultaba difícil descubrir vestigios del nacionalismo no estatizante proclamado varias veces por Lanusse como su ideología económica. Por otro lado, el intento de abrir el diálogo con los factores de poder y darles cierto grado de participación a través del Consejo Económico y Social fracasaba por la negativa de la CGE y la CGT. Además, por si fuera poco, el fantasma de la devaluación renovaba sus bríos después de la caída de Ferrer. El jueves se cerró el mercado de cambios, con 35 minutos de retraso por un inexplicable olvido burocrático del Banco Central. Ese lapso sirvió para que la cotización del dólar llegara a 500 pesos. La utopía de las minidevaluaciones —una teoría ferreriana basada en el modelo brasileño— quizá ya no sea útil para contener la oleada especulativa, pese a que el ascendente Grüneisen seguía defendiéndola el viernes como posición oficial. Mientras tanto, guardando las formas, los funcionarios insisten en negar que se proyecte una devaluación masiva del 18 por ciento.
Revista Primera Plana
01.06.1971

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